Capítulo cinco

— Dos veces en un día — Soltó de repente.

— ¡Ojalá nos viéramos por otro motivo! — Hacía un par de horas que había estado en aquella misma sala, solo que ahora había otro cadáver.

— No me digas que el suicido tiene que ver con tu caso — Esbozó una media sonrisa.

— Me encantaría decirte que no, pero aquí estoy — Se mesaba la barba con nerviosismo. El caso se estaba complicando, era cuestión de tiempo que empezaran a pedir resultados.

— Pues, tenemos en la bandeja una joven de quince años que se le ocurrió la gran idea de tomarse unas pastillas causando una hemorragia interna — Se colocaron al lado de la camilla —. Esas pastillas, la destrozó por dentro. No hay órgano que no quedara afectado. Las arterias están hechas jirones, como si pequeñas bombas hubieran explotado por el torrente sanguíneo. Los espasmos fueron tan agudos que le desgarraron los músculos. — Movía la cabeza hacia los lados del horror. —  No le desearía esta tortura a ningún enemigo. — Observó a Freire a los ojos, pocas veces había sentido tanta compasión por un suicida.

— No creo que supiera lo que le ocurría si las tomaba — observó el cuerpo de la muchacha.

—Estúpida adolescencia — dio un aviso a los tanatopractores para que empezaran a preparar el cuerpo —. Creen que lo saben todo, y prácticamente les acaban de quitar el biberón. — Se tocó la frente — ¿Se sabe algo de qué pastillas eran?

— El laboratorio aún está en ello — una sobredosis de algo ¿pero de qué?

— Nunca he visto un caso tan agresivo, en cuanto sepas algo infórmame.

— ¿Tienes curiosidad?

—Muchísima — Esbozó una amplia sonrisa.

Necesitaba descansar, mientras dure la investigación se alojaría en un hostal del pueblo a tan solo cinco casas de la casa de Vanesa. La posadera, una mujer con afán de periodista, no dejó de hacerle preguntas mientras rellenaba la hoja de inscripción.

Es un pueblo muy pequeño donde todos se conocen, y él era la novedad del año. No tardó en hablarle de lo horrible que había sido enterarse del asesinato de la joven Sandra, una buena niña que siempre tenía la mirada baja, por ello desde pequeña tropezaba con todo. El pueblo sufría por el atroz crimen, y con la herida abierta la joven, Vanesa se suicida, aunque era algo esperado.

Vanesa fue abandonada por su padre cuando sólo era una niña. Su padrastro era un hombre muy agresivo, que no permitía que su mujer trabajara fuera de casa, y, a la vez, era un vago borracho incapaz de hacer nada por sí mismo. Mal vivían de la caridad y de algunas ayudas sociales.

Cuando las dos muchachas se hicieron amigas, a nadie le sorprendió, pues ambas eran unas inadaptadas que pasaban desapercibidas. Nunca sé habían metido en líos, eran serviciales y tenían muy baja autoestima; de lo buenas que eran, parecían tontas.

La posadera no paraba de hablar, no hacía falta hacerle preguntas, era el interrogatorio más fácil que había realizado en su vida.

— ¿Sabías que Vanesa estaba mal de salud? — Parecían dos viejas cotillas.

— Yo creo que el problema está en el agua o en la m****a que comemos — La mujer apretaba los labios y movía la cabeza — Hay varios muchachos en el pueblo que empezaron a enfermar. Sin ir más lejos el hijo de los Álvarez, ya no puede valerse por sí mismo. Era un muchacho normal, empezó a sacar unas notas increíbles, varias universidades se lo rifaban, y de repente, de un día para otro, empezó a olvidarse de las cosas, a perderse por el pueblo, incluso dentro de su casa. Lo han llevado a varios especialistas y no saben qué le pasa — Movía la cabeza con pesadez —. Y ahora esto — suspiro —. Espero que su alojamiento sea largo, pero que la investigación sea corta.

— Eso espero — Agarró las llaves y subió al primer piso.

Era una habitación sencilla, a la derecha había una cama enorme bañada por la luz de la ventana, a la izquierda un armario, de frente un baño completo, y en la esquina, un escritorio con vistas a la calle. Se asomó y vio a Pedro caminando de lado, estaba borracho y completamente ido; quizás la muerte de Vanesa le hizo más daño de lo que intentaba aparentar, o eso quiso pensar. Su abuela le decía que existe un demonio y un ángel dentro de nosotros, es nuestra decisión a cuál escuchamos.

Dejó el móvil y el portátil sobre el escritorio; colocó su maleta dentro del armario y puso en las perchas la ropa. Se acostó en la cama mientras de fondo escuchaba las grabaciones del interrogatorio de los tíos de Sandra; parecían buena gente, habían hecho un buen trabajo sustituyendo a los padres, sin embargo, la pobre no había superado sus muertes. Después escuchó el interrogatorio de los padres de Vanesa, se le revolvía el estómago cada vez escuchaba la voz de Pedro, parecía oír la voz de su propio padre.

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