Eterno
Eterno
Por: BarushVondegrey16
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Una mañana soleada daba la bienvenida al primer día del mes de mayo. Llena de una brisa primaveral que acariciaba a todo ser vivo que caminaba por aquellos parajes. El olor de las gardenias era exquisito y las aves se dejaban ver entre los matorrales del jardín con sus tiernas figuras en vivos colores. 

Ese jardín era casi como estar en el mismísimo Edén. 

Entre aquella flora estaba Sarah Lussac, la habitante más joven de la gran casa. La hija favorita del dueño de casa y algunas veces el dolor de cabeza de una madre un poco neurótica. 

La joven tenía su mirada clavada en un libro; sentada en una banca sonriendo e imaginando cómo sería estar dentro de uno de esos fantásticos cuentos, llenos de aventuras y cosas a la imaginación.

Su madre siempre decía que esos libros solo servían para llenar de tonterías la cabeza de las señoritas, príncipes azules y amores verdaderos, solo cosas tontas, ya que para una sociedad como en la que vivían, eso no existía. La mujer tendía a ser bastante gráfica y clara con su hija, desde muy corta edad le había hecho entender  a Sarah cuál sería su lugar y función en la vida dado a ser la única hija mujer del matrimonio Lussac. 

No era algo que alegrara a Sarah, a veces incluso se negaba a ello, ya que creía ciegamente en las palabras de su fallecida abuela, mismas que aún resonaban en su cabeza como si apenas las hubiese dicho. 

«El amor si existe, solo la persona indicada te hará sentir todas esas maravillosas sensaciones, simplemente debes tener fe»

— Mi lady — llamó Claire, la dama de compañía, misma que acababa de correr el largo brazo de un rebelde rosal que le servía de escondite a Sarah que tendía a huir de su imponente madre. 

Sarah apartó la mirada de su libro y observó la mujer rubia que le hablaba, de facciones de ángel y ancha sonrisa. Una mujer criada para estar a la mano de quien se le asignará.

— ¿Qué sucede?, ¿Mi madre otra vez? — pregunta la jovencita con cierta mueca de no hacerle gracia. Dejo el libro a un lado y se colocó de pie,  aliso un poco los pliegues de su vestido azul celeste y miro fijamente a Claire. 

— Vengo para anunciar la llegada de lord Kensington, le espera en la sala del té. 

Sarah sonríe ante aquella mención. Puesto que al parecer alguien al fin se había acordado de ella después de varios días. 

— Perfecto. Voy para allá. 

Su mejor amigo desde la infancia estaba en su residencia, algo que seguramente le alegraba. Siempre han estado juntos y más cuando se trataba de hacer travesuras. Eran considerados terribles, al punto de haberles separado por una época en sus vidas para evitar desastres. Mismos que al sol de hoy, recodaban con risas.

Con pasos firmes y postura erguida, Sarah entra a su casa nuevamente para dirigirse hacia la sala del té, usada generalmente para atender visitas. Al entrar vio rápidamente la cabellera rubia de Lord Kensington. 

Erick al ver aparecer a Sarah por el gran pórtico se pone de pie y saluda sonriente. Ambos hacen una inclinación en forma de respeto y toman asiento.

— Sarah, que radiante te ves hoy — dijo Erick con una ancha sonrisa.

— Pues tú tampoco te ves mal, mi lord. 

Ambos ríen ante la última mención de Sarah. Los cumplidos entre ambos siempre eran cosa normal, todo el tiempo acostumbran a hacerlo para luego dar entrada a una amena charla.

— ¿Y qué te trae por aquí libertino?, ¿al fin de te acuerdas de que tienes una buena amiga a la que hay que visitar? — pregunta Sarah con cierto tono de gracia y una sonrisita burlona.

— ¿En serio ha pasado tanto tiempo?, no lo creo. 

— Que interesante, pero sé que desde que hayas decidido venir tan temprano es porque ha pasado algo en tu casa, ¿me equivoco acaso?

— Como siempre, tan suspicaz, ¿segura que no eres una especie de bruja?

Erick en parte era un hombre libertino, siempre le gustaba estar con diferentes mujeres sin importar la situación o circunstancia. Incluso varias veces ha tenido enredos con mujeres casadas y como siempre, Sarah se veía involucrada como cómplice de los actos de su tan apreciado amigo.

— Mi madre ha vuelto a atacarme con lo mismo de siempre — continuó Erick — «Debes poner los pies en la tierra y buscar esposa, ya estás en edad de engendrar un heredero» — remeda la voz de su madre de forma ridícula, algo a lo que Sarah lanza una sonora carcajada.

— ¿Y eso que tiene de malo? Es el trabajo de una madre, supongo.

— Pues aún no estoy para casarme. Créeme que aún no hay mujer que me amarre la soga al cuello.

Sarah negó con la cabeza dando a entender que su buen amigo nunca cambiará.

— ¿Galletas? — pregunta Sarah mientras que le estira una charola con galletas a Erick.

— Claro — Erick toma varias galletas y se las lleva a la boca pareciendo un cerdo. Delante de Sarah él nunca cuidaba los modales, así era siempre, la confianza entre ambos era impresionante para quien los viera.

—¿Té? — ofrece Sarah por cortesía o más por ver que iba a acabar atragantado.

— Es para nenas. A mí dame un café.

— Bien…

Rápidamente Sarah encarga a una criada un café y esta de inmediato corre desapareciendo del lugar. Es luego regresa trayendo el dichoso café negro que tanto le gusta a Lord Kensington.

— Vaya, y pensar que en una mañana como esta nos metimos en un gran lío — dijo Erick evocando viejos recuerdos — Hoy estamos a 1 de mayo, ¿Verdad? — Sarah asiente — La vez que sin querer dejamos escapar las gallinas del galpón y entraron a la casa. 

— Ni lo menciones. Ese día termine con plumas por todas partes, ¡Que animales más veloces!, Pero debo admitir que fue gracioso ver correr de aquí para allá a los criados atrapando gallinas por toda tu casa.

— Si, si, lo sé. Mi padre ese día estaba que echaba humo por los oídos — Erick se ríe — Aún me cuesta un poco creer que aquel hombre al que le saque ese montón de canas por mis imprudencias ya no este más en este mundo y haya dejado todos sus negocios sobre mi espalda.

Sarah sonríe con tristeza al recordar que Erick era muy apegado a su padre, un hombre divertido, pero serio y recto a la vez, que amaba demasiado a su esposa e hijo y hace poco dejó este mundo para irse a un lugar mejor.

— Fue una vergüenza la que pasamos ambos ese día. Creo que eso jamás se me olvidará.

— Ni a mí. Verte rodar como un cerdo por las gradas no tiene ningún precio — Erick se burla escandalosamente ganándose una mirada indignada por parte de Sarah.

—¡Oye no! — Sarah le da un golpe en el brazo a Erick y este solo chilla de dolor, ¿Quién dice que esa chica tan menuda que tiene al lado no tiene la fuerza de un hombre?

Ambos siguieron riendo mientras recordaban viejos momentos de su infancia. Donde hacían travesuras día y noche sin descanso, siempre ambos niñitos para ese entonces, permanecían más castigados que gozando de su efímera infancia. Incluso recordaron cómo fue el momento cuando ambos se regalaron ese par de cadenas de oro, donde cada una llevaba la mitad de un anillo. Sarah la llevaba siempre puesta al igual que Erick.

A él siempre sus amantes clandestinas cuando veían la cadena le preguntaban si él ya tenía algún compromiso con una mujer, lo que él siempre negaba.

El significado de aquel regalo dado en una tarde de invierno podría ser ese. Pero para ellos solo era la señal de la más pura amistad que puede haber entre dos personas.

Lady Lussac quien cruzaba por los alrededores de aquel salón se detuvo para mirar como su hija y Lord Kensington reían a carcajadas. Desde muy pequeños ella sabía la gran amistad que había entre ambas familias y sus hijos más menores. Y no habría nada mejor en la vida que ver a ese par en matrimonio, Lord Kensington posee una gran fortuna y que sería mejor que su hija para obtener el título de marquesa.

Pero por desgracia, tal parecía que ese no era el plan de ambos jóvenes. Sarah solo veía a Erick como un fiel amigo y Erick también veía a Sarah de igual forma. Así que eso dejaba mucho que desear.

— ¿Tienes alguna noticia interesante de Londres? — preguntó Sarah — Ya sabes que en esta casa de campo no son muchas las noticias que lleguen de forma rápida. 

Erick vivía más adentro de Londres, así que él solía enterarse de más cosas — Y no solo por escuchar las conversaciones de su madre y oras mujeres — o estar por allí recorriendo las calles en compañía de algunos conocidos o solo.

— Si te dijera — dijo Erick recordando las últimas novedades.

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