Después de recibir su diagnóstico, Carla se sumió en un mar de emociones: miedo, tristeza y, sobre todo, una necesidad desesperada de control. Sabía que su enfermedad podría atraer la simpatía de muchos, pero siempre había sido competitiva con Jessica, quien parecía tener una vida perfecta.
Mientras Carla se sometía a tratamientos y lidiaba con sus propios demonios, su mente comenzó a concebir un plan retorcido. Si podía hacer que Jessica creyera que tenía una enfermedad grave también, podría desviar la atención de sí misma y hacer que su amiga sintiera el mismo dolor que ella estaba experimentando. “Si Jessica está enferma, todos estarán pendientes de ella”, murmuró Carla para sí misma una noche. “Y yo seré la víctima”. Sin pensarlo dos veces, Carla comenzó a buscar maneras de manipular los diagnósticos médicos. Contactó a un viejo conocido que trabajaba en un laboratorio médico y le ofreció una suma considerable de dinero para alterar los resultados de las pruebas de Jessica.