Justo en ese momento, el jefe de seguridad Alejandro llegó pues unos vecinos habían alertado de fuertes discusiones.
Al entrar en el patio de la casa de Eterna, gritó:
—¡¿Qué están haciendo?! ¡La señorita Adriana es la hija de un gran benefactor de nuestro pueblo! ¡Ha venido a ayudarnos, espero que no le hayan hecho nada!
—¡Pero ellos dejaron escapar a la esposa de Eterna! —aún protestaba el hermano mayor de Eterna, sin resignarse.
—Sin el presidente Andrés López, ¿de dónde habrían sacado dinero para comprar siquiera esta casa? —respondió con firmeza Alejandro, cuyas palabras tenían un peso considerable.
Todos los presentes se calmaron al escuchar esto.
Pensaron en ello y vieron que tenía razón.
Los tipos que momentos antes agitaban las palas y martillos bajaron sus herramientas de inmediato.
—Ya que la mujer se escapó, ¡salgan a buscarla! Si siguen perdiendo el tiempo aquí, ¿acaso ella va a volver sola? —añadió el jefe.
—¡El teniente tiene razón! —exclamaron algunos.
El herm