ALPHA IKENDER.
ALPHA IKENDER.
Por: Limberem
Capítulo 1: Inicio.

Él era el gran Alpha de Alemania.

Ella una humana de dieciocho años.

Él fue libre toda su existencia.

Ella estuvo cautiva cinco años, su padre la había vendido al peor hombre que la pequeña Eider pudo conocer. 

Estaba en medio de las vías del tren, su cuerpo a punto de colapsar, con una herida que sangraba y el alma destrozada. Solo esperaba el pitido lastimero de esa máquina. Pero terminó encontrándose con unos ojos que cambiarían el rumbo de su vida por completo.

*Tormento*

Mi cuerpo estaba recargado contra la pared de la pequeña habitación donde durante tanto a sido mi refugio. Tenía los ojos cerrados tratando de descansar la vista, no me era permitido dormir hasta que Rixton me lo ordenase. Estaba realmente cansada, pero sin dudar alguna no tenía tiempo para el cansancio. 

Podía escuchar la lluvia caer fuertemente sobre el techo, el viento golpear la pequeña ventana de mi habitación donde nunca cabría mi cuerpo. Olía a humedad, pero no una humedad desagradable si no, aquella capaz de hacerte sentir fresca y tranquila. Las hojas de los árboles se desprendían con mayor rapidez, estaba llegando el otoño, la temporada en la que los bosques se tornaban naranjas, pero no un naranja normal, si no, como un atardecer. 

Tragué saliva sintiendo lo rasposa que se sentía mi garganta, después de todo nunca estaba bien abrigada, y solía pescar resfriados casi siempre. El no cubrirme correctamente no era por descuido, la causa era que al señor Vögel, no le gustaba que ocultara mi piel, así que mi poco guardarropa consistía en vestidos a la rodilla o mucho más cortos entre otros que preferiría no recordar. Ahora mismo el tejido fresco y suave de la prenda de mangas tres cuartos que llevaba conmigo, dejaba que una gran parte del viento se colará en mis huesos, causando un leve temblor.

Escuché algunas pisadas cerca, supe que se trataba de él, suspiré aliviada al notar que no venía acompañado de sus otros amigos.

-Hola gatita ya llegué - abrí mis ojos manteniendo la mirada en el piso.

-Buenas noches señor.

-Veo que no haz dormido tal y como te lo ordené, muy bien. ¿Tienes hambre? ¿deseas comer algo?- Mordí mi labio inferior, llevaba un par de días a base de agua y un poco de cereal ya caduco. Tenía mucha hambre pero sabía cuál era el mérito que debía realizar.

-Demasiada señor- confesé con un nudo en la garganta.

-Me parece perfecto gatita- escuché el rechinar de una silla siendo arrastrada. Y después el sonido de como él se sentaba en ella.

-Levanta tu cabeza- hice lo que me ordenó. El hombre que había pagado por mi existencia yacía sentado ansioso.

-No me hagas esperar. ¿O acaso quieres otro día sin dormir ni comer bien? Traje pollo- apreté mis dientes y asentí con la cabeza. Me acerqué a él y me arrodillé, tomé su cremallera para después bajarla poco a poco...

~*~

-Asegúrate de que esos vasos queden limpios, Joseph y Duglas vendrán está noche.

-Entendido señor- continúe limpiando con delicadeza cada recipiente. Mi rostro se reflejó en uno de ellos. Había cambiado tanto en tan poco, solía tener las mejillas sonrojadas siempre, mis cachetes eran regordetes y mis ojos de un color profundo, ahora las ojeras eran parte de mí cada día. Luego de un tiempo mi piel se volvió pálida, y las proporciones de mi cuerpo más pequeñas. 

-¿En qué tanto piensas gatita?-Me sobresalté al sentir las manos Rixton en mis caderas, acercándome ha su cuerpo. 

-En nada señor- respondí con nervios.

Su mano siguió subiendo hasta llegar a mi pecho, donde empezó a quitar los botones del vestido azúl celeste que portaba. Mis ojos se cristalizaron un momento al pensar que volvería ha hacerlo, sin embargo el sonido del timbre hizo que se separá abruptamente de mí. 

-Han llegado- anunció desapareciendo de la cocina. No sabía si aliviarme o temer aún más. Joseph era un hombre serio muy diferente a Rixton y Duglas. En ocasiones cuando me era imposible moverme y estaba a punto de quedar inconsciente, pero no lo suficiente como para no darme cuenta de que él curaba gran parte de mis heridas, y se asegurará de que estaría bien. 

Sólo una vez le atreví a rogarle que me ayudará ha escapar, esa noche me golpeó hasta perder la razón. Vivía en un círculo conformado por tres emociones, dolor, agonía y, miedo. Rixton era dolor, Joseph agonía y definitivamente el peor de todos siempre era el hombre robusto, a él le tenía miedo, un miedo que paralizaba cada centímetro de mi cuerpo.

Tenía más de cinco años viviendo en esta casa, sin poder salir ni una sola vez, sin sentir completamente el calor del sol, el aire fresco. Mi padre me había vendido ha un hombre que juró protegerme y acogerme como su hija, era una niña, que creyó todas sus mentiras.

Dicen que la inocencia suele medirse por la culpa, pero yo pienso que en realidad se mide por el arrepentimiento. Cada noche me pregunto si alguno de ellos se arrepentirá de causarme tanto daño. 

-¡Eider ven aquí!- respiré profundo y atendí el llamado del señor Vögel lo más rápido que mis piernas me dejaron.

-Si señor.

-Pon esto en la cocina- me tendió una bolsa con bebidas alcohólicas. De reojo noté la mirada de Duglas. 

Acomodé lo que me pidió mientras escuchaba como prendían el televisor en el canal de deportes. 

-Eider- un nuevo llamado me trajo de vuelta a la estancia. 

-Quedaté aquí- me ordenó Rixton. Me senté en una silla un poco alejada mientras los miraba tomar comer y ver los partidos de fútbol. Conforme las horas pasaron y su nivel de alcohol aumentó el miedo empezó a divagar en mi sistema. Para la media noche sabía lo que se venía.

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