Eran las doce del mediodía y se dirigía a la Universidad Falls Paradise, una de las joyas académicas de Londres, a la que pocos tenían el privilegio de acceder. Caminaba entre sus compañeros de estudios mientras la voz aguda de Esteban Kalls resonaba alegremente, compartiendo las experiencias de su fin de semana en la casa de unos amigos, acompañado por sus padres. Las anécdotas fluían y las risas se desencadenaban, tejidas en torno a las vivencias que Esteban relataba con entusiasmo. El chico más alto luego narró cómo pasó su semana en casa de su mejor amigo, trabajando en tareas domésticas para financiar sus estudios y aprovechando cada momento libre para compartir con él, un vínculo que consideraba fraternal. Sin embargo, la entrada a la universidad marcó el inicio de una separación inevitable, ya que cada uno tomó rumbos académicos distintos. Despidiéndose momentáneamente, se detuvo justo antes de entrar al aula para su primera clase del día. Una voz estridente, aún más disco
— ¡Hola! — Saludó ella con un gesto, moviendo su guitarra eléctrica de color rojo con destellos en negro hacia atrás en su espalda. Luego, abrazó a Tony por la espalda, le dio un beso en la mejilla y logró sacarle una sonrisa adolescente por ese pequeño gesto. — Hola, corazón — se volvió hacia ella sin soltarla, intentando besar sus labios brillantes de gloss. Sin embargo, Katherina se alejó bruscamente, lo que provocó que el beso que iba dirigido a sus labios se perdiera en el aire, creando una leve tensión. Tony carraspeó y sonrió como si nada hubiera pasado, hablando de nuevo. — Yo... emm, te quiero presentar a un amigo, mejor amigo de hecho, más bien como un hermano. — Nervioso, sonrió y miró a otro lado. — Te presento a Min, mi mejor amigo. — Se apartó un poco, rogando a todos los dioses que Min se comportara al menos un poco decentemente. Min observó desde atrás como Tony hacía gestos cómicos para que se comportara frente a Katherina. Suspiró profundamente y se adelantó, ext
Min suspiró con exasperación y rodó los ojos. Estaba a punto de adentrarse en el aula cuando se dio cuenta, como un relámpago olvidado, de que había dejado atrás su libro de música. Se dio una palmada mental y se giró bruscamente para dirigirse hacia su casillero correspondiente. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar mucho, una voz, familiar en extremo, resonó detrás o quizás cerca de él. Esa voz, con un llamado desgarrador: —¡Min! Era simplemente inimaginable, o debía de ser una especie de broma retorcida. ¿En serio esto estaba ocurriendo? ¿De veras Katherina, también conocida como la reina indiscutible del campus, o incluso la melodiosa musa de la música, lo estaba persiguiendo? O, ¿acaso la mente le jugaba una pasada? Estas preguntas martilleaban su cabeza, dado que estaba seguro de haber dejado atrás, en aquel pasillo, en algún rincón del campus todo lo relacionado con ella, pero, aparentemente, había cometido un error. El de estatura más alta intentó acelerar el paso, per
Dentro del aula, el tiempo pareció desvanecerse mientras la clase transcurría, al menos así lo sintió él de piel nívea. Le fastidiaba en gran medida tener que encontrarse con ciertos compañeros de estudio y sentir como sus mentes luchaban con las páginas de un libro, metafóricamente hablando, tratando de desentrañar lo que el profesor intentaba comunicar. O mejor dicho, luchando por comprender lo básico que resultaba ser en realidad. Levantarse una y otra vez en clase para aclarar dudas o resolver problemas que se le escapaban de las manos, y aun así, al final del día, salir del aula con la misma sensación de no entender nada en absoluto. En muchas ocasiones, ha notado en las expresiones de sus compañeros una envidia disimulada hacia su "facilidad para el estudio o su capacidad para captar incluso los detalles más insignificantes". Sí, aunque parezca extraño, hay momentos en los que el de piel nívea, aunque no lo admita en voz alta, ha maldecido su innata habilidad para aprender y co
¿Qué diablos estaba ocurriendo? Esa era la pregunta que continuaba martillando en la mente del chico de mirada felina y piel tan pálida como la nieve, mientras observaba como ella, la de tez aceitunada, seguía mirándolo sin demostrar el menor indicio de detenerse. De algún modo, esto alteraba los latidos de su corazón. No entendía por qué Katherina se comportaba de esa manera, y más aún, en presencia de su novio, quien se hallaba a su lado. Jamás la había visto comportarse de esa manera, y no sabía qué pensar al respecto. — Min, ¿en qué estás pensando, hermano? — La voz de Tony lo sacó de sus pensamientos y le dirigió una mirada, notando que una de sus cejas se alzaba en una pregunta muda. — Te noto distraído, ¿qué observas con tanto interés? — Insistió, a punto de mirar hacia el lado donde Katherina estaba sentada. Sin embargo, el chico de ojos felinos lo detuvo. — ¡Espera! — Exclamó, casi con ansiedad, sin haber tenido intención de hacerlo realmente. No obstante, su reacción capt
— Maldición, Katherina, ¿puedes dejarme en paz de una vez? — Le rogó, pero ella no lo soltó hasta que, después de un prolongado forcejeo, él logró zafarse de su agarre. A pesar de su apariencia delicada, era indudablemente fuerte. — Maldito idiota — murmuró al liberarse, encontrándose con que Stefan ya no estaba cerca; Michael lo había sacado de la cafetería. — ¿Por qué me detuviste? — Le miró con enfado a Katherina. —Yo... Solo pensé que era lo mejor. Te pido disculpas por eso. — Respondió ella, pasando su mano por su nuca. — Yo... —Me importan un comino tus disculpas. Mejor déjame en paz y lleva a tu novio a la enfermería. — Sus palabras resonaron en un tono ronco, sorprendiendo a todos los presentes, pues se dirigía así a la autoproclamada reina de la universidad. Y no eran los únicos impactados; Katherina también lo miraba de una manera particular, pero había algo en esa mirada que Min no estaba dispuesto a explorar en ese momento. —De acuerdo, está bien, tienes razón, Min. — D
Una vez afuera, decidió encaminarse hacia la enfermería, pero una voz femenina bramó su nombre y giró sobre sus talones. Frunció el ceño y dirigió su mirada hacia fuera de la universidad; allí estaba estacionado un auto rojo, y junto a él, apoyada, se encontraba Katherina. Iba a ignorar que ella le había llamado, pero dado su insistente llamado, se vio forzado a cambiar su rumbo, alejándose de su trayectoria inicial y saliendo de la universidad. Una vez junto a ella, la de piel aceituna le dirigió la palabra. —¿Estás bien? —Estoy excelente —respondió cortante, con el deseo de dar media vuelta y regresar al interior de la universidad. Sin embargo, Katherina volvió a hablar. —Me alegro por eso. Pero, hmm… ¿Te gustaría que te lleve a la casa de Tony o a tu condominio? Algo me dijo Tony acerca de donde vivías, ya sea en la casa grande o en un condominio — añadió con una sonrisa. —No, gracias. Tengo otras cosas que hacer, entre ellas, ir a la enfermería para que me revisen y ver cómo e
Después de distanciarse de la chica de piel aceituna, se limitó a caminar directamente hacia su condominio. O mejor dicho, hacia uno de los condominios que pertenecían al padre de su mejor amigo. Este último, por alguna razón, había dejado uno de ellos para él. Era obvio que no tenía otro lugar donde vivir, o como solía decir, "donde caer muerto". Suspiró profundamente mientras ascendía por las escaleras que lo llevarían al quinto piso, donde se encontraba su residencia. Aunque podría haber utilizado el ascensor, prefirió la caminata. Quería prolongar el trayecto, demorarse un poco y darle rienda suelta a sus pensamientos. Entre las cosas en las que meditaba estaba el repentino cambio de actitud de la chica de piel aceituna hacia él a lo largo del día. Le resultaba sumamente extraño, así como la manera en que lo miraba, le hablaba e incluso, quizás intentaba acercarse más. No sabía cómo interpretar todo ese comportamiento, esos detalles. Katherina, la enigmática mujer de piel aceitun