Capítulo 2: El accidente del bosque.

Ivar era más interesante de lo que todos creían, él era fascinante. Cuando más sabía de él más quería saber, así que, los días se me pasaron en un momento, estar con él era muy fácil, y me encantaba.

  • Hemos quedado esta noche para ir al bosque – me dijo Olaf, justo cuando salíamos de clase - ¿te apuntas?

  • Claro – respondí, pues lo cierto era que hacía tiempo que no los veía, siempre estaba con Ivar últimamente.

  • El bicho raro te está mirando – se quejaba, haciendo que mirase hacia atrás, justo hacia donde él miraba, y lo encontrase allí, observándome. Quizás quería decirme algo, quizás no quería acercarse por mis amigos.

  • Nos vemos luego – me despedí de mis amigos, para luego emprender la marcha hacia él, pero en cuanto vio mis intenciones, metió las manos en sus bolsillos y se marchó sin más, como si estuviese huyendo de mí.

¿Qué mosca le habría picado?

Ese día fue muy raro, porque cuando fui a la cabaña, como cada tarde, nadie me abrió la puerta. Insistí, llamé repetidas veces, pero parecía que no había nadie allí.

Me di la vuelta y me marché a casa, pensando en ello. Era raro, que él no estuviese en casa, que no se hubiese acordado de nuestra cita para hacer el trabajo.

Pasé frente a la iglesia, y me quedé sorprendida de verle allí, cuchicheando con el padre Helge.

  • Recuerda hijo, aléjate de todo lo que pueda alterarte – le decía el cura, mientras este cerraba los ojos, molesto – no puedes dejar que él tome el control, no puedes…

El padre dejó de hablar, pues él se dio la vuelta y miró hacia mí, como si supiese que estaba allí. Pero ¿cómo podía saberlo?

Apretó los puños, molesto, mientras el cura le agarraba del brazo, intentando que volviese a calmarse.

  • Ivar – le llamó, pero él seguía con la mirada puesta en mí – ¡Maldita sea, Ivar! – insistió, tirando de él hacia la iglesia, haciendo que perdiésemos el contacto visual.

¿Qué había sido aquello? No podía entenderlo.

***

Caminaba junto a Olaf y Elin hacia el bosque, siguiendo el sendero que conectaba el pueblo con él, mientras una cuarta persona aparecía, a paso ligero, adelantándonos, pues en cierta forma también era el camino hacia su casa.

  • ¡Eh tú! ¡Bicho raro! – le llamó Olaf, mientras yo me sentía mal por ello. ¿Qué mosca le había picado a mi amigo? ¿Por qué no le tenía miedo como antes?

  • ¡Déjale en paz, Olaf! – le dije, agarrándole del brazo, para evitar que pudiese cometer una locura.

  • Parece que no te oye – añadía Elin, mirando hacia él, que seguía caminando sin más.

  • Quizás es porque prefiere que le llamen por su verdadero nombre – aseguraba – Ivar, el demonio – se detuvo, incapaz de avanzar un paso más, apretando los puños, cerrando los ojos, intentando pensar en algo agradable, evitando enfadarse.

  • ¡Ya basta! – me quejé, tirando del brazo de Olaf, para que dejase las bromas, mientras él se daba la vuelta y miraba hacia nosotros. Mi amigo sonrió, al darse cuenta de que lo había logrado.

Sus ojos miraban hacia mi mano, la misma que agarraba el brazo de mi amigo, y entonces me percaté de algo. Había una oscuridad en ellos que estaba empezando a emerger de las pupilas.

  • ¡Oh m****a! – se quejó Elin – ya está empezando a convertirse en demonio. Él la escuchó, pues en ese momento bajó la mirada, y siguió caminando sin más, hacia la casa.

  • ¿A dónde huyes, monstruo? – espetó Olaf, soltándose de mí, para luego echar a correr detrás de él, deteniéndose en cuanto Ivar volvió a voltearse, mirando hacia él, furioso, con sus enteros ojos negros. Ya no había ni un solo atisbo del color verde en ellos. ¿Qué demonios le había pasado?

  • Olaf – le llamó Elien - ¿qué coño haces? Aléjate de él.

  • Quiero demostrarle a Agatha que es verdad – comenzó, mientras yo le observaba, sin comprender – que Ivar es un demonio.

Ivar hizo un movimiento con la cabeza, lanzando a Olaf por los aires, haciendo que se chocase contra un árbol y cayese inconsciente al suelo.

Elien corrió tras él, mientras yo me llevaba las manos la boca, horrorizada por lo que acababa de presenciar, mientras él se fijaba en mí, tragando saliva, dándose cuenta de que yo había descubierto que era malo, justo lo que el resto del pueblo ya sabía, pues había sido testigo de ello cuando él tan sólo era un niño de diez años.

Sus ojos volvieron poco a poco a la normalidad, sin dejar de observarme, y cuando volvieron del todo caminó hacia mí, pero yo me eché hacia atrás, horrorizada, a pesar de que sabía que la persona que me miraba en ese momento no era la misma que minutos antes.

Él volvió a tragar saliva, y entonces se marchó, sin más, corriendo hacia casa, mientras yo volvía la vista hacia Olaf y Elien.

  • ¿A qué estás esperando? – preguntó hacia mí – llama a una ambulancia, en seguida.

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