Capítulo 4. Nunca olvides

   

— ¡Estás loca! —gritó Daniel quejándose del dolor en el sillón, ella se levantó y regresó al tocador, siguió desmaquillándose, mientras escuchó a Daniel maldecir unas cien veces. — ¡Puta madre! ¡Puta madre! ¡Eso duele! ¡A la verga! ¡Estás loca! ¡Dios mío! —Ella terminó de hacer sus cosas y se sentó en la orilla de la cama, miró a Daniel intentando reincorporarse, estaba rojo, pero bien rojo, la vena de su cuello y de la sien estaba resaltada, incluso ella pensó que estallaría, miró la alfombra, imaginando toda la sangre ahí, luego de esa imagen, levantó la mirada hacia a él.

    

— ¿Nunca te habían golpeado las pelotas? —Daniel negó con sus manos en sus partes bajas. —Eso responde, a todo ese drama—señaló a Daniel—Bien, tengo que dormir, cierra la puerta al salir. —Carolina se subió a la cama y Daniel no pudo creer lo que estaba escuchando, se levantó como pudo y salió de la habitación, al cerrar la puerta maldijo.

    

—Maldita loca. —Daniel cruzó como pudo la segunda planta de la casa de su padrino, bajó las escaleras y se encontró con su padre y el de Carolina, platicaban de algo, luego rompieron en risas, Daniel, intentó despistar el dolor que tenía. Pensó en ir a la cocina por hielo.

    

— ¡Hijo! —ambos miraron a Daniel bajar los últimos escalones, su padre arrugó su ceño. — ¿Dónde estabas? —Daniel pasó saliva con dificultad.

    

—Yo...

    

— ¿No me digas que estabas con Carolina? —preguntó su padrino, curioso.

    

—Tu hija me ha golpeado. —los hombres mayores se quedaron en silencio por un momento, luego estallaron en risas. —Con todo respeto, padrino, pero es una hija de su chingada madre. —los hombres notaron que se tocó por un momento sus partes nobles.

    

—Vaya, aún no se casan y ya se quieren matar.

    

Daniel se quedó al lado de su padre.

    

—Tiene su temperamento, pero si fuiste atacado, su razón tiene. —dijo el padre de Daniel, este lo miró con cara de pocos amigos.  

    

—Solo quería hablar de la propiedad que vamos a habitar, luego ni recuerdo, solo que no le gustó que le llamase "Caro"—el padre de   

Carolina, lo miró y detuvo su gesto de diversión.

    

—Puta madre, —miró la parte de abajo de Daniel. — ¿Dolió? —luego levantó la mirada.

    

Daniel no contestó.

    

—Deberías de saber, bueno, ya es tarde, pero a Carolina se le tiene prohibido decirle "Caro", es debido a su madre, así le decía yo cuando...—el hombre detuvo sus palabras.

    

—Ya compadre, déjese de chingaderas, olvide a esa mujer.

    

— ¿Cómo quiere que la olvide, compadre? —mira hacia la segunda planta—Si tengo el vivo recuerdo de ella en mi única hija.

    

—Lo bueno que su hija se sabe defender...—dijo el padre de Daniel en un tono de carrilla (Broma), este no dijo nada.

    

—Bien, me retiro a la casa. —dijo Daniel despidiéndose de los dos hombres.

    

—Bien, recuerda, Daniel: Ya eres un hombre comprometido ante todo el mundo, así que, si vas a hacer tus pendejadas, hazlas en privado, no quiero seguir limpiando tu cagadero.

    

—Nos vemos—dijo sin mirar atrás, se puso los lentes de sol que tenía en el interior de su americana, el hombre vestido de pingüino, le entregó el auto, Daniel se subió con cuidado, el cielo estaba terminando de aclararse.

    

Arrancó, estaba emputado, una mano en su miembro adolorido, torció sus labios por el dolor.

    

—Esto no se quedará así, Caro. —una sonrisa apareció en sus labios, pero se esfumó cuando sintió con el movimiento del auto, el dolor.

    

Carolina se retiró su antifaz para dormir, se adaptó con dificultad a la luz que entró por las grandes ventanas de su antigua habitación, se levantó y mentalmente organizó parte de su día, eran las diez de la mañana, con esas pocas horas bastaron para empezar; Después de un largo baño, de cambiarse para ir a cabalgar, Carolina bajó las escaleras, lista para desayunar y marcharse a recorrer las tierras.

    

El olor a comida, le abrió el apetito, al entrar al comedor vio a su padre leyendo el periódico.

    

—Buenos días, padre—se inclinó para darle un beso en la frente.

    

—Buenos días, hija, pensé que dormirías hasta el mediodía.

    

Ella tomó lugar a su lado y negó mientras alcanzó el contenedor de pan recién horneado, se le hizo agua a la boca.

    

—Quiero cabalgar, ponerme al día con los negocios, ver lo de la boda, tengo cuatro semanas exactas para armar todo.

    

—Vaya...—su padre dejó el periódico a un lado de su taza de café humeante y puso su mirada en ella, por un momento parecía que su ex esposa estaba ahí, eran idénticas cuando ella era joven, recordó aquel momento en que decidió dejarlos, su madre, Carolina, tenía problemas de ansiedad, cuando su hija tenía diez años, había empeorado, el estrés de la vida que estaban viviendo, la llevó a colapsar, eran pleitos diarios, hasta que la mujer no soportó y decidió divorciarse, Caro, como le decía su padre de cariño, no pudo llevarse a su hija, ya que el padre, lo evitó a toda costa. — ¿Qué le hiciste a Daniel hace horas atrás? —Carolina detuvo su tenedor a medio camino a su boca, lo dejó en el plato, luego presionó sus labios.

    

— ¿Qué ya fue de llorón contigo? —su padre negó, notó su enfado.

    

—Lo vimos bajar y se venía protegiendo sus pelotas, supuse que pasó algo...—Carolina presionó de nuevo sus labios, mostrando sus hoyuelos marcados, luego soltó un largo suspiro, se acomodó su cabello detrás de su oreja.

    

—Bueno, no me gusta que me toquen. —el padre de ella abrió sus ojos un poco más, con sorpresa, al verlo ella, negó. —Tranquilo, solo intentó poner orden a mis palabras, no le gustó cuando le troné los dedos para que se largara de mi habitación...

    

—Carolina—advirtió su padre.

    

—No, no, no, nada de Carolina, sabes que me emputa que invadan mi privacidad, cuando digo NO, es NO y claro, cuando cuento hasta tres, deberían de hacerme caso, pero no, se quiso hacerse vivito conmigo, pero no, conmigo no, —ella alcanzó el vaso del jugo de naranja. —Está como que bien mamón Daniel, se cree la última puta coca cola del desierto y que mis chicharrones solo truenan, que se vaya a la chingada, esto es lo que hay y algo mejor no va a encontrar, así se la pongo. Pinche pendejo...

    

—No digas groserías en la mesa. —ella detuvo lo que estaba haciendo, luego arqueó una ceja.

    

— ¿Qué? ¿Desde cuándo te molesta? Siempre he sido así—luego mira alrededor de ellos—No hay nadie como para ponerme a fingir que soy una pinche señorita de clase, de esas que tienen que callarse la puta boca por apariencia.

Su padre soltó un bufido.

    

—Desayuna, no nos pongamos más de mal humor. —el padre de Carolina retomó el periódico, al abrir las páginas y evitar que lo viera, él sonrió y negó con diversión. Parecía que Daniel y Carolina, eran sus peores nada.

    

Después de finalizar, Carolina se despidió de su padre, se recogió su cabello negro en una cola alta mientras caminó para las caballerizas, tenía muchas ganas de tomar sol y respirar aire nuevo, ya que puros corajes estuvo haciendo desde que llegó a la ciudad.

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