4. Capítulo: "El Día Acordado"

Y el día llegó.

Cuándo anocheció y se miró al espejo de cuerpo completo con aquella ropa puesta tan exhibicionista se sintió aplastada por el sentimiento de culpa que ya se hacía presente en su sistema. La lencería a su medida la hizo sentir asqueada. ¿Qué es lo que pasaba con ella? La presión era grande, aún así se empujó a seguir adelante. No tenía otra opción que hacerlo. Se puso un abrigo sobre la ropa, entonces se quedó a la espera de Rashid, quién pasaría buscándola cerca de las diez, de ahí partirían a un hotel.

Las manos le temblaban así como todo su cuerpo, no era ella, sino otra persona la que ocupaba aquel lugar. Se repetía vez tras vez, quizá para aminorar la culpa, que solo lo hacía por su madre.

Salió de casa cuando escuchó aquel claxon que sonaba sin parar, era el árabe. Estaba a nada de ocurrir, a nada de ser desvirgada por ese espécimen de hombre. Cuando entró al auto, el perfume del aludido la asesinó, era tan fuerte, olía a todo eso, a un deseo fortuito, a esa noche desconocida para ella.

—Imagino que llevas lo que te compré debajo de ese abrigo, ¿no es así?

—Sí.

—Nos vamos a divertir mucho, Victoria. Quita esa cara, te llevaré al cielo, ya lo vas a ver —le guiñó un ojo antes de ponerse en marcha y dejarla con la arritmia en un vuelo.

Había prometido ser cuidadoso al realizar aquel acto, una experiencia completamente nueva para la muchacha, aún así verla sin el abrigo y expuesta ante él y solamente para él, lo volvió una bestia.

Estaba mirando un cuerpo perfecto, a una virgen.

No había nada más excitante que apreciar la fisonomía curvilínea de Victoria. En aquellos rincones que nunca antes nadie había explorado. Hacerla suya, besarla y dejarla extasiada.

Es así como, habiendo firmado el contrato, la llevó a la cama. Ya era suya. La marcaría.

Ya tenía los nervios a flor de piel y cuando vio aquel musculoso cuerpo, las ganas de huir incrementaron, era grande demasiado fornido y sensual, era un espécimen muy sexy, no podía creer que él la haría mujer.

La besó de los pies a la cabeza quedándose también un rato sobre su abdomen contraído, la muchacha tenía los ojos cerrados y empezaba a perder el hilo de su propia respiración convirtiéndose irregular. No podía con tanto y todo lo que estaba experimentando la aturdía. Gimió cuando el hombre se hizo paso entre sus piernas y sin verlo venir, se fundió en ella. El grito fue callado por esa boca experta que la besó vehemente.

Sus cuerpos iban al mismo ritmo, la inexperiencia llevada de la mano por semejante hombre. Terminaron exhaustos, ella con un dolor punzante, completamente normal tomando en cuenta su... Mejor no lo decía.

—¿Estás bien? —se dejó caer a su lado mientras trataba de recuperar la respiración debido a la situación del momento.

Ella solo fue capaz de mover la cabeza a modo de asentimiento porque las palabras no le salían de su boca se había quedado muda. Timidez a mil, eso sentía. Respiró profundo, ya todo había pasado. Sí, y la cuenta regresiva apenas iniciaba.

—¿Tú crees que ya me embaracé? —inquirió al rato, sintiendo que cada parte de su ser enloquecía.

Lo más probable es que fuera un tremendo sí, al cabo de un tiempo la duda se confirmaría Al final era el objetivo de aquel hombre, la razón por la que se había hecho el desatino, más allá de ser el fetiche de un hombre, por ser el primero en la vida de una mujer.

—Eso espero, o tendremos que hacerlo otra vez, y tú no querrás, de mi parte no tengo problema. No me voy a quedar, iré a casa, tú puedes pasar la noche aquí, mañana enviaré un coche para que te recoja y te lleve a casa.

Claro, ¿qué otra cosa esperaba? Él ya se marcharía dejándola allí como si fuera un objeto. Por supuesto que así la veía, ya cumplido su objetivo, no la necesitaba más. Así que nada de eso la sorprendía.

—También me quiero ir, no voy a pasar la noche aquí.

—Quédate, ya nos tomamos un riesgo alto al ser vistos al entrar, lo mejor es ser más cuidadosos y así evitar que se nos vea juntos —expresó, serio y demandante.

Se aferró a las sábanas que cubrían su desnudez. El hombre admitía que la joven eran muy guapa, incluso con todo el cabello despeinado sobre sus hombros, era hermosa.

Batió la cabeza por todos los pensamientos que cruzaban su cabeza. No podía pensar en eso, ella era solo una joven a la que no debía darle la mínima importancia, salvo por ser la madre de su futuro hijo haría una excepción por esos meses. Comenzó a vestirse y tras decir adiós se marchó dejándola sola.

Victoria cogió una bocanada de aire y se resistió a no ponerse a llorar. Pero ya estaba llorando a moco suelto. Entre lágrimas y más lágrimas acabó por quedarse totalmente dormida. Al siguiente día se despertó por los rayos de luz que se colaron a través de los enormes ventanales que tenía la habitación. Apretó los párpados con dureza antes de intentar nuevamente parpadear varias veces y de ese modo acostumbrarse a la claridad. Se puso en pies y se dispuso a marcharse.

Cuando estaba en el ascensor llegó la llamada, era aquel millonario con el que había pasado una noche distinta marcando un antes y un después en su vida. No quería tomarla, se lo pensó demasiado antes de deslizar el dedo en la pantalla de su móvil y atenderlo.

—¿Qué pasa?

—Buenos días, Victoria. Primero saluda, sé educada.

Bufó.

—Ya estoy de camino a casa.

—He dicho que te pasaría a recoger. ¿Qué no entendiste?

—¿Tú? En todo caso dijiste anoche que enviarías un coche por mí.

—Sí, estoy aquí abajo y te puedo asegurar que no has salido. Así que deja de mentirme y date prisa.

—Esto no está dentro del contrato, en ninguna parte de lo que he firmado dice que me vas a manejar a tu antojo y mucho menos vas a decirme lo que debo hacer.

—Deja que te recuerde, Victoria, qué probablemente estás embarazada y eso ya es una razón de peso que me da el derecho de opinar sobre lo que haces o dejas hacer.

—¿Qué te sucede? Puedo tranquilamente irme a casa sin necesidad de que tú me lleves, y así lo voy a hacer, no voy a subirme a tu auto.

—No te estoy pidiendo un favor, es una orden. Así que obedece.

No podía creerlo, lo que le faltaba a ese tipo, que se creyera con el derecho de hacer lo que le daba la gana con ella. Odiaba tanto que se tomara ese atrevimiento. Lo odiaba.

Trató de mantenerse en la cordura, no iba a perderla por ese tipo y su demandante forma de ser. Era un imbécil y tendría que lidiar con ello.

Se apresuró en llegar abajo, en efecto, había un deportivo estacionado a las afueras. Diferente al de ayer, viniendo de un hombre tan adinerado, no le sorprendía que tuviera varios coches. Así que supuso que sería ese, al irse acercando sonó un claxon, por lo que confirmó que sí se trataba de él. Pronto abordó de copiloto. Ya solo quería llegar a casa y sentirse a salvo, lamentablemente el peligro seguía a su lado.

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