—No quiero que te sientas bajo presión, estás embarazada, no te agobies con esto —dijo Giovanni—. Eres libre de hacer lo que desees, soy tu esposo. Mientras dure nuestro acuerdo, lo único que pido, es respeto. —Entiendo eso… —respondió Kathia, su expresión seria. La noche continuó, ambos sabían que algo había cambiado en el ambiente. A medida que la conversación avanzaba, Kathia estaba lista para proseguir con sus planes. ……………. Minutos más tarde, Kathia y Giovanni se encontraron cerca de la piscina, donde el suave murmullo del agua creaba una atmósfera casi mágica. Las luces que iluminaban la terraza se reflejaban en las aguas cristalinas, y el aroma de la cena aún flotaba en el aire. Kathia se dispuso a servir una copa de vino tinto, el aroma rico y afrutado llenó el espacio entre ellos. Aunque ella no bebía por su embarazo, su sonrisa era radiante. —Aquí tienes —dijo la mujer, mientras le ofrecía la copa a Giovanni. Él tomó el vino y, mientras lo hacía, sus ojos
La música suave seguía sonando en el fondo, creando una atmósfera envolvente que parecía intensificar cada latido del corazón de la mujer. Kathia, sentada en las piernas de Giovanni, experimentaba una mezcla de emociones que la abrumaban. Su corazón latía rápidamente, y aunque el deseo comenzaba a crecer en su interior, una parte de ella se resistía, recordándole las dudas que la atormentaban. —¿De verdad estás seguro de lo que sientes por mí? —preguntó Kathia, dejando escapar sus temores. La vulnerabilidad era evidente en su voz, y sus ojos se encontraron con los de Giovanni, buscando respuestas en la profundidad de su mirada gris. Giovanni se inclinó hacia ella, su rostro tan cerca que podía sentir el calor de su aliento. Con una sonrisa traviesa, respondió: —Por supuesto que estoy seguro, linda. Eres la mujer que elegí, y eso no cambiará. Las palabras de Giovanni llenaron de emoción el corazón de Kathia, pero al mismo tiempo, la inseguridad crecía en su pecho. Recordaba cómo
Giovanni estaba reclinado en la silla de la piscina, su espalda apoyada en el respaldo, mientras sus intensos ojos grises se posaban en la hermosa mujer castaña frente a él. Kathia, desnuda excepto por su pequeña tanga roja, estaba sentada de manera provocativa, una pierna a cada lado, mirándolo fijamente. Con movimientos suaves, ella llevó una mano a su cabello, apartando los mechones que caían sobre su rostro. Su otra mano, con un toque audaz, liberó la erección de Giovanni de su ropa interior. Los movimientos de Kathia eran intensos, a veces más suaves, como si quisiera jugar con él. Sin embargo, sus ojos avellana nunca se apartaban de su rostro, llenos de deseo. Giovanni moría por verla, cada expresión, cada jadeo, el deseo ardía en su interior como si quisiera consumirlo en llamas de placer. Pero, a pesar de su necesidad, se contenía, dejándola jugar a su antojo. Sus manos exploraban su cuerpo con ansias, tocando sus muslos, caderas, cintura y senos, mientras una tensión pl
✧✧✧ La mañana del día siguiente. ✧✧✧ Kathia despertó en su habitación matrimonial, rodeada por las suaves sábanas blancas que la envolvían cálidamente. La luz del nuevo día se filtraba a través de la ventana, iluminando el espacio. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras su mirada se perdía en el techo. —Me ama… —susurró para sí misma, como si aún le costara creerlo. Era un pensamiento que la llenaba de alegría; el hombre con el que se había casado, ese del que estaba perdidamente enamorada, le había confesado que sus sentimientos eran recíprocos. La emoción la envolvía. Con cuidado, Kathia comenzó a sentarse en la cama. Sus ojos se posaron en el anillo de matrimonio que brillaba junto al de compromiso en su dedo anular izquierdo. Con su otra mano, lo tocó suavemente, sintiendo la conexión que la unía a Giovanni Andreotti. En su mente, los recuerdos de esos intensos momentos juntos en la terraza, emergieron, y la memoria de cómo habían compartido su amor hizo que el c
✧✧✧ Esa misma mañana en la ciudad de Nápoles. ✧✧✧ El sol apenas comenzaba a asomarse en Nápoles, tiñendo el cielo con tonos suaves. En un lujoso departamento con vista al mar, Stéfano Rinaldi se preparaba para su viaje a Los Ángeles. Su cabello castaño brillaba con la luz matutina mientras organizaba su maleta con precisión. Cada accesorio colocado en su lugar. Era un hombre de negocios, un abogado que no dejaba nada al azar. Mientras se concentraba en sus cosas, un sonido interrumpió su rutina: el comunicador desde el exterior del edificio. Biiiip~ biiiip~ Stéfano frunció el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y molestia. Al presionar el botón, la voz de una mujer resonó. —Buen día. Soy Marina Davis —dijo ella con un tono que intentaba ser seguro. Stéfano se quedó en silencio por un momento, reconociendo el nombre. Era la mujer a la que debía proteger: una misión que le había encargado Giovanni. Sin pensarlo, tomó el teléfono y llamó a uno de sus hombres. —¿Cómo es
Giovanni caminaba por el pasillo de la oficina, el sonido de sus zapatos resonando en el suelo de mármol pulido. La luz del día se filtraba a través de las ventanas. Detrás de él, la secretaria lo seguía de cerca, sosteniendo una tableta digital. —Señor Andreotti —dijo la mujer, levantando la vista de la tableta por un momento—. La siguiente reunión es a las tres. Además, tienes que revisar los informes de la nueva campaña antes de eso. Él asintió levemente, sin prestar demasiada atención a sus palabras. La mente de Giovanni estaba en otro lugar. Al abrir la puerta de su oficina, fue recibido por el aire fresco de un ambiente que debería haber sido reconfortante, pero que, en cambio, le resultaba opresivo. Al encender el equipo, la pantalla iluminó su rostro, revelando una expresión de creciente preocupación. Los reportes sobre William Johnson estaban ahí, claros y directos: el CEO Johnson había viajado de Roma a Nápoles, y había estado en el departamento de Valentina Bianch
—¿Papá? —preguntó Kathia de inmediato al contestar la llamada, su voz llena de ansiedad. —¡Hija! —gritó don Allan Cárter, su tono lleno de urgencia—. ¡No hagas caso a nada de lo que él te pida! ¡Deja que… UGH! —de repente, un fuerte golpe resonó y la voz del doctor Cárter se cortó abruptamente. —¡¡¡PAPÁ!!! —gritó Kathia, la angustia apoderándose de ella—. ¡¿PAPÁ ESTÁS AHÍ?! ¡PAPÁ, DIME ALGO, LO QUE SEA! —su voz comenzó a quebrarse, y su mano temblorosa no pudo sostener el teléfono. ¡CLANK! El móvil se le escapó de las manos y cayó al suelo, rompiéndose. Kathia se agachó, cayendo de rodillas en el frío piso de la sala, con la luz naranja del atardecer filtrándose a través de las ventanas, iluminando su figura en un cuadro desolador. —¿Papá…? —preguntó en un susurro, su voz apenas audible. Tomó el teléfono roto, cuya pantalla aún brillaba a pesar del daño, y lo acercó a su oreja. Escuchó una risa burlona. —Sí. Era tu "papito", el hombre que te crió. Pero… nunca volverás
Una y otra vez… Giovanni Andreotti había reproducido el audio de la conversación entre su esposa y su exesposo. Sentado en la limusina, exhalaba el humo de su cigarrillo mientras las luces de Nápoles parpadeaban a través de los cristales polarizados. No podía creer lo que escuchaba. La idea de que su esposa estuviera dispuesta a traicionarlo lo llenaba de incredulidad. A pesar de que sus hombres le advertían que ella lo iba a traicionar, su corazón se negaba a aceptar esa realidad. Necesitaba verla. Quería hablar con ella, mirar esos hermosos ojos avellana y buscar cualquier señal de mentira en su mirada. Finalmente, la ciudad quedó atrás. Giovanni, vestido con un traje oscuro y una gabardina negra, bajó de la limusina. Su corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de estallar. Pero no podía dejarse llevar por la ira. No se perdonaría si algo le sucedía a Kathia y a los bebés por su enojo. Aunque ella pudiera ser una traidora, una mentirosa que lo había utilizado, au