Julia estaba sentada en una silla de ruedas. En su estado de debilidad, caminar le resultaba difícil, pero aun así había insistido en venir para finalizar el divorcio.
— Julia, tú...
— Vamos.
Julia no quería intercambiar ni una palabra más con él y le indicó a Emma que empujara la silla hacia dentro.
Santiago se veía muy demacrado estos días, con notables ojeras, el cabello desordenado y, aunque vestía un traje formal, había perdido su porte habitual.
Al ver a la pareja nuevamente, el funcionario notó un ambiente sombrío, especialmente con Julia en silla de ruedas, cubierta de heridas pero determinada a obtener el divorcio. Sin hacer preguntas, simplemente selló los documentos.
Con los certificados de divorcio en sus manos, Julia finalmente suspiró aliviada. Desde ese momento, era libre.
Cuando Emma empujaba la silla de ruedas hacia la salida, Santiago les bloqueó el paso.
— Julia, sé que me odias, pero por favor, dame un momento. Necesito hablar contigo.
Emma replicó:
— ¿Cómo te atrev