Capítulo dos:Los problemas que nos aquejan

Los niños tiene padres que proveen de lo necesario para una vida plena y feliz, los nobles deparan lo mejor para sus hijos, los plebeyos lo necesario, pero los huérfanos, junto con el extranjero, deben pasar largas horas de trabajo, si quieren tener derecho al hogar y crianza en el orfanato. Los débiles y pequeños reparten pan, los fuertes y mal portados en la mina de carbón de la región o en otros oficios pesados.

Los gritos del capataz resonaban por la mina. A sus diez años los sueños de la niñes han dejado de existir y ahora son la realidad de una adultez que llego muy pronto. Achecar ha trabajado aquí desde hace un mes, la paga es precaria más para ellos, pero el se siente con la fuerza de realizar más. A fin de cuentas, en sus tierras natales, amar al trabajo sea lo que fuese mientras trajera beneficios para el pueblo, eran sin lugar a dudas bien recibido, pero en este momento y tras un largo tiempo se percato de la injusta paga a pesar de que el carbón sea de muy buen provecho para la población.

—¡Ya no trabajaré más!—grito Achecar, al tiempo que arrojaba el pico.

Los niños y el resto de trabajadores se alarmaron al escucharlo, pues vieron como el capataz se acercaba con un paso brusco, y una mirada llena de rabia, su reflejo se acomodo a su forma de ser, la de intimidar por la que podía generar cierta paralisis en el cuerpo de aquellos que mirará.

—¡Que dijiste mocoso extranjero!—dijo al momento de lanzar su mirada, ocasionando un dolor punsante. Achecar sintió como su cuerpo se estremecia, y dándole mareos, pero se mantuvo firme y llegó a hablar.

—¡Qué no trabajaré más! A no ser que nos paguen lo justo por el trabajo que realizamos.

—¡Tu que sabes de administrar!

—Nuestro barco no producía mucho pescado para pagar a más hombres, por lo que funjia de administrador junto a mi padre, él decía:cobra lo justo, y contribuye igual. El dueño de esta mina se mueve en carruaje mientras nosotros, caminamos descalzos, sus hijos visten ropas elegantes, nosotros andrajos, el recibe con moneda de oro, nosotros con fierro que es diez veces inferior a la de bronce, que a su vez esta vale cien veces menos que la de plata, que a su vez vale mil veces menos que la de oro. Nosotros minamos el suelo el solo reparte.

—¡Maldito mocoso!

—¡Atrévete a tocar al chico, y usaremos nuestro reflejo para atacarlo!—grito uno de los obreros.

—¿Qué pueden hacer contra mi?—grito el capataz al tiempo que un aura lo cubría, y sus ojos generaban un dolor en los presentes, sin embargo otros soportaban y uno de ellos llamado Hectar quien tenía un reflejo relacionado con el fuego dejó ver su poder.

—Mi reflejo no me puede salvar de tu mirada, pero si puedo hacer explotar la mina.

—No te atreverías.

—Eso crees, veamos si no es cierto.

La mirada del capataz se impregnó en Hectar, quien no desistió y llegó a encender el carbón, así como a llegar a estremecer aquella parte de la mina.

—El niño tiene razón, abusan de nuestra ignorancia y por el hecho de ser nobles, se creen con el derecho de tratarnos como quieran, si bien no podremos derrotarlos, veremos como resuelven el asunto del desabasto de carbón—grito Hectar.

Al escuchar las palabras y ver todo el desastre que se podría presentar, el capataz decidió regresar con Alfredad; el noble dueño de la mina, y uno de los más poderosos, en especial con su reflejo de tierra. Era un hombre mayor teniendo a dos hijos de un nivel similar o superior. Su apariencia era la de un hombre robusto con barba encanecida y una cola de caballo.

—¿Qué estas diciendo?—dijo Alfredad con su característica voz ronca y sonante.

—¡Lo que oyó señor! Los obreros se rebelan, exigen un aumento de salario, uno justo al trabajo que realizan.

—Al diablo, ¿quien fue el que orquesto esto?

—Me da vergüenza admitirlo, pero se trató del extranjero y después le siguieron los demás.

Alfredad hizo unos movimientos con su mano, haciendo que del piso unas manos de roca se formarán y aprisonaran al capataz, quien trató de paralizarlas, pero no consiguió nada, pues lo apresaron por completo y cegarlo con arena.

—Vergüenza, es lo menos que debes admitir, eres Finral de Von Accelo, hijo de Gerald de Von Accelo, uno de los combatientes más fuertes de los guardianes mágicos, con su famoso reflejo pulverisante. Y vienes a decirme que un mocoso extranjero te desencadenó una revuelta.

—Me disculpo señor, sucede que Hectar amenazó con pulverizar la mina, y es muy fuerte mi señor.

Alfredad le golpeó el rostro y bajó a la mina en compañía de sus guarda espaldas, o también llamados Soportes. En la mina algunos chicos le recriminaban a Achecar por tal acción, mientras otros lo defendian. Hectar fue quien puso orden por ser uno de los miembros más respetados, como uno de los de mayor antigüedad.

—Ya es suficiente, debemos dejar de lado nuestras diferencias, y estar unidos ahora. Achecar, si ese es tu nombre realmente admiro tu valentía.

—Y yo la suya, realmente me sorprendió lo que hizo, pudo destruir la mina.

—No muchacho, probablemente habría hecho colapsar una parte, pero destruirla, eso es sólo algo de lo que se pueden jactar unos pocos.

—Con ese poder usted podría convertirse en un guardián mágico.

—Muchacho, todos tenemos ese sueño, pero no todos lo logramos, a fin de cuentas aquellos que deben proteger el reino deben ser poderosos, si te impresionó mi poder no has visto nada. Los capitanes y el general, realmente te darán escalofríos con el simple hecho de verlos.

—Eso realmente me emociona.

Hectar le sonrio y le tocó la cabeza revolviendo su cabello. En ese momento se escucharon pasos, algunos obreros al saber de quien se trataba dieron un paso atrás, mientras que otros a pesar del miedo se quedaron de pie. La imagen inponente de Alfredad se hizo presente en la entrada de la cámara y se paro en frente de Hectar.

—Así que ustedes son los alborotadores, que se niegan a trabajar.

—Eso es mentira—contestó Achecar—yo no desprecio el trabajo, si dije eso, es por que en este tiempo, el salario no es justo con nosotros, quienes rompemos piedra a una paga miserable.

—Tu, un extranjero y sobre todo un niño viene a decirme que esta bien en la mina que es mía, no crees que careces de derecho al solicitar tal cosa.

—El está en su derecho—empezó Hectar—desde que este niño empezó a trabajar, lo he visto entregado a esto, a contagiado a los demás chicos y sobre todo no reniega de él y produce más con la esperanza de que usted le pague lo que su trabajo vale.

—Nadie se lo pidió.

—Pero bien que le gusta tener a personas así ¿no?

—¿Sabes la enorme diferencia entre nosotros?

—Eso lo se, pero todos aquí, o al menos la gran mayoría estamos dispuestos a morir, y suerte encontrado nuevos trabajadores y sobre todo proveer de carbón al país y al resto.

Alfredad apretaba los dientes ante tales palabras, por desvío la mirada a Achecar, quien a pesar de estar a unos metros de alguien tan fuerte no se movía de ahí, ni se escondía detrás de Hectar

—Tu actitud arrogante no va de acuerdo a tu edad, ni tu madurez, ¿enserio tienes diez años?—le dijo Alfredad.

—Al morir mi madre, mi padre me crió en soledad, debido a que era un pescador pobre, me llevaba consigo a donde fuera, como no podía instruirme en una buena educación, memorizaba los libros de la biblioteca, le cobraban setenta saleris, lo que vendrían a ser ochenta piezas de bronce. Me explico y contó muchas cosas, también me dijo que ya no podía ser un niño, pues el mar era un cajón de sorpresas, y el podría morir en cualquier momento. Básicamente sacrificó mi infancia por garantizarme una vida.

Hubo un silencio muy grande, su actitud no era más que la coraza que ocultaba el miedo y la tristeza, aplicar aquello que su padre le enseño, que quizá no esperaba poner en práctica tan joven y no frente a un mundo desconocido en uno de los peores momentos.

—¿No tienes nada en contrá de los nobles?

—Salvo por su arrogancia, y trato hacía nosotros, creo que deben tener sus problemas como nosotros, pero eso si, dudo que no tengan donde dormir, no les falte que vestir, y sobre todo, una buena comida.

Alfredad miró a Achecar, como al resto de trabajadores, guardo silencio y pidió unos momentos, se retiró. Los obreros se impacientaron ante la tardanza, pero para su sorpresa el volvió.

—He sido injusto, supongo, cada uno de ustedes produce más que mi capataz en los años en que estuvo en la mina. Ganan actualmente setenta monedas de fierro cada siete. Si mantienen ese nivel de producción cada año subiré un poco el salario, puesto que ahora, recibirán una moneda de plata con diez de cobre. Es lo más alto que puedo pagar en estos momentos, si administran bien lo que les doy es muy probable que nunca les faltara comida en la mesa, y tendrán para divertirse. ¿Esta conformes con eso?

—Comprenda qué tenemos nuestras aspiraciones—dijo Achecar—pero si usted están justo con sus trabajadores, le garantizo que tendrá grandes resultados. Por el momento, cuente conmigo.

Tan pronto dijo eso los obreros dijeron lo mismo, y retornaron al trabajo. Alfredad se vio sorprendido y conmovido por aquellos hombres, que al volver a su casa se sintió agusto, aunque no así sus hijos, que al enterarse no tardaron en recriminar a su padre.

—¿Qué fue lo que hiciste padre?—dijo Alfran—con eso nuestra riqueza perderá un veinte porciento.

—Sí, ¿que fue lo que te hizo ceder?—agregó Anfran

—¡Silencio!—Alfredad grito haciendo que sus hijos se encogieran de miedo—por eso se los di, esos obreros unidos no les llegarían ni a la suela de los zapatos, pero tienen más coraje que ustedes dos juntos, me plantaron clara, lo único que querían era que su trabajo fuera valorado y eso hice, valore su trabajo, les di el dinero que merecen. En tanto ustedes, veremos si lo merecen.

Los dos se retiraron muertos de miedo, y con una rabia tan grande que la inmesidad del mar no podría contenerla. Mientras tanto al salir del trabajo, los obreros llevaron a sus familias al orfanato donde hicieron una fiesta para festejar el aumento del salario. Ana al verlos se sorprendió por lo ocurrido, mientras que Aldar miraba con recelo;el no trabajaba en la mina sino con los herreros, quienes no sólo tenían un mejor salario, sino que se jactaba de esto, burlándose de aquellos que recibían pagas inferiores.

Ana se mostraba contenta pero a la vez preocupada, algo que le hizo ver a Achecar.

—¿Crees que no hice lo correcto?

—No digo eso, solo que tuviste suerte de tenerlos de tu lado, sino solo los dioses sabrán el destino que deparaba.

—Eso lo se, pero es lo justo.

—Aveces el mundo no lo es.

—Eso lo se, pero depende de nosotros hacerlo justo, como mi padre.

—¿Tu padre hizo algo similar?

—Sí, pero no de la misma forma, motivo del por qué éramos pobres. Cuando era más pequeño, hubo una guerra en la que mi país de origen se torno perdedor, debido a esto hubo una crisis muy grande, pero esto sirvió para algunos que se aprovecharon de la decesperanza ocasionada por la escasez de recursos, muchos se hicieron ricos, pero mi padre no. El dejó el precio del pescado de manera comoda, ganabamos, pero no alcanzamos a cubrir gastos impuestos por otros, pero nunca pasamos hambre, como tampoco tuvimos lujos. Era lo justo, saciar el hambre de otros era mejor que llenar nuestros bolsos con dinero abusivo.

Ana lo miro con aún más respeto y Hectar hizo un brindis; con el jugo de naranjas que hicieron, en honor al chico que le devolvió la valentia a la que el solo contestó —Un brindis por las personas comprensibles y de buena voluntad—. Todos alzaron su vasos, bebieron y rieron sanamente.

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