5. Una versión distinta

Bella

Era yo quien nos había empujado a aquella situación tan vulnerable, y, aun así, él escogía la prudencia y el amor más grande para observarme.

Nuestros labios se tocaban. Compartían el mismo aliento.  Su corazón latiendo contra mi pecho, abrigando mis espasmos.

Éramos uno mismo.

No importaba cuanto la mafia decidiera interponerse. Al final del abismo, de ese obscuro y largo túnel que habíamos atravesado, solo éramos él y yo. Siempre.

Me aferré sin limitaciones a su contacto.

Mi mano entrelazada a la suya. Mi propio reflejo brillando a través de sus pupilas.

Joder, siempre habíamos sido un equipo, ¿en qué momento nos olvidamos de eso?

Me asaltaron las lágrimas. Sebastian contuvo las suyas para que las mías no se intensificaran. Pero no pude retenerlas. Ellas resbalaron por mis mejillas y yacieron en el surco de sus labios.

—Deja de llorar, mi amor —susurró en mi boca. Limpiándome con el dorso de su mano y sonriendo probablemente para animarme.

No era justo para él. No merecía su amor.

No cuando me lo había entregado todo y yo había hecho de ese sentimiento todo este calvario.

Él merecía a alguien que no cargara con el peso de sus demonios. Merecía una versión distinta a la que yo estaba ofreciéndole.

Bajé la mirada y tragué saliva.

—Aceptaré la ayuda de Sofía —dije con la voz pastosa—, haré lo que sea necesario para ser merecedora de tu amor.

—Hey, mírame — obedecí sabiendo el repentino cosquilleo que me causarían sus ojos—. No tienes que esforzarte por merecer nada. Mi amor te pertenece, ¿me oyes? —cogió mi mano y la llevó hasta la altura de su corazón. Latió contra mi palma—. Te pertenezco, y nunca te obligaré a hacer algo que no quieras.

—Sebastian… —ahogué un sollozo

—No, escúchame. Te prometí la libertad, ¿lo recuerdas? —asentí despacio—. No seré yo quien te la quite.

—Lo sé, pero quiero hacer esto… — sonreí con tristeza. Quizás afligida—. Me someteré a lo que sea con tal de tenernos de vuelta.

—Ven aquí, mi amor —Tiró de mi contra su pecho por lo que fueron largos segundos y besó mi frente antes de alejarse y volver a mirarme—. Quiero que sepas que no existe ni existirá otra mujer en mi vida que no seas tú. Sofía es solo parte del trabajo sucio que hacemos, nada más que eso. No tienes de que preocuparte.

—No me gusta cómo te mira —mascullé sorprendiéndole.

—Estoy seguro de que a ella tampoco le gusta el modo en el que yo te miro a ti.

Sentí un ligero rubor instalarse en mis mejillas que Sebastian no me dejó ocultar con los mechones de mi cabello. Los escondió detrás de mis orejas.

— ¿Y cómo me miras? —jugué un poco.

— ¿Prefieres que te lo diga o que te lo demuestre? —Sonreí ofuscada como una chiquilla—. En todo caso, nunca haré que sientas celos de otra mujer, ¿de acuerdo? Por el contrario, haré que ellas sientan celos de ti.

Si quiera podría explicar con palabras lo que sentí en ese momento, pero estaba segura de que mi lenguaje corporal había hablado por sí solo.

Lo besé.

Y lo hice con una devoción que se asemejaba al límite de la plenitud. Sebastian correspondió al embate de mis labios y me rodeó de la cintura con fuerza para ayudarme a enroscarlo con mis piernas. Nos arrastró hasta el filo de la cama y se sentó sin intenciones de dejar de besarme.

Acaricié su rostro. Enterré mis dedos en su cabello y probé de ese delicioso placer que me provocaba estar aferrada a su boca. Su lengua invadió mi cavidad. Yo le di la bienvenida envolviendo la mía a la suya.

Costaba creer que nos estuviésemos devorando de un modo como si se tratase de la primera vez.

El primer beso.

La primera caricia.

La primera vez que su cuerpo y el mío pasaron de ser dos a convertirse en una sola carne.

Nos alejamos un segundo para coger aire. Su frente pegada a la mía. Los ojos cerrados. No necesitábamos más en ese momento que simplemente saber que estábamos frente a la presencia del otro.

Pudimos volver a besarnos e intensificar aquel momento como algo más íntimo, pero dada la situación en la que nos encontrábamos, la mafia empezó a reclamarle.

Rigo apareció detrás de la puerta y se quedó mirando al frente, como dándonos ese segundo de privacidad que necesitábamos para incorporarnos.

Sebastian entrelazó su mano a la mía.

La mirada cómplice y silenciosa que compartieron, me indujo una pequeña sacudida en el pecho.

— ¿Qué ocurre? —pasé del uno al otro.

—Hemos perdido contacto con el exterior y están forzando la entrada.

Se me aceleró el pulso.

—Supongo que eso es malo.

Se aferró a mi mano con mucha más insistencia.

—Muy malo.

. . .

Sebastian

—No hay rastro de los guardias de acceso —me informó Carlo aun intentando ponerse en contacto con el exterior—. Si han caído no tenemos forma de saber quiénes o cuanto son de ellos.

—El equipo de Vicenzo Costa —sugerí.

Ahora que la policía de roma trabajaba en conjunto con nosotros, disponíamos de su gente para reforzar nuestras defensas.

—No hay comunicación —Carlo soltó el dispositivo inalámbrico contra el escritorio y recargó las manos inclinándose hacia adelante—. ¡Estamos jodidos, carajo!

Miré a Rigo.

— ¿De cuánto tiempo disponemos?

—Es imposible saberlo.

Isabella estaba temblando bajo mi contacto. Oteé al resto de mi gente. Un grupo estaba cerca de las escaleras. Sofía recargada tímida y expectante contra un pilar. Gia dándole confort a su bebé de apenas cuatro semanas y un Carlo mirándola como si toda su existencia se redujera a ella.

Respiré hondo.

—Bien, mantendremos la calma —hablé en voz alta para todos—. Si quiera sabemos si lograran forzar la entrada. Es un sistema casi impenetrable.

— ¿Qué pasaría si…? —inquirió Luigi desde el fondo. Un tanto inquieto.

¿Y cómo no…? si era un crio de apenas veinte años que había decidido bajo juramento seguir los pasos de su padre.

Uno de nuestros hombres caídos en el altercado en el bunker.

—Atacaremos —esclareció Rigo

Entonces, se hizo un súbito silencio…

. . .

Gia

« Te amo…»

Esas palabras se asentaron en mi pecho como una bomba de tiempo que amenazaba con explotar y arrollarlo todo en cuanto miré a Carlo.

Dos palabras que deshacían cualquier duda y miedo.

No gozaba de la habilidad tan extraordinaria que poseía mi gente a la hora de atacar, pero nada de eso impediría que peleara con uñas y dientes en pos de proteger a los míos.

Isabella se había hecho de un arma y permanecía a la par de Sebastian como la increíble guerrera que era. Dispuestos a todo, Rigo y Greco cubrieron la entrada a las escaleras apuntando con sus pistolas. Estaban muy decididos a disparar a lo que sea que apareciese detrás de la puerta.

El resto hacia lo mismo adoptando un silencio y una concentración inverosímil.

De repente, se dejó de escuchar el rumor que provocaba la puerta al intentar ser forzada. Carlo enroscó su mano a la mía. Apuntaba al frente.

Tenía los hombros tensados y la respiración contenida.

—Mantente detrás de mí, ¿de acuerdo? —me pidió con voz tensa.

Yo obedecí en silencio. Era lo mejor que podía hacer tratándose de un momento tan aterrador como el que estábamos viviendo. Si decidía reaccionar a través del miedo o los nervios, solo conseguiría desestabilizarlo y procurar una distracción que ahora mismo ninguno de ellos necesitaba.

—Tranquilo, bebé —susurré pegando los labios a la frente de mi hijo—. Mamá está aquí, mamá está aquí…

Y repetí esas palabras un par de veces más.

Al menos hasta que la puerta fue derribada.

Contuve una exclamación.

Mauro Ferragni se había quitado la capucha regalándonos una bocanada de calma a todos.

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