CAPÍTULO 32

Rápidamente me hace girar y se le corta la respiración al ver mi espalda maltratada. Ni siquiera puedo imaginar lo espantoso que debe verse después de la lluvia de balas que soportó.

—Necesito sacarlos—

—No, no lo hagas. Te dolerá—, grito, el dolor me abruma.

—Lo sé, pero si no lo hago, morirás en cuestión de minutos, Amelia. Estas balas están hechas de plata—, explica, con un tono lleno de urgencia y preocupación.

Respiro profundamente y me estremezco, considerando sus palabras detenidamente. Me doy cuenta de la gravedad de la situación y sé que tiene razón. D

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