SERENALa habitación estéril vibraba con una tensión que sentía hasta en los huesos. Cada contracción parecía desgarrar mis órganos internos, un dolor que me robaba el aliento. Mis jadeos frenéticos llenaron el aire, que palpitaba con los murmullos del personal médico a mi alrededor.Habían pasado siete meses desde que descubrí mi verdadera identidad y comencé a vivir en la Manada Luz de Luna. Mi padre ha sido extremadamente cariñoso conmigo y no ha escatimado esfuerzos para asegurarse de que esté sana mientras mi vientre crece. Una parte de mí todavía no podía creer que era la princesa perdida de la Manada Luz de Luna. Parecía un sueño, o una escena sacada directamente de una película.Por eso daba miedo. Siempre que ocurren cosas buenas, temo que me las arrebaten. Ese miedo había tomado forma en mi mente justo en ese momento, en aquel quirófano.Una enfermera joven, de poco más de los veinte años, sostuvo mi mano con un agarre sorprendentemente firme.—Bien, señorita Serena. Necesita

ELÍASLa voz atronadora de Carlos retumbó en el pasillo.—¡Suéltalo, Donado! ¿Robando al bebé? ¡Habla ahora, o...!Una tos violenta estalló desde mi garganta, y una lluvia de sangre metálica salpicó el suelo. El agarre de Carlos se aflojó, sus ojos azules se abrieron de par en par por la sorpresa.—¿Qué demonios? ¿Estás bien?—Veneno —logré decir con voz ronca mientras el mundo se inclinaba sobre su eje. Las duras luces fluorescentes se difuminaron en un remolino confuso. La oscuridad comenzó a arrastrarse por los bordes, y lo último que registré fue el rostro de Carlos transformándose de la rabia a una genuina preocupación.***El penetrante olor a desinfectante me picó la nariz mientras abría un ojo. Techo blanco. Definitivamente no estaba despertando en mi propia cama. Gemí, giré la cabeza y me vi en una estéril habitación de hospital – el Hospital de la Manada Luz de Luna, para ser exactos.Un hombre de unos cincuenta años con gafas posadas sobre su nariz apareció junto a la cama.

SERENAUna ola de emoción me invadió mientras revolvía el cabello negro de Ezra, del mismo tono que sus ojos. Es idéntico a su padre, y ese parecido me oprime el corazón. Elías. Por más que luche contra ello, el pasado se aferra a mí como un recordatorio constante.Ser Luna significaba interminables eventos y política de manada. ¿La mayor espina en mi costado? Las propuestas de alianza de la Manada Garra de Hierro, cada una escrita a mano por el mismo Elías. Cada una recibía un firme rechazo. Hac unos meses, nuestros caminos se cruzaron en un evento. Se veía... diferente. No hablamos porque un asunto urgente requirió mi atención.Diego, Diana e Irene seguían siendo mis amigos más cercanos. Sin embargo, no mencionaban a Elías en nuestras conversaciones telefónicas. Era como si estuvieran ocultando algo.A veces me preguntaba si está bien. Me llegaron noticias sobre una gran batalla con su hermano, Teo, pero eso fue hace años, cuando Ezra era solo un bebé. En aquel entonces, sueños vívid

SERENAEmpecé a responderle a Carlos, pero una sensación hormigueante estalló en mi cuerpo, extendiéndose como fuego salvaje por mis venas. El ramo se me cayó de la mano temblorosa.—C-creo que está pasando —jadeé con la voz tensa por la anticipación.El calor pulsaba bajo mi piel, haciéndome sudar. Aún no era medianoche, pero supuse que la loba dentro de mí estaba lista para salir.La voz de Carlos cortó la tensión.—¡Reynaldo, se está transformando!El salón quedó en silencio. Papá corrió hacia nosotros con Ezra. Su voz calmante llegó hasta mí.—Tienes que ir al patio. ¡Ahora!—¡Yo la llevaré! —sugirió Carlos.Papá negó con la cabeza.—No. Una loba celestial pasa por el proceso sola. Es nuestro ritual.—Está bien —pude sentir la decepción en su voz.—Cuida de Ezra. Asegúrate de que no se acerque al patio cuando me esté transformando —le dije a papá. No tendría ningún control sobre el proceso, y Ezra podría resultar herido si se quedaba cerca.—No te preocupes. ¡Ahora ve! —gritó papá.

ELÍAS—¿Carlos se encargó de Natalia? —Mi voz estaba cargada de confusión—. ¿Cuándo?Renata me miró con una confianza inquebrantable.—¿Eso es lo que te dijo? —pregunté. Ese bastardo. Mintió.Renata frunció el ceño.—No importa lo que me haya dicho —suspiró, bajando la mirada—. ¿Por qué estoy perdiendo mi tiempo hablando contigo? —murmuró, dándose la vuelta para marcharse—. Adiós, Alfa Elías.La agarré por la muñeca.—Renata, espera. Hay algo de lo que necesito hablarte.Su espalda se tensó y lentamente volvió a mirarme. Su largo cabello cayó sobre mi chaqueta, su aroma floral me excitaba. Luché contra el impulso de atraerla hacia mí y besarla hasta dejarla sin aliento. Después de la ser madre, se había vuelto más sexy.—Suéltame —dijo con firmeza. Me di cuenta de que todavía estoy sujetando su muñeca. La solté a regañadientes, observándola girarse completamente hacia mí. Sus ojos verdes, escondidos bajo esas largas pestañas, ardían de rabia.— No tengo tiempo para esto, Alfa Elías —s