Capítulo 3

Con el paso de los días, Alexander se encontraba en un dilema, por primera vez en su vida. Siempre fue un hombre controlado y decidido, si quería algo, lo obtenía, punto, no había tintas medias ni vacilaciones.

Esa fue la manera en la que lo criaron, desde que puede recordar, ha tenido lo que ha deseado sin falta, su madre siempre lo mimó demasiado, recordándole que él sería el heredero de la familia y, al mismo tiempo, dándole esa enorme responsabilidad de llenar todas las expectativas de sus padres y la sociedad.

Él se esforzó por hacerlo, obtuvo buenas notas en sus estudios, excelente desempeño en deportes, demostró ser un líder nato y fue sobresaliente en cada aspecto de su vida, hasta llegar a ese momento. Era un excelente ejemplar de alfa y el orgullo de sus padres.

Tres años atrás, se graduó de la universidad y su padre le confío la gerencia de operaciones, el área más importante de la compañía, él era el encargado de garantizar que los productos cumplieran con los estándares internacionales y, al mismo tiempo, fueran innovadores y llamativos.

Amaba su trabajo, lo disfrutaba mucho, aunque los demás le dijeran que él era demasiado obsesivo y perfeccionista, así era como todo debería funcionar, ser ordenado, metódico y preciso. Siempre pensó que nadie iba a entenderlo jamás, sus hermanos no lo hacían, sus padres tampoco y sus pocos amigos, menos. Ni hablar de sus empleados que lo veían como un ogro solo por pedirles hacer bien su trabajo.

Sin embargo, su nueva asistente era la maravillosa excepción, Isabella lo sorprendía cada día de la mejor manera y se iba colando poco a poco en sus pensamientos. Físicamente, era un deleite para la vista, ni siquiera esos atuendos sencillos y baratos lograban opacar su esplendor, brillaba con luz propia, era la omega más hermosa que había visto y eso era mucho decir teniendo en cuenta que se movía en un mundo cercano a artistas y modelos, y claro, su buena amiga Adeline era una preciosidad también.

Pero Isabella era diferente a todas las demás, ella irradiaba una belleza pura e inocente y la acompañaba muy bien con una inteligencia prodigiosa, ya llevaba dos meses trabajando para él y se entendían a un nivel casi telepático. Cada mañana, cuando llegaba, ella ya estaba en su puesto de trabajo y le tenía un delicioso café preparado, lo mejor para empezar el día. Le recordaba sus citas y reuniones y le entregaba cualquier informe que hubiese solicitado.

Incluso se adelantaba a sus peticiones, Alexander tenía un orgasmo mental cada vez que la llamaba para solicitar algo y la chica ya lo tenía listo; sus traducciones eran impecables y le habían permitido evidenciar detalles en los contratos y reportes de proveedores que nadie más había visto; su conocimiento de la cadena productiva se equiparaba al suyo y tenía un talento particular para conseguir acomodar las reuniones de manera que no las sintiera tan pesadas.

A veces, se preguntaba cómo consiguió sobrevivir esos años de trabajo sin ella, su trabajo era más eficiente ahora, los dos eran engranajes bien aceitados que funcionaban a la perfección. Lo único malo de ese extraordinario ser, era que se arrastraba silenciosamente bajo su piel, sin permiso y sin barreras.

Despertaba cada día pensando en la preciosa sonrisa que vería al llegar a su oficina, compartía el almuerzo con ella, con la excusa de adelantar pendientes o de odiar comer solo, y en los últimos días, le costaba el mundo irse a su casa en las noches y sobrevivir los fines de semana sin verla.

Alexander había llegado al punto de adelantar planeación de meses solo para tenerla más tiempo a su lado, y el hecho de que Isabella jamás se negara a nada ni pusiera reparos a ninguna de sus órdenes, le brindaba un placer posesivo, era como si ella se rindiera por completo a él y amaba demasiado eso. Desde que fue consciente de los sentimientos que empezaban a formarse por su hermosa asistente y la inmensa atracción hacia ella, comenzó su cruzada por romper los límites laborales entre ellos.

A pesar del profundo deseo que albergaba de ir más allá, el miedo era más fuerte, le aterraba hacer algún movimiento audaz que asustara a Isabella y provocara que se fuera, ¡cielos, no! Eso sería terrible para él, en este punto ya no concebía su vida sin esa chica para iluminarla. Por eso, iba increíblemente despacio, y estaba convencido de que sí estaba haciendo pequeños progresos en la dirección correcta.

Por ejemplo, ya había logrado captar algunos sonrojos cuando su cerebro lo traicionaba y se quedaba mirándola más de lo debido, especialmente en ciertas zonas de su cuerpo que lo llamaban a gritos y lo hipnotizaban; cuando Isabella se daba cuenta no se enojaba, pero sí se sonrojaba viéndose incluso más hermosa, el carmesí que bañaba sus mejillas contrastando con su piel tan clara le daba el aspecto de una muñeca de porcelana, tan perfecta e inmaculada que él no podía evitar babear por ella. Ya no tenía que pedirle almorzar con él, la chica lo hacía como costumbre y preparaba su sala de juntas privada como un comedor algo decente al medio día.

Isabella también le había preguntado si el café negro era su favorito o simplemente la elección más sencilla, pidiéndole permiso para prepararle diferentes variedades hasta definir lo que en verdad le gustaba, por eso, lo miraba expectante cada mañana hasta que él daba su visto bueno y entonces, la más hermosa de las sonrisas se dibujaba en ese perfecto rostro, brillaba con la fuerza de mil soles y lo dejaba sin aliento.

Todos los días Alexander pensaba lo mismo, ella podría darle a beber petróleo y él de todas maneras le diría que era la bebida más deliciosa que había probado en su vida, solo para verla sonreír de esa manera que le aceleraba el corazón y le alegraba todo el día, no importaba el estrés que enfrentaban por el nuevo lanzamiento ni las agobiantes reuniones, cuando su cabeza comenzaba a punzar solo debía verla a ella y recibir el regalo de esa sonrisa discreta que parecía decirle: “todo está bien” y como por arte de magia su mundo estaba en paz de nuevo.

Incluso, en las ocasiones en que salieron juntos a alguna reunión fuera de la empresa, Isabella parecía apenada y conmovida con sus gestos de caballerosidad, más de una vez la descubrió sin palabras ante algún detalle. Era un avance lento, pero seguro, ahora tenía una meta definida y era hacer suya a esa omega, no en la forma carnal, o bueno, sí de esa manera, pero más que eso, él había encontrado en Isabella a la persona que lo entendía y complementaba a la perfección, la quería por completo suya, en todos los sentidos.

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