«Camino por el pasillo alfombrado de color rojo, la gente vestida de negro, sentada en las butacas, llora y susurra…
—Es él.
—¿Por qué no la miró?
—Culpable.
—Él no la amaba.
Cuando llego al final del camino, donde se encuentra la mujer de velo y vestido negro, la observo, a mi esposa dentro del féretro. Deposito la rosa roja en el pecho de Elena. La mujer de negro toma mi hombro y la miro, sin embargo, en esta ocasión, ella retira el velo que esconde su rostro. Era ella, mi Elena, pero la del pasado, con la que me había casado y no la mala copia que se encuentra dentro de esa caja y sin vida. No puedo hablar, solo puedo mirarla.
—Mírame, Ethan —me ordena—. ¿Por qué no lo haces?
No comprendo a que se refiere; al fin puedo hablar y respon