-Hola – saludo William a Diana, que ordenaba unas cajas en el patio trasero de una de esas muchas personas con dinero a las que él conocía.
-¿Qué haces aquí? – inquirió ella con un gesto de desagrado.
-La última vez quedamos en que vendría a recogerte después del trabajo, ¿No es asi? – él se recostó en el capo del auto y cruzo sus brazos sobre su pecho.
-Lo había olvidado, lo siento – ella musito, aun sin cambiar su actitud, entretanto hacia el intento de rodar unas cajas que se veían demasiado pesadas para que ella pudiera moverlas apiladas.
-¿Te sucede algo? – le pregunto el hombre.
-No, solo no puedo estar contigo esta noche – respondió pasándose una mano exasperada por la frente.
-¿Me estás diciendo que conduje desde New Haven hasta acá solo para verte, y que aun a