Mi mateo se ha ido.

Caminé con cautela hacia la habitación de Mateo, notando la penumbra que envolvía la estancia. Al abrir la puerta, lo vi recostado, sus ojos reflejaban un distante cansancio. A pesar de la distancia emocional, sostuve la bandeja con su cena, sintiendo el peso simbólico de mis intentos diarios.

Le ofrecí la comida en silencio, mientras su mirada esquivaba la mía. Aunque la conexión se desvanecía, persistía en cumplir con el ritual nocturno, alimentando el cuerpo mientras el alma parecía distante.

Su mirada, con destellos de verde entre el marrón miel, me atrapó

—No me gusta.

Mis manos temblorosas acomodaron la bandeja, ofreciendo su cena preferida sin recibir más que un gesto frío. Estaba a punto de retirarme cuando su mano sujetó mi brazo con firmeza.

—Mira bien, es tu comida favorita, Mateo.

—No tengo apetito.

Siguiendo su indicación, aparté la charola, colocándola fuera de su alcance. Un gesto silencioso, pero revelador de una necesidad oculta. Nuevamente, me alejé, dejando la cen
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