— ¿Viste cómo salió Katherina del condominio y no te metiste? —Bueno, no era como si pudiera hacer algo más. — Claro que podías. No te costaba nada detenerle y ver cómo estaba. — Le vi desde lejos, no estaba para nada bien. Lloró un rato contra la entrada del condominio y después se fue casi en un correr de muerte. — Dalia…. — Te estoy diciendo la verdad, Ulises. Estuvo así un rato y después se fue. — ¿Y Min? ¿Viste a Min? — No lo vi, pero sí pude escuchar como se derrumbó desde adentro del condominio. — No puede ser… — musitó el más alto mientras se hallaba contra la puerta del ascensor; en la otra, estaba Dalia, también cruzada de brazos. Ambos habían estado allí desde hacía un buen rato, discutiendo sobre todo lo que había sucedido y que Dalia, desde afuera, había escuchado. Ulises había llegado de la gran casa del señor Hiddles para averiguar cómo seguía Min, pero no se esperaba que todo estuviera peor que antes. — No puedo creer que todo esto esté sucediendo por un
— No puedo creer todo esto… — Su voz, quebrada y dolida, se escuchaba dentro del auto negro en el que Ulises manejaba a toda la velocidad que podía, mientras se hallaba sentado a un lado del conductor. Observaba por la ventana, notando como los autos y motos poco a poco se quedaban inmovilizados debido al tráfico y al semáforo en rojo en ese momento. Su corazón latía aceleradamente, y las lágrimas, retenidas en sus ojos, amenazaban con caer. Desde hacía un rato, sentía que todo se estaba desmoronando. Era como si todo fuera una cruel broma, un torbellino de emociones y un presentimiento tan negativo que deseaba evitar. Respiró profundamente y miró a Ulises. — Por favor, ¿puedes ir más rápido? Ulises, que miraba fijamente hacia adelante, negó con la cabeza. No podía hacerlo, el semáforo estaba en rojo y el tráfico tanto a los lados como adelante no permitía avanzar. Llevaban diez minutos en esa situación, y el tiempo pasaba demasiado rápido. Además, aún estaban lejos de su destino. M
Void….Hace tiempo, el rosal cambió de posición, descendiendo rápidamente, todo gracias a ti, solo a ti… Tú fuiste ese hombre que, cuando el rayo de tu toque me rozó, despegó, así fue… Pero cuando tu amor no fluyó de la misma manera, retrocedí al punto de partida, piedra a piedra… Al punto de partida que yo misma construí. El silencio se convirtió en mi engaño más cruel, mi experimento atroz falló… Pues las garras del Toque Perfecto, perfectas para herirme, te lastimaron a ti cuando no lo merecías… Yo sí lo merecía… Pero a pesar de no amarme, de no amarme, de no amarme, de no amarme, de dejarme en este estado… No puedo culparte, porque tal vez lo merecía. Pero a pesar de no amarme, de no amarme, de no amarme, de no amarme, de dejarme así… En estado de piedra...En estado de Tko… Serás el único hombre a quien amaré… Serás el único hombre que, al compás de las estrellas, el destino tendrá a mi favor, recordándome toda una vida… Que el Toque Perfecto… Eres tú. Solo tú, mi castigo por
Eran las doce del mediodía y se dirigía a la Universidad Falls Paradise, una de las joyas académicas de Londres, a la que pocos tenían el privilegio de acceder. Caminaba entre sus compañeros de estudios mientras la voz aguda de Esteban Kalls resonaba alegremente, compartiendo las experiencias de su fin de semana en la casa de unos amigos, acompañado por sus padres. Las anécdotas fluían y las risas se desencadenaban, tejidas en torno a las vivencias que Esteban relataba con entusiasmo. El chico más alto luego narró cómo pasó su semana en casa de su mejor amigo, trabajando en tareas domésticas para financiar sus estudios y aprovechando cada momento libre para compartir con él, un vínculo que consideraba fraternal. Sin embargo, la entrada a la universidad marcó el inicio de una separación inevitable, ya que cada uno tomó rumbos académicos distintos. Despidiéndose momentáneamente, se detuvo justo antes de entrar al aula para su primera clase del día. Una voz estridente, aún más disco
— ¡Hola! — Saludó ella con un gesto, moviendo su guitarra eléctrica de color rojo con destellos en negro hacia atrás en su espalda. Luego, abrazó a Tony por la espalda, le dio un beso en la mejilla y logró sacarle una sonrisa adolescente por ese pequeño gesto. — Hola, corazón — se volvió hacia ella sin soltarla, intentando besar sus labios brillantes de gloss. Sin embargo, Katherina se alejó bruscamente, lo que provocó que el beso que iba dirigido a sus labios se perdiera en el aire, creando una leve tensión. Tony carraspeó y sonrió como si nada hubiera pasado, hablando de nuevo. — Yo... emm, te quiero presentar a un amigo, mejor amigo de hecho, más bien como un hermano. — Nervioso, sonrió y miró a otro lado. — Te presento a Min, mi mejor amigo. — Se apartó un poco, rogando a todos los dioses que Min se comportara al menos un poco decentemente. Min observó desde atrás como Tony hacía gestos cómicos para que se comportara frente a Katherina. Suspiró profundamente y se adelantó, ext
Min suspiró con exasperación y rodó los ojos. Estaba a punto de adentrarse en el aula cuando se dio cuenta, como un relámpago olvidado, de que había dejado atrás su libro de música. Se dio una palmada mental y se giró bruscamente para dirigirse hacia su casillero correspondiente. Sin embargo, antes de que pudiera avanzar mucho, una voz, familiar en extremo, resonó detrás o quizás cerca de él. Esa voz, con un llamado desgarrador: —¡Min! Era simplemente inimaginable, o debía de ser una especie de broma retorcida. ¿En serio esto estaba ocurriendo? ¿De veras Katherina, también conocida como la reina indiscutible del campus, o incluso la melodiosa musa de la música, lo estaba persiguiendo? O, ¿acaso la mente le jugaba una pasada? Estas preguntas martilleaban su cabeza, dado que estaba seguro de haber dejado atrás, en aquel pasillo, en algún rincón del campus todo lo relacionado con ella, pero, aparentemente, había cometido un error. El de estatura más alta intentó acelerar el paso, per
Dentro del aula, el tiempo pareció desvanecerse mientras la clase transcurría, al menos así lo sintió él de piel nívea. Le fastidiaba en gran medida tener que encontrarse con ciertos compañeros de estudio y sentir como sus mentes luchaban con las páginas de un libro, metafóricamente hablando, tratando de desentrañar lo que el profesor intentaba comunicar. O mejor dicho, luchando por comprender lo básico que resultaba ser en realidad. Levantarse una y otra vez en clase para aclarar dudas o resolver problemas que se le escapaban de las manos, y aun así, al final del día, salir del aula con la misma sensación de no entender nada en absoluto. En muchas ocasiones, ha notado en las expresiones de sus compañeros una envidia disimulada hacia su "facilidad para el estudio o su capacidad para captar incluso los detalles más insignificantes". Sí, aunque parezca extraño, hay momentos en los que el de piel nívea, aunque no lo admita en voz alta, ha maldecido su innata habilidad para aprender y co
¿Qué diablos estaba ocurriendo? Esa era la pregunta que continuaba martillando en la mente del chico de mirada felina y piel tan pálida como la nieve, mientras observaba como ella, la de tez aceitunada, seguía mirándolo sin demostrar el menor indicio de detenerse. De algún modo, esto alteraba los latidos de su corazón. No entendía por qué Katherina se comportaba de esa manera, y más aún, en presencia de su novio, quien se hallaba a su lado. Jamás la había visto comportarse de esa manera, y no sabía qué pensar al respecto. — Min, ¿en qué estás pensando, hermano? — La voz de Tony lo sacó de sus pensamientos y le dirigió una mirada, notando que una de sus cejas se alzaba en una pregunta muda. — Te noto distraído, ¿qué observas con tanto interés? — Insistió, a punto de mirar hacia el lado donde Katherina estaba sentada. Sin embargo, el chico de ojos felinos lo detuvo. — ¡Espera! — Exclamó, casi con ansiedad, sin haber tenido intención de hacerlo realmente. No obstante, su reacción capt