4. Adeline

La primera noche, no consigo dormir.

Hice todo lo que Anthony ordenó, al pie de la letra. Pero la sensación de soledad y el terror me embargaban por completo, ¿quiénes eran esos hombres? ¿Que querían?

Temblando, me atrevo a mirar las noticias, nerviosa por lo que pueda aparecer en ellas, Otto es un héroe de guerra, él y Anthony habían sido foco de atención luego de rescatar a todo un grupo de rehenes y soldados heridos.

Pero no hay noticias de la muerte de mi esposo o de mi desaparición. Probablemente no pase nada luego de un par de días. Nunca se sabe.

Mis niños patean en mi vientre, hago una mueca cuando uno de ellos se encarama en mis costillas, enviando una punzada de dolor en el costado.

— Tranquilos — murmuro, levantándome con dificultad, ni mis hijos ni mis pies estaban contentos por haber corrido el día anterior, y pasar en vela la mayor parte de la noche.

Muero de hambre, estoy en esa etapa del embarazo donde solo soy capaz de tragar y tragar, eso sin contar que mi olfato era como el de un sabueso, y el olor a Bacon recién tostado me tiene famélica.

Dudo acerca de llamar al recepcionista, sus ojos brillaron cuando le ofrecí los pocos cientos de euros en mi bolsa, era dinero que estaba destinado a la caridad, pero en este momento, no tenía alternativa. Solo esperaba que alguien más no tuviera la misma idea, o incluso más recursos para encontrarme.

Miro el reloj de pared que hay sobre la cama, han pasado más de veinte horas. Anthony debería estar aquí, hace horas tendría que haber llegado... ¿Se habrá arrepentido? no sería la primera vez después de todo.

— por favor — pido a nadie en especial, las lágrimas corren por mis mejillas de nuevo, intento calmarme, así que voy al baño y me miro al espejo, mi aspecto no es el mejor del mundo, mi cabello cobrizo está enredado y enmarañado, tengo ojeras y sigo estando tan pálida como cuando llegué.

había usado la tina para lavar mi ropa, que no era precisamente la adecuada para estar todo el tiempo, así que ahora tengo puesta una simple bata de baño demasiado grande, mi vientre hinchado no es demasiado grande, incluso para ser gemelos de casi seis meses. pero el doctor me había asegurado que estaban en perfectas condiciones.

— papi vendrá — digo acariciando a cada uno de mis niños, rogando al cielo que Anthony viniera por mí.

En ese momento, escucho la cerradura moverse ligeramente, todo ha estado tan silencioso que el sonido me hace saltar del susto ¡No! no podían haberme encontrado. Cierro la puerta del baño y cierro el pestillo, buscando una manera de escapar, no tenía armas ni formas de correr o esconderme, estaba descalza y en bata, sin contar que embarazada.

Luego de unos minutos, todo sigue en silencio, Anthony habría tocado, o se habría asegurado de hacerme saber que estaba aquí. Pero la habitación estaba en silencio.

cuando empiezo a pensar que probablemente solo estaba alucinando, la puerta prácticamente salta fuera de su lugar, intentando apartarme, tropiezo con la tina y caigo dentro. Aterrada, apoyo los brazos para no golpear mi trasero y arriesgarme a dañar a mis bebés.

— Bueno, eso fue fácil — dice una voz burlona, llorando y empapada, intento resistirme como puedo, pero el hombre, vestido de negro y con un arma en su mano derecha. Me toma por el brazo y me obliga a levantarme con brusquedad.

— No, por favor — lloro, intentando liberarme, pero su agarre es firme y luce irritado

— Átala — ordena, arrastrándome y arrojándome a la cama. Por un segundo, el dolor nubla mi visión. Mi vientre, caí sobre mi vientre.

— Maldita sea, Green, el mocoso es importante — se queja un segundo hombre, pero a duras penas consigo registrar sus palabras, tanteo mi vientre, pero el golpe, aunque doloroso, no parece grave. Mis bebés patalean y yo solo puedo llorar, sintiendo una punzada que recorre hasta mis piernas.

— Como sea, no entiendo por qué haceos esto, Alana dijo que no obedeciéramos al imbécil — se queja el primer hombre. La segunda toma mis manos y las pone detrás de mí, demasiado juntas, las ata con una cuerda rígida.

— Alana no nos paga — ahora, van mis pies, y antes de darme cuenta, ponen un trozo de cinta en mi boca y un trozo de tela en mis ojos.

— buen punto — admite — ¿listo?

me sujetan por los pies y entre ambos me cargan, el dolor en mi vientre me hace llorar, la mera idea de perder a mis hijos...Incluso si ni Otto ni Anthony podían conocerlos, mis niños jamás verían la luz del sol.

no veo por donde me llevan, pero siento el olor a gasolina que emana de un auto encendido, una puerta que se abre y luego me recuestan sobre algo duro.

El sonido de un golpe, seguido por una sacudida y más sonidos de lucha.

Por favor, por favor que sea él.

Todo empieza a moverse a mi alrededor, pero no esto segura de lo que sucede, Solo puedo llorar y rogar que sea él.

Los sonidos de lucha se detienen. Mi corazón late con fuerza y el terror me invade, pero en cuanto siento la luz del sol calentar mi rostro y un par de manos grandes me agarran, siento pánico.

intento alejarme, pero el hombre no dice una palabra, solo me carga en brazos y corre conmigo a cuestas.

Antes de darme cuenta estamos de regreso en un lugar cerrado, debe ser la habitación. Cierra la puerta y me deposita en la cama con delicadeza antes de deshacerse de las cuerdas.

cuando puedo ver de nuevo, me echo a llorar de alivio. Anthony, Anthony vino por mí.

Anthony es un hombre de pocas palabras. Pero por la forma en que mira mi vientre hinchado, se ha quedado sin ellas, tragando con fuerza, me quito la cinta de la boca con delicadeza. Anthony se aparta, tenso como un resorte, sale de la habitación.

— Espera — digo, intentando ponerme de pie, pero mi vientre duele cuando intento hacerlo. Por suerte, Anthony regresa cargando un cuerpo y arrastrando el otro. Aparto la mirada, sintiendo nauseas. Agradezco cuando los lleva al baño y cierra la puerta.

— ¿Son todos? — pregunta, tiene puesto pantalones anchos y una camiseta también oscura, está tenso y alerta, su cabellera rojiza, cortada casi al ras, y una barba de varios días adornaban su expresión alerta, un par de ojos verdes y brillantes me miran, con una mirada extraña en su rostro — responde Adeline

— Eso creo — digo, asintiendo — di-dijeron algo sobre que era sencillo, quieren a mis bebés

— ¿por qué no lo dijiste? — pregunta, acercándose a la cama y tomando una mochila enorme, la abre y rebusca dentro — habría enviado a alguien para buscarte antes.

— N-no lo sé — admito, encogiéndome — n-necesito ir al hospital — pido, resistiendo las ganas de llorar.

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