Ese día, al regresar a casa, me sentía impotente y afectada tras la conversación con Luis José. Había confirmado el delicado estado de salud de mi hermana Abril, y aunque lo amaba profundamente, no podía ignorar que él era su esposo. La situación me obligaba a mantenerme callada y alejarme de él para siempre.
— Ana Paula, por fin llegas. Papá y mamá preguntaron por ti. Nos invitaron a almorzar en el club, pero no respondías el celular. — Lo siento, Abril, pero no me siento bien. Me retiro a mi habitación.
— ¡Espera! Mira cómo tienes el pie inflamado y sangrando.
El dolor de la herida era indescriptible. Me había olvidado de cuidar la herida debido a mis preocupaciones.
— Debes curarte esa herida, Ana Paula. Debería decirle a Luis José que te examine.
— ¡No! No es necesario, yo puedo hacerlo.
— ¿Por qué no? Luis José es un excelente médico. Aunque aún no se ha especializado, estás en buenas manos.
— No quiero molestarlo. Puedo cuidarme sola.
Ver a Luis José junto a mi hermana m