Un coche aparcó cerca del gran parque de cerezos, a las afueras de la ajetreada ciudad de Inglaterra.
Del auto bajaron una pareja: el hombre caminó hacia la parte trasera del bólido, abriendo el maletero; la mujer abrió una de las puertas traseras y, después de haber desatado al bebé de su silla, lo cargó en brazos y lo colocó en la sillita de paseo que el castaño había sacado del maletero.
La pelinegra agarró una pequeña bolsa que colgó en la sillita, y después comenzaron a caminar.
Madison guiaba la sillita, en la que Steve observaba con los ojos bien abiertos los numerosos cerezos que habían perdido sus flores y solo quedaban pequeñas hojas verdes, marrones, naranjas y amarillas.
El otoño se acercaba y Carter sonreía divertido ante la reacción sorprendida de Steve.
Pasearon durante media hora hasta que llegaron a un pequeño parque infantil, donde pararon para descansar y dejar jugar a Steve.
Carter acompañó a Steve cuando lo montó encima de un caballito que se movía adelante y at