Capítulo 5

—Nos vamos —dijo Jacob, cubriéndome la espalda con un abrigo grueso, mi abrigo.

—¿¡Qué!? ¿Por qué?

—Deben llevar el auto al taller, Louis pidió una grúa y tú te vienes conmigo —impuso como si tuviera potestad sobre mí.

—¿En serio? —Liberé una carcajada burlona y caminé hacia Louis, quien estaba guardando su caja de herramientas en el cajón de la camioneta—. ¿Con qué te amenazó el “honorable juez” para que enviaras mi auto al taller? —pregunté desdeñosa.

El mecánico se volteó hacia mí, pero antes que pudiera decir algo, Jacob llegó a escena. Siempre tan oportuno…

—Deja a Louis fuera de esto, él solo está haciendo su trabajo —increpó, su voz trasmitía enojo.

—No estoy tan segura —rechisté, empleando un tono similar al suyo. Él no podía enojarse más que yo—. ¿Cuánto tiempo estará mi auto en el taller?

—Hasta el mediodía de mañana, la cadena del tiempo se averió y hay que cambiarla. Si pudiera lo haría aquí, pero las condiciones no son las mejores. Aunque si duda de mí, puede llamar a alguien de su confianza para que revise su auto, no tengo ningún problema —dijo serio. Lo había ofendido.

—Lo siento, no debí acusarte de ese modo. Lo que sucede es que el sujeto que ves a mi lado no es digno de mi confianza y noté que te intimidó desde el principio, soy abogada, puedo leer las reacciones de las personas, y pensé que él te estaba coaccionado de alguna manera. ¿Lo hizo? Porque puedo defenderte de…

—No haría tal cosa, Ava. ¿Por qué me juzgas tan duramente? —apeló Jacob indignado.

—¡Porque no confío en usted ni me interesa hacerlo! —contesté exasperada, toda esa situación me superaba. Había pasado por mucho estrés y él no hacía más que empeorarlo todo.

Jacob apretó la mandíbula y asintió dos veces antes de desviar su mirada hacia Louis.

 —Tengo que irme ahora. ¿Cuento con que el auto de la señorita Greene estará listo mañana?

—Sí, eso es seguro, señor Juez —dijo con respeto, solo le faltó inclinarse delante de él como si fuera de la realeza.

—Jacob, para los amigos. —Le extendió la mano y Louis no dudó en estrechársela.

Bufé girando los ojos.

—Voy por mi camisa y luego nos vamos. —Se refirió a mí sin mirarme y caminó hacia el árbol donde la tenía colgada, cerca de donde vomité. Lo recordé y se me puso el rostro colorado.

—Tengo sus datos, la llamaré cuando el auto esté listo —informó, atrayendo mi atención a él. Tenía la mirada clavada en Jacob, en parte me sentía mal por ser tan dura con él y en parte creía que era lo que se merecía por no dejar de molestarme.

—Sí, muchas gracias, y disculpa que te involucrara en mis problemas con el señor Harris —murmuré avergonzada. Nunca me había pasado algo así.

—No se preocupe, he visto cosas peores —dijo con una risita.

—Vamos —espetó Harris con voz de mando cuando pasó por mi lado, sosteniendo en una de sus manos mi bolso. ¿En qué momento lo había tomado? Debió ser cuando hablaba con Emerson.

—Deme mi bolso —exigí caminando detrás de él, pero a duras penas podía seguirle el ritmo. Él caminaba rápido, tenía piernas largas y no lleva tacones, como yo.

—No.

—¿¡No!?

—Te lo daré cuando lleguemos a tu residencia.

—¿¡Ah, sí!? ¿Lo tendrá de rehén para que me vaya con usted?

—Sí —contestó muy tranquilo.

—¿Cuántos agravios va a cometer este día en contra de mi persona? —Le recriminé, haciendo hincapié en la palabra “agravios”, pero él ni se inmutó. Abrió el maletero de su lujoso BWM color plata y arrojó mi precioso bolso Louis Vuitton dentro. ¡Iba a matarlo!—. Es usted una bestia. ¿Sabe cuánto vale ese bolso? —Le reñí con aspereza. El hombre sacaba lo peor de mí.

—Sube al auto —ordenó abriendo la puerta del pasajero, sin mostrar ningún interés en mi reclamo.

—No quiero, deme mi bolso y márchese, puedo llegar a mi casa por mis propios medios —insistí, esperando que fuera sensato y me concediera mi deseo.

—No comprendo porqué me desprecias tanto. Entiendo que no confíes en mí, pero no soy un desconocido. Es más seguro que permitas que te lleve yo a que esperes aquí sola por un Uber o alguien que pudiera venir a recogerte —dijo comedido y tuve que estar de acuerdo con él. Quedarme sola en ese lugar no era seguro, así que acepté irme con él, tragándome mi orgullo. Jacob cerró la puerta al subirme y luego ocupó su puesto tras el volante, poniendo enseguida el auto en marcha. Me recosté contra el asiento de cuero y suspiré sintiendo alivio de poder ir finalmente a casa. No veía la hora de llegar, tomar un baño y meterme a la cama.

—¿Siempre eres así de amargada o es solo conmigo? —Se burló mientras conducía. Decidí ignorar su pregunta y, en cambio, planteé una propia.

—¿Tiene idea de adónde tiene que ir? —No me había preguntado mi dirección ¿cómo pretendía llevarme a casa?

—Sé dónde vives.

—¿¡Cómo dice!?

—Qué sé dónde vives, recurrí a un investigador privado en cuanto supe que, posiblemente, estabas esperando a mi primer hijo.

—¡Esto es inaudito! No solo se entera antes que yo del fiasco que cometieron en esa clínica, seguramente, por boca de su hermana, sino que tiene el atrevimiento de investigarme. ¡Que descaro el suyo! —Mi indignación era evidente. Lo que hizo era una absoluta violación a mi privacidad.

—Sara no tuvo nada que ver, me enteré de otra manera —refutó a la defensiva. Se escuchaba molesto, era un hermano protector, por lo visto.

—¿Cómo? Dígame, si tanto quiere eximir a su hermana de la culpa. —No había que ser muy inteligente para entender que Sara le dijo lo que sucedió y que él la estaba protegiendo para que yo no tomara represalias en su contra. También estaba segura de que si el “error” lo hubieran cometido con un don nadie, y no con él, yo ni me habría enterado.

—No puedo decírtelo, pero te aseguro que Sara nada tuvo que ver. Ella se encuentra completamente mortificada por lo que ha pasado, más tratándose de ti, que te tiene afecto. Me lo dijo cuando la enfrenté y no tuvo más remedio que admitir que era verdad.

—¿Afecto? Si me tuviera afecto me habría puesto en sobre aviso en lugar de participar en esa horrible emboscada que me hicieron. —Volví a sentir la rabia y la humillación que pasé en esa sala, cuando me dieron la noticia más inesperada de mi vida.

—Tienes razón, no debías enterarte de ese modo. Quería decírtelo yo cuando te vi en la sala de espera, pero pensé que no me creerías —explicó con discreción y me vi asintiendo. Era verdad, no le habría creído, habría pensado que quería tomarme el pelo. Si soy honesta, seguía teniendo mis dudas. ¿Y si me estaban engañando?

—Está tomando la dirección opuesta. —Le hice saber al darme cuenta de que iba hacia el Norte en lugar de ir a Sur.

—No, voy a donde quiero. Haremos antes una parada, dos, en realidad —respondió con singular arrogancia y encendió el reproductor de música a todo volumen, silenciando cualquier reclamo que le pudiera hacer. Un movimiento inteligente, grosero, pero inteligente.

Bien, la ves cuando te quedas dormido,

Pero nunca la tocas y nunca se queda

porque la quisiste demasiado

y te zambulliste demasiado profundo

[1]

Eso decía la letra de la canción. Era la primera vez que la escuchaba, como también a ese cantante y, aunque quería saber su nombre, decidí investigarlo por mis propios medios. Tenía una voz hermosa y una forma muy sentida de cantar.

En breve, Jacob detuvo el auto junto a la ventanilla de autoservicio de una tienda de comestibles, bajó el vidrio y silenció la música para hacer el pedido.

—Lléveme a casa, ahora mismo. Es lo que habíamos acordado, demuéstreme que es un hombre de honor y de palabra —exigí colerizada y el muy cínico se rio. Qué tonta de mí al pensar que por ser juez sería usted honorable —repliqué girando los ojos al momento que la cajera del autoservicio lo saludaba para atenderlo. En ese mismo instante, mi teléfono comenzó a timbrar con la tonadilla que elegí para Claire y decidí contestar, necesitaba una distracción.

—Hola.

—¿Hola? —cuestionó con un chillido aturdidor—. ¿Dónde has estado metida todo el día?

—No creerás cuando te lo diga.

—Pruébame.

—No, hablaremos cuando llegue a casa.

—Pero Avaaaaaa, yo quiero saber —insistió con voz infantil.

—Sé que sí, pero no es un buen momento.

—No demores mucho, yo también tengo algo que contarte. —Por el tono de su voz, parecía que estaba sonriendo.

—Si dependiera de mí… —musité resentida.

—¿Qué? —replicó Claire sin entender de lo que hablaba.

—Nada, nos vemos pronto. —Terminé la llamada al mismo tiempo que el Juez sin Juicio movió el auto hasta un puesto en el estacionamiento. Se giró hacia mí y me pasó una botella con agua, mentas y una barra de chocolate blanco. ¿Cómo sabía que era mi favorito? Lo miré recelosa y ponderé preguntarle qué tanto me investigó, porque no creía que fuera casualidad. Pero antes de que pudiera plantearle cualquier cosa, se volvió hacia el volante, reanudó la música y puso el auto en marcha, esperaba, que de camino a mi casa.

Abrí la botella y me bebí casi todo el contenido en tres sorbos. Después, me llevé una menta a la boca para deshacerme del mal sabor que me quedó después de las arcadas. El chocolate lo guardé para después, cuando estuviera sola para disfrutarlo a gusto. El Señor Juez se acababa de ganar varios puntos conmigo por su consideración, aunque quizás los perdería pronto, el hombre era experto en incordiarme.

 Cuando la canción terminó, apagó el reproductor y dijo algo que me dejó boquiabierta, hasta pensé que escuché mal.

—¿Qué ha dicho?

—Que te quites la blusa.

—¿Se ha vuelto loco? —grité desconcertada.

—Llevas una camiseta debajo, no estarías desnuda —replicó con sorna, el muy descarado.

—¿Y por qué tendría que quitármela? —rebatí, más enojada que antes.

—Porque la ensuciaste.

—¿Y eso qué? Ya me la cambiaré cuando llegue a mi casa, porque es ahí a donde vamos ¿cierto? —No dijo nada—. ¡Respóndame!

—Sí…, después de cenar —contestó temeroso, sabía lo que se le venía encima.

—¡Esto es el colmo! Aparte de chantajearme, me engaña. ¿Y así pretende ganarse mi confianza? —Perdió los puntos que había ganado más rápido de lo que imaginé—. Lléveme a casa de una m*****a vez si no quiere que lo acuse de secuestro y chantaje.

—No maldigas —dijo serio—. Y te llevaré a casa después de cenar, necesitas una buena comida y sé dónde conseguirla.

—¡No quiero ir a ningún lado con usted! ¿No lo entiende? ¡Lo desprecio!

—¿Por qué? No me conoces, todo lo que has hecho es juzgarme basándote en lo que te han dicho de mí, sin pruebas, sin permitir que me defienda —enunció empecinado—. Tú no eres la única víctima, Ava, los dos lo somos. Yo tampoco pedí que usaran mi esperma en ti, pero pasó, vamos a tener un hijo, te guste o no.

Era cierto, pero él había tenido tiempo de asimilarlo, yo no. Recién me daban la noticia. Ya había dicho que soy meticulosa, que odiaba los imprevistos, y ese fue el imprevisto más grande de mi vida, necesitaba tiempo y espacio para pensar y él no me lo estaba dando; al contrario, parecía que está haciendo todo lo posible por mantenerme a su lado.

—Entonces… ¿Aceptas mi invitación a cenar? —preguntó con un suspiro cansado.

—¿Qué otra opción tengo? Soy su rehén —respondí desdeñosa.

[1] Fragmento de Let Her Go de Passenger

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