El jardín resplandecía con la vitalidad de sus colores, una promesa de rosas en medio de un mosaico de claveles vibrantes y diminutas flores que evocaban poesía. El mar, testigo de ramos que sanaban todos los males, excepto uno: la melancolía que persistía en él. Un negro profundo, como aquel sentimiento que lo había asediado durante tanto tiempo. Un sentimiento que lo llevó a conocer la verdad, a perder el respeto y a lastimar su propio corazón, pero, sobre todo, el suyo.

Bajo la sombra de un membrillo, en las afueras del condominio, observaba su entorno con indiferencia, buscando en su diario un refugio que había abandonado hace tiempo. Con el bolígrafo en su mano derecha, se dejó llevar sin pensar demasiado.

Bajo el cielo, al lado de una estrella que nunca sería suya. Aquí de nuevo, enfrentándome a estas malditas hojas que se burlan de mi piel. Maravilloso, realmente grandioso. Perdónenme mi sarcasmo. Pero bien, otro día más, otro momento en el que me convierto en un títere sin c