Capítulo tres

Todo mi equipaje estaba listo, Maura había pasado toda la noche ayudándome a empaquetarlo, le daba pena separarse de su hermanita del alma.

—No tienes por qué exagerarlo todo, ni que me fuera a otro punto del país, solo me cambio de casa, podremos vernos cuando queramos.

—Pero ya no será lo mismo.

Maura estaba echada en la cama mientras yo me peinaba el cabello frente al espejo, estaba lista para marcharse.

—Venga alégrate por mí. - puse caras y me senté en la cama junto a ella.

—Sí que me he alegro por tí, pero también quiero seguir cuidando de la única hermana que tengo. —se acomodó y me acarició el pelo con los dedos.

—Ya lo has hecho, y créeme, te estoy haciendo un gran favor, ya no tendrás que preocuparte mucho por mí, ahora tengo trabajo.

—Querrás decir que ya no tendrás que aguantar a Iván. —Sonreí y me puse en pie.

—Eso también.

—Mira que eres mala. 

Se puso igualmente en pie y me ayudó con mis cosas para sacarlas de la casa y meterlas en el auto de Iván quien iba a acompañarnos.

—Mi cuñadita se ha hecho mayor, quién lo diría. —comentó mientras nos subíamos al auto.

—Al menos yo he conseguido algo, a saber, cuánto te falta para hacer lo mismo.

—¡Freya! —advirtió mi hermana. Es que ese chico me sacaba de quicio, no lo aguantaba y hasta ahora no entendía cómo Maura sí.

—¿Qué? Ha comenzado él. — yo estaba sentada detrás mientras Maura e Iván iban delante.

—Ya tengo a tu hermana, me basta.

—¿Lo has oído Mau? Es un aprovechado.

—¿Podéis dejar de pelearos alguna vez en vuestra vida? Nos queremos, Freya. Lo suficiente como para esperar a que la suerte lo acompañe y consiga algo como a ti te ha pasado.

—Dudo que sea lo mismo, pero si es lo que quieres creer por mí bien, ya no tendréis que preocuparos por mí.

—Se ha mosqueado la fresca. — canturreó Iván.

—Y tú detente ya, ¿sí? Ya es bastante la que os habéis montado.

—Lo siento, cariño. —le dio un beso en la mejilla. 

Puse los ojos en blanco, pero me abstuve de pronunciar otra palabra, ya bastante tenía con todo. No entendía cómo mi hermana se había podido fijar en Iván, alguien que no se molestaba en encontrar algo que hacer, estaba todo el tiempo pegado a ella; a veces el amor podía ser tan inapropiado. 

Llegamos hasta una mansión preciosa, enorme y vallada, según la dirección que me enviaron ayer en la noche junto con las normas que debía seguir en mi nuevo lugar de trabajo. Los tres nos quedaron totalmente impresionados. Nos bajamos del auto y nos quedamos atónitos observándola.

—¿Y dices que ésta será tu nueva casa? —preguntó Maura.

—Eso parece—. contesté volviendo a revisar la dirección en mi móvil.

—Mira lo que se ha conseguido la niña. —habló Iván con las manos cruzadas sobre su pecho y apoyado contra el coche. Lo fulminé con la mirada. —Ya no tendrás que preocuparte por tu amor platónico. — dijo con una sonrisa. Miré a mi hermana atónita.

—¿Es que se lo has contado? —Maura volvió en sí y nos observó.

—Lo siento, no pude guardármelo. - Iván rió aún más fuerte.

—Ya lo veo, gracias hermana. —me dirigí al maletero mosqueada a recoger mis cosas.

—Pero no te enfades conmigo, él casi forma parte de nuestra familia, ¿por qué no puedes entender eso?

—Te miro y no te reconozco ¿dónde se ha metido mi hermana? Pero, ¿sabes qué?, no me contestes a la pregunta, puedes quedarte con el nuevo familiar. — saqué mis cosas del maletero y me acerqué a la reja. Maura me alcanzó.

—¿Vamos a despedirnos enfadadas? — preguntó haciendo pucheros, suspiré y me relajé.

— No. —Maura sonrió y me dio un fuerte abrazo.

—Te quiero, hermanita y espero que te vaya muy pero que muy bien.

—Gracias.

—¿Puedo unirme al abrazo? — preguntó Iván—Soy como de la familia.

—Ni se te ocurra. —le advertí.

Instantes después nos separamos.

—Pórtate bien ¿si? —me sugerió Maura.

—Si es lo que tengo que hacer para no tener que compartir nada más con tu novio, créeme que lo haré.

Los vi alejarse con el coche y me quedé totalmente sola. Suspiré y me di la vuelta. Tomé mis cosas, travesé la valla y caminé hacia la puerta principal. La parte externos de la casa era espaciosa, tenía un campo de césped recién cortada y a un lado podía verse un pequeño parque infantil, debía ser del niño de la casa. Todo alrededor era realmente hermoso.

Llamé al timbre y acudió a mi encuentro una mujer de aproximadamente cuarenta y tantos años, seguramente era el ama de llaves y están acompañada de un hombre alto e igualmente mayor con traje.

—Señorita Freya Morrison. —habló el tipo con las manos cruzadas. — Bienvenida a la mansión Laurent.

—Gracias.

—Mi nombre es Alfred, el chófer del niño. Y ella—dijo refiriéndose al ama de llaves—Es Celestina, la ama de llaves, la ayudará en todo y le enseñará todo.

—Es un gusto conocerlos.

—Venga, la mostraré la casa. —se ofreció Celestina.

Alfred me ayudó con la maleta mientras entrábamos en la casa. El recibidor era ámplio y elegante. Tomamos las escaleras que guiaban a las habitaciones del piso de arriba.

—El niño ahora está en clase, —habló Celestina —no parecía entusiasmado con la idea de tener niñera, pero se acostumbrará. —sonrió.

Subimos las escaleras y me acompañó hasta lo que ahora iba a ser mi cuarto. Celestina quitó las llaves y abrió la puerta. Alfred introdujo mis cosas un poquito después.

—Bienvenida a tu nuevo cuarto, espero que le guste.

—La dejamos que se instale, más tarde le mostraré partes de la casa que debería conocer.

—Muchas gracias.

Alfred y Celestina salieron de la habitación y cerraron tras de sí la puerta. 

Estaba asombrada por el cuarto que me había tocado, era precioso y tenía todo lo necesario, una cama cómoda, un vestidor y un cuarto de baño.

Me dejé caer sobre la cama y pensé en cómo estaba cambiando mi vida, de mi bolso saqué el pañuelo blanco y suave que recibí de aquél hombre guapo y apuesto, lo acaricié, tal vez tenía una razón para volver a verlo, como agradecerle por darme una segunda oportunidad y ayudarme a conseguir el trabajo. Sonreí como una tonta mientras aspiraba el olor del pañuelo, después de dos días seguía oliendo a él. Me volví en mí, tenía que ordenar mis cosas, conocer la casa y de má aunque estaba más ansiosa por conocer al niño, ¿cómo sería? Guardé el pañuelo bajo la almohada, más tarde desempaqué mis cosas ordenándolas en su lugar.

Una vez hube acabado, salí del cuarto y bajé las escaleras, Celestina estaba abajo, me vio y vino a mi encuentro.

—Bien, ha acabado. —habló—Le mostraré primero el cuarto del niño. — asentí y subimos de nuevo las escaleras. —Procuramos que vuestros cuartos se encuentren lo más cerca posible.

El pasillo era largo, pasamos por mi cuarto y unos pasos más adelante se encontraba otro cuarto.

—Es este.—dijo Celestina sacando las llaves y abriendo la puerta.

Mis ojos recorrieron por todo el cuarto, los colores, dibujos, todo era precioso para un niño de cinco años, las sábanas tenían dibujos de los vengadores, sonreí. De pronto mi mirada quedó clavada en la foto que se encontraba sobre la mesita de noche. Me acerqué y la tomé, era el niño acompañado de una mujer joven y hermosa.

—¿Quién es ella? —pregunté curiosa.

—Es su madre.

—Es preciosa ¿dónde está?

—No está, es lo único que te importa saber. —me arrebató la fotografía y la depositó en su lugar, no entendía nada, pero no insistí. —¿Nos vamos? Quiero que conozcas la cocina.

Obedecí y salimos del cuarto. Más al fondo al otro lado se encontraba otra puerta cerrada.

—Eso es el cuarto del señor de la casa —parecía haberme leído la mente — no tienes por qué acercarte allí. —Ni que tuvieran que decírlo dos veces.

Las dos bajamos las escaleras y la seguí hasta lo que era la cocina, decir que era preciosa era quedarse corto, en resumen, todo en esa casa era maravilloso.

—Esta es Cloe—me dijo presentándome a la moza que estaba ordenando los armarios. La tendí la mano.

—Encantada de conocerte. —ella me sonrió, era mucho más joven que Celestina y parecía agradable. —Me llamo Freya.

—Me gusta tu nombre.

—Gracias.

—Bienvenida. —me sonrió —Pareces joven, ¿cuántos años tienes?

—Veintidós.

—Vaya, un placer conocerte. —sonreí, esa chica podría caerme bien.

—De acuerdo, —habló Celestina que ahora se encontraba detrás de la encimera arreglando las verduras. — es hora de que conozcas algunas normas las que obviamente no se encuentran en el contrato que te dieron. 

—Allí vamos. —canturreó Cloe en un susurro.

—Normas que obviamente Cloe no siguió al pie de la letra y podrá contarte que no le fue muy bien— Las miré curiosa.

—Primero, bajo ningún concepto hagáis preguntas sobre la madre de Hazel, el niño, segundo no intentéis coquetear con el señor Laurent—eso último lo dijo con un tono más imperativo con la mirada puesta en Cloe. —a no ser que queráis perder el trabajo claro.

—Que no hice nada, —se quejó Cloe— solo intentaba ayudarlo.

De repente me di cuenta de que había dicho Laurent, ¿será el mismo Laurent que conocí hace unos días? No podía ser, quizás solo se tratara de otra persona.

—¿Sigues todavía con nosotras? —las miré, me estaban mirando.

—Sí, claro.

—¿Cuál es la tercera norma? — preguntó Celestina. Las miré pensando en qué contestar, pero es que no me conocía la respuesta, no las había escuchado.

—Perdone —ya no podía seguir con la duda. —si el señor es de apellido Laurent, ¿cuál es su nombre? —me miraron de manera extraña. ¿No iban a contestarme? De pronto sonó el teléfono fijo en el salón y se apresuró Celestina en contestar.

Minutos después regresó a encontrarnos en la cocina.

—¿Y? —preguntó Cloe.

—Era el señor Laurent, Hazel ha tenido problemas en clase y no puede acudir a la convocatoria porque tiene mucho trabajo por lo tanto necesita que lo haga su niñera —me miró a mí. —tú Freya, tendrás que enterarte de lo que le ha pasado al niño e informarle cuando regrese, Alfred te llevará al colegio.

Genial, mi primer día de trabajo y mi niño tenía problemas, para empeorar la situación, su padre no tenía tiempo suficiente para él, a saber por lo que estará pasando el pobre niño y me refería a pobre moralmente, porque casi lo tenía todo excepto la atención del que se suponía que era su padre y de la presencia de su madre, a saber, qué será de ella ya que todo en esa casa empezaba siendo un misterio.


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