Salieron del hospital sin encontrarse con Sheena, pero su alivio no era no tener que enfrentarse de nuevo a la mejor amiga de la infancia de Denis. Era la sensación de ligereza que tenía en el pecho.
Tenía razón. Obtuvo la respuesta al ver a Denis. Pero, por otro lado, también tenía otro asunto al que enfrentarse y se llamaba Patrick. Allí, por fin admitió los efectos que su marido tenía sobre ella. Y sí, le daba miedo porque no podía decirle sin más:
— Oye, estás empezando a gustarme—, porque su situación se lo impedía.
El estúpido acuerdo no dejaba de recordarle que no podía sacar nada de su matrimonio más que sexo y probablemente angustia si no tenía cuidado.
— ¿Te sientes mejor? — le preguntó Patrick mientras subían al coche.
— Sí, supongo que sí—, respondió ella y entonces recordó algo. — ¿Cómo sabías el nombre de Sheena?
— Hanzel me habló de ella—, dijo con indiferencia.
— Te lo contó.
Asintió mientras ponía el coche en marcha.
— También mencionó a una señora de pelo negro llam