Sabía que todo se estaba acentuando, tan profundamente como el dolor en su corazón y alma. Mientras estaba sentado en el sofá, con la mirada fija en la televisión, escuchó un grito proveniente de su corazón, una canción que resonaba tan herida y profunda como el bosque en su interior, un bosque que lloraba y se quebraba lentamente. Todo parecía recordarle lo que estaba sucediendo dentro de él, y esa canción no era una excepción. Era una canción que podía cambiar fácilmente "Man" por "Girl", y eso le causaba aún más dolor. How can I decide what's right? When you're clouding up my mind I can't win your losing fight All the time Nor could I ever own what's mine When you're always taking sides But you won't take away my pride No, not this time Not this time How did we get here When I used to know you so well? How did we get here? Well, I think I know The truth is hiding in your eyes And it's hanging on your tongue Just boiling in my blood But you think that I can't see Wh
— Bien. — Fue lo que dijo la aceitunada en un tono de voz tembloroso que cubrió en un carraspeo. Luego, pasó, por un lado, del pelinieve, llegando a sus fosas nasales el olor a menta y frutos rojos de su cabello, así como también el olor de dolor, rabia y llanto que sentía hacia ella. Su corazón se contrajo contra su pecho, y se limitó a seguir su caminar hacia el segundo piso. El pelinieve quedó atrás, de pie frente a la entrada del condominio, que ahora estaba cerrada. Se quedó allí, en silencio, con el corazón latiendo tan fuerte como si estuviera a punto de sufrir un ataque al corazón. ¿Otro ataque más? Se preguntó con lágrimas retenidas en sus ojos. Negó; no quería otro ataque más. Quería decirle tantas cosas a Katherina en la cara que, cuando la vio regresar del segundo piso y pensaba pasar de largo de él, se interpuso en su camino. — ¿Ya te vas? — Le preguntó, y el tono de voz con el que lo hizo erizó la piel de la aceituna, pero no de buena manera. Pensaba responderle, pero él
— ¿Viste cómo salió Katherina del condominio y no te metiste? —Bueno, no era como si pudiera hacer algo más. — Claro que podías. No te costaba nada detenerle y ver cómo estaba. — Le vi desde lejos, no estaba para nada bien. Lloró un rato contra la entrada del condominio y después se fue casi en un correr de muerte. — Dalia…. — Te estoy diciendo la verdad, Ulises. Estuvo así un rato y después se fue. — ¿Y Min? ¿Viste a Min? — No lo vi, pero sí pude escuchar como se derrumbó desde adentro del condominio. — No puede ser… — musitó el más alto mientras se hallaba contra la puerta del ascensor; en la otra, estaba Dalia, también cruzada de brazos. Ambos habían estado allí desde hacía un buen rato, discutiendo sobre todo lo que había sucedido y que Dalia, desde afuera, había escuchado. Ulises había llegado de la gran casa del señor Hiddles para averiguar cómo seguía Min, pero no se esperaba que todo estuviera peor que antes. — No puedo creer que todo esto esté sucediendo por un
— No puedo creer todo esto… — Su voz, quebrada y dolida, se escuchaba dentro del auto negro en el que Ulises manejaba a toda la velocidad que podía, mientras se hallaba sentado a un lado del conductor. Observaba por la ventana, notando como los autos y motos poco a poco se quedaban inmovilizados debido al tráfico y al semáforo en rojo en ese momento. Su corazón latía aceleradamente, y las lágrimas, retenidas en sus ojos, amenazaban con caer. Desde hacía un rato, sentía que todo se estaba desmoronando. Era como si todo fuera una cruel broma, un torbellino de emociones y un presentimiento tan negativo que deseaba evitar. Respiró profundamente y miró a Ulises. — Por favor, ¿puedes ir más rápido? Ulises, que miraba fijamente hacia adelante, negó con la cabeza. No podía hacerlo, el semáforo estaba en rojo y el tráfico tanto a los lados como adelante no permitía avanzar. Llevaban diez minutos en esa situación, y el tiempo pasaba demasiado rápido. Además, aún estaban lejos de su destino. M
Void….Hace tiempo, el rosal cambió de posición, descendiendo rápidamente, todo gracias a ti, solo a ti… Tú fuiste ese hombre que, cuando el rayo de tu toque me rozó, despegó, así fue… Pero cuando tu amor no fluyó de la misma manera, retrocedí al punto de partida, piedra a piedra… Al punto de partida que yo misma construí. El silencio se convirtió en mi engaño más cruel, mi experimento atroz falló… Pues las garras del Toque Perfecto, perfectas para herirme, te lastimaron a ti cuando no lo merecías… Yo sí lo merecía… Pero a pesar de no amarme, de no amarme, de no amarme, de no amarme, de dejarme en este estado… No puedo culparte, porque tal vez lo merecía. Pero a pesar de no amarme, de no amarme, de no amarme, de no amarme, de dejarme así… En estado de piedra...En estado de Tko… Serás el único hombre a quien amaré… Serás el único hombre que, al compás de las estrellas, el destino tendrá a mi favor, recordándome toda una vida… Que el Toque Perfecto… Eres tú. Solo tú, mi castigo por
Eran las doce del mediodía y se dirigía a la Universidad Falls Paradise, una de las joyas académicas de Londres, a la que pocos tenían el privilegio de acceder. Caminaba entre sus compañeros de estudios mientras la voz aguda de Esteban Kalls resonaba alegremente, compartiendo las experiencias de su fin de semana en la casa de unos amigos, acompañado por sus padres. Las anécdotas fluían y las risas se desencadenaban, tejidas en torno a las vivencias que Esteban relataba con entusiasmo. El chico más alto luego narró cómo pasó su semana en casa de su mejor amigo, trabajando en tareas domésticas para financiar sus estudios y aprovechando cada momento libre para compartir con él, un vínculo que consideraba fraternal. Sin embargo, la entrada a la universidad marcó el inicio de una separación inevitable, ya que cada uno tomó rumbos académicos distintos. Despidiéndose momentáneamente, se detuvo justo antes de entrar al aula para su primera clase del día. Una voz estridente, aún más disco
— ¡Hola! — Saludó ella con un gesto, moviendo su guitarra eléctrica de color rojo con destellos en negro hacia atrás en su espalda. Luego, abrazó a Tony por la espalda, le dio un beso en la mejilla y logró sacarle una sonrisa adolescente por ese pequeño gesto. — Hola, corazón — se volvió hacia ella sin soltarla, intentando besar sus labios brillantes de gloss. Sin embargo, Katherina se alejó bruscamente, lo que provocó que el beso que iba dirigido a sus labios se perdiera en el aire, creando una leve tensión. Tony carraspeó y sonrió como si nada hubiera pasado, hablando de nuevo. — Yo... emm, te quiero presentar a un amigo, mejor amigo de hecho, más bien como un hermano. — Nervioso, sonrió y miró a otro lado. — Te presento a Min, mi mejor amigo. — Se apartó un poco, rogando a todos los dioses que Min se comportara al menos un poco decentemente. Min observó desde atrás como Tony hacía gestos cómicos para que se comportara frente a Katherina. Suspiró profundamente y se adelantó, ext
Min suspiró con exasperación y rodó los ojos. Estaba a punto de adentrarse en el aula cuando se dio cuenta, como un relámpago olvidado, de que había dejado atrás su libro de música. Se dio una palmada mental y se giró bruscamente para dirigirse hacia su casillero correspondiente. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar mucho, una voz, familiar en extremo, resonó detrás o quizás cerca de él. Esa voz, con un llamado desgarrador: —¡Min! Era simplemente inimaginable, o debía de ser una especie de broma retorcida. ¿En serio esto estaba ocurriendo? ¿De veras Katherina, también conocida como la reina indiscutible del campus, o incluso la melodiosa musa de la música, lo estaba persiguiendo? O, ¿acaso la mente le jugaba una pasada? Estas preguntas martilleaban su cabeza, dado que estaba seguro de haber dejado atrás, en aquel pasillo, en algún rincón del campus todo lo relacionado con ella, pero, aparentemente, había cometido un error. El de estatura más alta intentó acelerar el paso, per