Su otra mujer

Atenea suspiró aburrida ante las recomendaciones de sus padres mientras la despedían en el aeropuerto. Le recordaron la importancia de ser educada, evitar la grosería y mantener la compostura propia de una Volkova.

—Ate —su hermana se acercó disimuladamente para susurrarle algo al oído —metí todos tus juguetes favoritos y algunos preservativos, por si acaso —le dijo —si tu esposo no cumple, me llamas; allá tengo muchos amigos italianos, ¿de acuerdo?

—¡Eres la mejor, hermana! —la abrazó disimulando mientras sus padres las miraban con recelo —¿Las correas también están ahí? —le preguntó en un susurro.

—Por supuesto —se separó sonriente —todas tus prendas favoritas también.

—No se hagan las tontas, sé de qué están hablando —interrumpió su madre —Ya te lo dije, Atenea, debes...

—Sí, mamá, ya te escuché —rodó los ojos —ser educada, no armar escándalos y toda esa tontería de ser una noble respetable.

—Escucha a tu madre, Ate —su padre se acercó y la abrazó —Cuídate y, por favor, te lo ruego, compórtate con los Rizzo. Vas a sobrevivir.

—Oh, por supuesto que sí —asintió como niña buena —no se preocupen, haré lo mejor que pueda para llevarme bien con mi futuro esposo.

Los escoltas comienzan a cargar su numeroso equipaje en el avión privado, reflejo del estatus de princesa millonaria que ostenta. Está lista para embarcarse en su nuevo viaje lleno de aventuras, o como ella lo llama, "maldades".

Antes de abordar, se despide con un último abrazo de sus padres y su hermana. Sin embargo, un chillido familiar resuena a lo lejos, deteniéndola en seco.

—¡Ate! —un grito agitado la hace voltear, y una chica corriendo en finos tacones la deja asombrada —¡Espera, Ate!.

—¿¡Leyla!? —se frota los ojos incrédula —¿¡Eres realmente tú!?.

La chica de cabello corto y liso detiene su carrera en tacones, quedándose de pie frente a Atenea, quien la observa como si fuera un ser de otro planeta invadiendo su tranquilo espacio.

—¿Pensabas dejarme aquí? —cuestiona, recuperando el aliento mientras dos hombres llegan detrás con su equipaje —. Si vas al infierno, yo... maldición, espera, tomo un poco más de aire —se abanica con la mano antes de continuar —. Si vas al infierno, yo voy contigo —concluye finalmente.

Atenea se lanza sobre ella, abrazándola mientras besa su rostro, arruinando un poco su perfecto maquillaje.

—¡Eres todo lo que está bien, Layla! —chilla de alegría —¿Tus padres te dejaron venir conmigo? Pensé que tendría que soportar todo esto sola.

—Tuve que usar mis artimañas durante dos días —le guiña un ojo —no voy a dejar escapar la oportunidad de conocer a esos ricos italianos.

—Te has comido a más de uno aparte de tu asqueroso novio.

—Ex novio —le corrige orgullosa.

—En hora buena.

—Ejem —su padre se aclara la garganta —seguimos aquí.

—Layla, muchas gracias por estar siempre con mi hija —dice la mujer, tomando sus manos —cuida de ella, y hazla entrar en razón, por favor.

—No se preocupe, señora, haré todo lo que esté en mis manos.

—No hay quien te crea eso —masculla Cayetana —ambas son iguales, mamá, no le creas.

Después de una breve discusión sobre quién era mejor y quién peor, Atenea y su amiga se embarcaron en el avión rumbo a Roma. Ambas son inseparables desde la infancia; estudiaron juntas y sus padres son buenos amigos.

Aunque Layla es dos años mayor que Atenea, comparten el mismo temperamento alocado y despreocupado, típico de niñas mimadas.

***

El vuelo apenas tardó tres horas y media en llegar a su destino. Atenea desciende del avión, tomada del brazo de su amiga, acomodándose los lentes de sol mientras esta sonríe ampliamente.

—Benvenuta, principessa —le dice Layla emocionada —¿Qué te parece? ¿No es hermoso?.

—Qué exagerada eres; hemos venido más de una vez a Roma —musita mientras avanzan. Se detienen al ver un auto estacionado justo en frente de ellas, con varios hombres esperando.

—¿Y estos quiénes son? —pregunta su amiga.

—No tengo idea —responde ella.

—Señoritas —un hombre de más edad se acerca —. Me presento, soy Martín, mayordomo de los Rizzo; he venido para recibirlas.

—Oh, mucho gusto, soy Layla, la mejor amiga de la novia —se presenta la pelirroja, tendiendo su mano, la cual el hombre recibe con cortesía.

—Y yo soy Atenea Volkova —tiende su mano derecha; el hombre la recibe dándole un beso en el dorso.

—Lamento decirle que el señor no pudo venir a recibirla personalmente ya que se encuentra atendiendo asuntos importantes —informa, desconcertando a Atenea.

—¿Disculpe? No entiendo; yo no espero a nadie —aclara, dejando al hombre ofuscado.

—Eh... me refiero a su prometido, señorita; no pudo venir a recibirla —repite. Atenea intercambia miradas con su amiga antes de centrarse nuevamente en Martín.

—Le repito, no espero la bienvenida de mi prometido, ni siquiera recuerdo su nombre —contesta determinadamente —. Le agradezco su amabilidad; mis hombres se harán cargo de nuestro equipaje.

—Como guste.

Del avión descienden los escoltas de Atenea, cada uno llevando una maleta, otros cargando los bolsos de ambas. Finalmente, baja una mujer de edad similar a Martín, la sirvienta personal de Atenea.

Todos ingresan en diferentes autos que, al cabo de unos minutos, se ponen en marcha. Atenea se siente un poco ansiosa por este cambio tan drástico en su vida con el matrimonio. Aunque no se opuso, considerándolo un beneficio familiar y político, necesitaba explorar nuevos rumbos sin preocuparse por eventualmente regresar al mismo lugar.

Solo tiene una cosa clara: no piensa enredarse con quien sea que vaya a ser su esposo. Cumplirá con su deber, que obviamente está fuera de la cama de ese hombre, y luego, una vez transcurrido el tiempo necesario, regresará por su antiguo sendero.

—Llegamos, señoritas —avisa el chófer, aparcando frente a una mansión. Aunque un tanto anticuada para el gusto de las rusas, no pierde su toque elegante y de clase.

—Vaya —Layla baja del auto, barriendo el lugar con la mirada —es mejor de lo que imaginé, ¿verdad, Ate?.

—Sí —responde con simpleza —estoy cansada, necesito una cama urgentemente o moriré.

—Su habitación ya ha sido preparada, señorita Atenea —informa Martín, pero luego mira apenado a Layla —en cuanto a usted... pues no sabíamos que habría otra invitada.

—Oh, no, tranquilo. Por mí no se preocupen, quedé en la casa de un amigo —gesticula sacudiendo la cabeza, recibiendo una mirada fulminante de su amiga.

—¿Casa de un amigo? ¿Quiere decir que viniste por él y no por mí? —cuestiona Atenea cruzada de brazos.

—Vamos, Ate, sabes que es por ti, pero tenía que solucionar un lugar donde quedarme.

—Supongamos que te creo por esta vez.

Ambas avanzan por el largo sendero rodeado de flores, seguidas por los hombres que traen sus equipajes. El jardín principal es bastante grande, con una fuente enorme y grandes pinos decorando los alrededores. La mirada de Atenea se fija en la puerta principal cuando se abre, quedándose parada frente a una mujer castaña de ojos marrones con un porte de señora de la casa.

Layla enarcó una ceja al verla, reconociendo por su rostro soberbio que no eran bienvenidas. En cambio, la reacción de Atenea fue neutral, con su rostro sin expresión alguna y aún con las gafas de sol cubriendo sus ojos.

—Bienvenidas —dice la castaña con una dulce sonrisa —. Yo soy Lirio.

—¿Lirio? —pronuncia Atenea con su acento ruso —¿Eres alguna sirvienta? Si es así, ¿podrías ayudarme con un té de manzanilla? Mi cabeza quiere explotar.

—Atenea —su amiga le da un codazo disimulado.

—No soy ninguna empleada de esta mansión —responde, apretando un poco su mandíbula por la falta de respeto que no fue intencional —. Soy Lirio Moretti, la mujer de Valentino.

Todos se quedaron boquiabiertos ante tal atrevimiento de parte de la castaña. Layla con cara de: "¿Qué dijo esta loca?" mientras los subordinados presentes se susurraban cosas unos a otros.

¿La primera humillación para Atenea, recién llegada como la prometida de Valentino? Quizás fue lo que todos pensaron en ese momento.

Por otra parte, Atenea da varios pasos al frente, haciendo resonar sus finos tacones como toda una elegante dama. Queda frente a frente ante la mujer, quien no se inmuta para nada y baja su barbilla con dignidad.

—¿Eres la mujer de mi prometido, dices? —se quita los lentes de sol, dibujando una gentil sonrisa en sus labios —. Gusto en conocerte, soy Atenea Volkova, la futura esposa de tu hombre. Perdón... nuestro hombre.

En lugar de tender su mano para un saludo, Atenea simplemente se mantuvo erguida, acariciando sus finos lentes de sol entre sus dedos, observando la no muy grata reacción de Lirio.

Una sonrisa, ausente durante todo el viaje, se reestableció en su rostro al encontrarse con semejante sorpresa. La amante de su futuro marido.

—Ah, y perdona, ¿Cómo era que se llamaba mi prometido? —pregunta con una mirada inocente —es que, fíjate que ni siquiera tuve tiempo de guardar su nombre. El viaje estuvo un poco caluroso.

—Valentino Rizzo —le responde la castaña con una leve sonrisa forzada —así se llama. Y pido disculpas en su nombre, me pidió que te atendiera en su lugar, no tuvo tiempo tampoco.

—Oh, ¿Es así? —la mira de pies a cabeza —¿Eres de alguna familia noble?.

—¿Perdón?.

—Es que no me lo pareces, además, en vez de ser su mujer, pareces su secretaria, no creo que sea justo para ti, supongo que mi futuro esposo es muy poco considerado —musita, acercándose un poco más a ella —. Lamento que tengas que hacer esto, entiendo que quizás te sientas triste porque seré su nueva mujer, ¿Pero qué crees? Me gusta compartir.

—Señorita Volkova, lamento este inconveniente —Martín se apresura en intervenir un poco nervioso —. La señorita Lirio es...

—Sí, sí, ya lo dijo —le corta —. La mujer de mi prometido, lo ha dejado claro. Pero dígame, ¿Acaso ella vive aquí también?.

—Eh...

—Así es —contesta Lirio firmemente —Valentino me ha permitido vivir aquí como su novia, así que...

—Era todo lo que quería saber —levanta una mano haciéndola callar —. Por favor, Martín, trasmita este mensaje a mi prometido donde sea que esté. O esta mujer sale de esta mansión, o se anula el contrato. Puedo permitir que tenga todas las amantes que desee, pero rebajar mi círculo social teniéndola bajo el mismo techo que yo, eso sí que no. Así que por favor, hágaselo saber.

—¿Qué dijiste? —reacciona Lirio desconcertada —¿Quién te crees que eres? Apenas llegas y quieres dar órdenes que no te corresponden.

—Mi vida —se voltea hacia ella con una dulce sonrisa —. Ubícate, por favor. Ahora seré la señora de esta casa y tú solo quedarás en segundo plano. Seré su esposa, y si tanto te molesta, cancelo el contrato y verás cómo le consigues salvar la fábrica a tu pobre hombre, ¿Qué te parece? No tengo ningún inconveniente con eso.

—Por favor, señorita Atenea —Martín interviene de nuevo —esto es solo un malentendido, vamos a calmarnos. El señor seguramente vendrá en cualquier momento.

—Estoy calmada, Martín —suspira, irritada por la situación —solo quiero que las cosas estén claras aquí. No me gusta que me saquen las uñas si no van a soportar una mordida.

—Eh... amiga —Layla se engancha de su brazo guiándola un poco lejos de los presentes —. ¿Por qué mejor no conocemos tu habitación y hablamos un rato de esto? Necesitamos una charla urgente.

—Las habitaciones están por aquí —indica una de las sirvientas —por favor, síganme.

—Claro —asiente Layla, encaminándose con Atenea, quien le guiña un ojo a Lirio antes de subir las escaleras, siguiendo a la sirvienta.

Lirio apretó sus puños, llegando al punto en que las uñas se incrustaron en su piel. Se presentó para recibir a la prometida de Valentino, siguiendo sus indicaciones, ya que él quería dejarle claro a la que sería su esposa que él ya tenía a otra mujer.

Pero los planes no salieron como esperaban. Primeramente, Atenea no mostró disgusto por tal hecho, sino que simplemente le molestó la idea de tener que compartir techo con la amante, siendo ella una dama respetada como para que la quisieran humillar así. ¿Qué dirán los demás? Eso era lo que realmente importaba.

Aunque a Atenea le importaba poco el qué dirán de los demás, ya que, estando aún en Rusia, hacía y deshacía como se le daba la gana. Pero llegar al límite de compartir el techo con una amante que pretendía ser la señora de la casa era otro asunto que ella no iba a tolerar.

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