Capítulo 4: Presente, pasado, futuro

Kilian

Kilian Fox a sus veintisiete años era uno de los hombres más exitosos en el mundo de la tecnología automotriz; seguro de sí mismo, agradable, elegante, seductor y muy bien conservado, sin llegar a ser un muñeco de revista. Cualidades que también lo convertían en uno de los hombres más apetecibles de la ciudad, pero también uno de los más difíciles de atrapar. Sin embargo, en ese momento de su vida, todo ello no le servía para nada. Hubiese ofrecido su fama y su fortuna entera a cambio de evitar la incertidumbre y el dolor por los que atravesaba esa noche. 

Sentado al lado de esa cama de hospital, observaba a Anna Petrova entubada, inerte. Unas pocas horas antes, esa hermosa mujer contaba con una existencia plena, una carrera exitosa en el mundo del modelaje y ahora pendía de un hilo, un milagro. Lo más lamentable, era esa frágil vida inocente unida a la suya. 

Se le hacía muy difícil asimilar lo acontecido esa noche. Deseaba poder borrarla o por lo menos, haber actuado de manera diferente. Si solo hubiese puesto atención a la llamada anónima, en la que incluso le dieron la dirección donde se suponía se encontraba ella en ese momento. Seguro habrían discutido como solían hacer, por su testarudez, pero quizá habría evitado ese fatídico accidente y aunque ya no había nada por hacer, no podía dejar de pensar y recriminarse por ello. 

Y aunque Anna se encontraba en buenas manos, la frustración lo estaba acabando. Su amigo, Maximilian North, era uno de los mejores neurocirujanos del país, confiaba en él como profesional, aunque como hombre y aliado, un poco menos que en el pasado, porque sabía sobre lo que ocurrió entre ellos en el pasado, y no fue por Max. La misma Anna se lo confesó con la intención de despertarle celos después de una noche de fiesta en la que insistió en quedarse en su casa, pese a las reglas acordadas sobre lo que tenían. Ella se enfadó aún más al darse cuenta que había fallado en ambos cometidos. 

Era una mujer atractiva, segura de sí misma y de sus atributos, a la que no detenía una simple negativa y coincidían en muchos sitios. Eso lo orillaba a retomar sus encuentros con más frecuencia, pero bajo la única condición de disfrutar y eso parecía venirles bien a ambos. 

Pero esa tarde, tuvieron la peor de las discusiones cuando ella se presentó en su casa con maletas en mano, exigiéndole ciertos derechos, para desagrado de Mary y de él mismo. 

Cuando le aseguró que esperaba un hijo suyo, concebido quién sabe dónde o cuándo. Él le dijo que se haría cargo, pero que vivirían separados mientras nacía el bebé y luego realizarían las pruebas correspondientes para comprobar su paternidad.  Ella explotó furiosa y salió de la casa de la misma forma en que llegó, mostrándose ofendida.

Miró el monitor con sus pulsaciones y se perdió en él, cavilando en que si esa fatalidad no hubiese ocurrido, tampoco habría visto a Kassidy. Fue un enorme impacto darse cuenta de que llevaba demasiado tiempo extrañándola, ansiando su compañía, igual que su ácido sentido del humor y su aguda forma de percibir las cosas.

—¿Aún por aquí, Fox? Solo tenías autorizado unos minutos —le reclamó Max al entrar a la habitación y lo alejó de sus pensamientos. 

—Lo sé, ya me iba. Se me pasó el tiempo sin darme cuenta —explicó con genuino pesar. 

—No te preocupes, comprendo tu estado. La situación es muy difícil de asimilar, pero puedes estar tranquilo. Está en buenas manos. 

—¡Están… en buenas manos! —corrigió Kilian con un deje de molestia. 

—¡Eh, sí!, Con respecto a eso… 

—Con respecto al bebé. —Kilian no lo dejó terminar antes de agregar—: Mira, North, seré quien tome las decisiones sobre ambos por ser la última pareja pública de Anna. Enviaré por su madre a Europa y, con ella tomaremos las decisiones necesarias.

 

Su seriedad no le dejó más opciones al doctor Maximilian North, quien apretó los dientes y su mandíbula crujió. No podía rebatir aquello. La semana anterior los medios mostraron el reencuentro de la famosa pareja, muy a su pesar, y ahora, ese bebé cambiaba todo el panorama. Anna no le había lanzado la noticia, pero él también podría ser el padre, aunque no era capaz de hacerlo público o ella no se lo perdonaría jamás. Se lo había advertid; si lo hacía, la perdería definitivamente. 

—Comprendo —se forzó a contestar—. Pero ya debes irte. Estarás informado sobre cualquier cambio. 

Ninguno de los dos salía de la habitación, retándose con la mirada. 

Al final, fue Kilian quien se puso de pie, acercándose a Anna. 

Se despidió de ella con un beso en la frente y al voltearse, le divirtió ver la expresión de su amigo totalmente convulsionado, pero no lo mencionó, no había necesidad después de dejar las cosas claras. Le tendió la mano y se dieron un abrazo brusco para despedirse.

Kilian salió de la habitación con la esperanza de que Anna despertara pronto. Esta situación lo superaba, pues hasta esa noche, todo estaba bajo control en su vida, como a él le gustaba.

No sabía por qué hecho toda esa demostración de macho alfa allá dentro, cuando en realidad él no tenía más derechos que su amigo sobre esa mujer, pero entonces, recordó a esa pequeña criatura gestándose en el cuerpo de la modelo y dejó de sentirse mal. Si bien era cierto que sus sentimientos por ella no superaban el simple afecto, los buenos momentos compartidos bastaban para protegerlos, a ambos. No importaba si alguien opinaba distinto.

Se dirigió a la sala de espera y se sintió culpable al advertir a Mary dormitando en una incómoda silla. Se acercó suavemente para darle un beso en la cabeza y ella despertó. 

—Es hora de irnos. Te llevo a casa, pero en un par de horas debo regresar —dijo ayudándole a ponerse de pie y llamando la atención de una de las enfermeras, quien se ofreció a sacarlos de allí con discreción. 

Al salir del hospital no quiso reconocer su desilusión al no encontrar a sus amigas, pero no mencionó nada o Mary se burlaría de él por todo el camino. 

Ellos vivían en Steeple Hill Crescent, en la casa que perteneció a sus abuelos y que él heredó cuando fallecieron. No tardarían más de media hora en llegar. 

El camino se tornó en uno muy silencioso, hasta que se rompió por una llamada telefónica.

—Fox —respondió de manera ausente. 

—Señor, habla Clara. Lamento llamarlo en plena madrugada, pero he de confirmarle que ya me contactó el asistente de la señorita Evans, para redactar el comunicado de prensa sobre el accidente de esta noche. El señor Kovac se hará cargo de ser el portavoz mañana a primera hora. Mis disculpas por no haberlo hecho antes.

—¿Evans? ¿Kassidy se hizo cargo? —interrogó confundido. 

—Eh…, su asistente, pero sí —contestó Clara con un deje de duda en su voz—. Él me dijo que usted estaba al tanto, ¿es eso correcto?

—¡Por supuesto, Clara! Te lo agradezco. Buenas noches, querida —zanjó sonriendo como bobo. 

Gesto que Mary no dejó pasar al cubrirse la boca con la mano, en un intento vano por acallar las carcajadas y después le dio un par de palmaditas conciliadoras en el hombro como parte de su puesta en escena para enfadarlo.

Kilian prefirió cerrar la boca. Conocía los alcances de Mary para burlarse de él hasta dejarlo furioso, así que lo más sensato sería ignorarla. 

Después de unos minutos por fin entraron a casa y cada quien buscó su habitación, deseándose una buena noche o lo que quedaba de ella para descansar un rato. 

Al entrar a su habitación, detuvo de manera brusca la acción involuntaria y totalmente inconsciente de marcar el número de Kassidy. 

—¡Por Dios, Kilian! ¿Estás loco o eres idiota? —dijo, alejando el teléfono de su mano y lanzándolo a la cama cual granada a punto de explotar. 

Decidió darse un baño y bajo la ducha, recordó la razón por la que Kassidy llegó al hospital y se avergonzó. Debió haberlo considerado un hombre patético, pero no lo pensó así al marcar su número. Estaba conmocionado.

Y al verla, parte de su dolor se desvaneció solo con su mirada, con tener sus brazos alrededor de su pequeño cuerpo. Cuánta calma sintió con su cercanía y ese era uno de los tantos efectos que tenía sobre él y que tanto añoraba volver a experimentar. 

Salió del baño, se vistió nada más con un pantalón de pijama y se tumbó sobre la cama. 

En ese momento, se dio cuenta de que ya no sentía el hueco en el pecho que lo acompañaba desde hacía un tiempo. Con esa extraña y nueva sensación de sosiego, recordó tener nada más que un par de horas para cerrar los ojos. Debía regresar al hospital y hacerle frente a su nueva y caótica realidad. 

Solo le pidió al cielo entre susurros que todo acabara pronto para recobrar la vida que antes tenía.

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