El infierno comienza

Brooke salió enardecida de aquel lugar, aún no podía creer que hubiese tanta maldad en su suegra. ¿Por qué la odiaba tanto? ¿Qué le había hecho para recibir todo su odio y rechazo? A pesar de Brooke saber que todo se debía a su baja posición social, pensaba que Sonia tendría por lo menos interés de ver a su hijo siendo feliz al lado de la mujer que amaba. Pero por el contrario, aquella mujer prefería verla lejos de Esteban y separarlos para siempre.

Brooke sube al taxi, se dirige al bar al que meses atrás renunció para vivir junto a su amado Esteban. Pidió hablar con Morris, su antiguo jefe y este la recibió con una sonrisa amplia.

—Mi querida Brooke, has regresado. —dijo y le ofreció asiento.

—Morris necesito volver a trabajar. Debo pagar mis cuentas.

—¡Vaya! ¿Se acabó tu sueño de princesa con el multimillonario? —Brooke baja la mirada, no sabía que responder, ni que decir. Llevaba todo el día esperando aquel mensaje de Esteban para explicarle todo, pero ese mensaje nunca llegó, fue justo por ello que volvió esa noche al bar para pedirle a su jefe una nueva oportunidad.

Morris sonrió al notar la tristeza de derrota en la mirada de la chica. Siempre estuvo interesado en ella, sólo que Esteban Robinson se le adelantó, pero ahora que la tenía frente a él, no dejaría de aprovecharse de aquella situación.

—Bien, imagino que necesitas mucho de este empleo, ¿no es verdad?

—Sí, así es Morris. Por favor, ayúdame —le pidió en tono suplicante.

El hombre se levantó, se acercó a ella y la miró fijamente. Por primera vez, Brooke sintió miedo al verlo, su oscura mirada la hizo estremecer por completo. Morris acaricia su rostro con sus dedos, la pelirrubia voltea el rostro.

—Hey, linda. Si deseas volver, debes ser un poco amable con tu jefe. No lo crees. —Brooke se levantó de la silla y amagó a salir de la oficina.

Morris la tomó del antebrazo, sosteniéndola con fuerza, ella volteó aterrada y trató de zafarse de su agarre, mas, la fuerza del fornido hombre era muy superior.

—Por favor, suéltame —pidió nuevamente en tono suplicante.

Morris sonrió y la jaló con fuerza haciendo que el cuerpo de la chica se estrellara con el suyo. Con ambas manos la tomó de la cintura, Brooke colocó sus brazos en medio de su pecho, pero era como si estuviese moviendo una pesada roca. El miedo la invadió por completo. Y antes de decir algo, él la besó a la fuerza, metió su lengua en su boca mientras con sus manos acariciaba frenéticamente la espalda de la chica. La empujó contra la pared y comenzó a moverse de forma vulgar, presionando su pelvis con su miembro.

Brooke estaba aterrada y paralizada, no esperaba jamás aquel comportamiento de Morris, siempre lo vio como un hombre respetable y bondadoso, incapaz de hacerle algo malo a cualquiera de sus empleadas. Inteligentemente, la pelirrubia empezó a hablarle buscando convencerlo de que la dejara salir.

—Por favor, Morris. Tú no eres así. No me hagas esto, te lo pido. Eres un hombre bueno y sé que estás confundido. No hagas esto. Déjame ir…

—Te equivocas, Brooke. Siempre te he deseado, siempre, eres una mujer muy atractiva y hoy serás mía, quieras o no. —respondió con la respiración agitada, estaba visiblemente excitado.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por el rostro de la chica. Aquello pareció provocar mayor morbo en Morris, por lo que le levantó el vestido y con sus manos acarició con lujuria sus labios verticales. Brooke gruñó de angustia y dolor.

—¡Suéltameeee! Te lo ruego. —dijo en un hilo de voz. Las fuerzas de Brooke habían desaparecido, ya no oponía resistencia, mientras Morris comenzaba a meter sus dedos fálicos entre los pliegues vaginales de la chica.

Ansioso por poseerla, Morris la tomó de ambos brazos y la lanzó sobre el sofá de cuero que estaba en la oficina. Brooke cayó y quiso levantarse pero él volvió a empujarla por segunda vez. No tenía manera de escapar de aquel lugar ni de las oscuras intenciones de aquel perverso hombre. Estaba a merced de su verdugo.

Morris comenzó a desvestirse, desató el cinturón, bajó la cremallera de su pantalón de traje negro, el cual se deslizó hasta sus rodillas, en la mente de la pelirrubia solo habían dos pensamientos, huir o dejar que él la ultrajara. Cuando él se abalanzó sobre ella, la chica lo recibió con su rodilla dando un golpe directo a los testículos del hombre, quien cayó sobre la alfombra, retorciéndose de dolor. Ocasión que Brooke aprovechó para levantarse del sofá y salir de allí despavorida.

La chica corrió por el pasillo, mientras Morris se recuperaba y salía detrás de ella gritando:

—Deténganla, me ha intentado robar.

Por suerte para Brooke justo cuando salió del bar, un taxi se detuvo y ella lo embarcó.

—Señor por piedad, ayúdeme se lo ruego. Un hombre quiere hacerme daño.

—Cálmese señorita por favor. ¿A dónde la llevo?

—Lejos de aquí, por favor. —el taxista echó a andar el auto.

Brooke temblaba aún de miedo, las lágrimas corrían por sus mejillas indetenibles e incontenibles. El hombre la miraba desde el retrovisor, podía notar el pánico en el rostro de la hermosa chica.

—Señorita, dígame a donde la llevo, quiere poner la denuncia.

La pelirrubia sabía el poder que tenía su jefe, era un hombre importante y adinerado. ¿Quién le iba a creer a ella, una simple ex camarera?

—No, no ellos no me van a creer, lo sé.

—Entonces a dónde la llevo, recuerde que estoy trabajando. —Brooke se quebró y su llanto se hizo más fuerte.

—No tengo a donde ir —gimoteó.

El taxista sintió compasión por ella, por lo que le ofreció llevarla a la pensión donde él vivía solo que Brooke dejó olvidada su bolsa en la oficina de Morris.

—No tengo como pagar, dejé mi bolsa en esa oficina.

El hombre se quedó pensativo por algunos segundos, luego le propuso:

—Yo estaré trabajando el resto de la noche, si deseas puedes quedarte en mi cuarto, pero eso sí, cuando regrese deberás irte.

Brooke sintió un poco de alivio, aquel hombre de cabello canoso, y mirada triste era una especie de ángel para ella.

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