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Julián Castro se graduó en la universidad de Los Andes en los años ochenta, al graduarse dio clases en un liceo como profesor de castellano y compartía esa labor conjuntamente con la universidad pedagógica local, como profesor de literatura latinoamericana bajo contrato por horas para sus futuros colegas.

Con esos dos sueldos malvivía en una pensión cuya única bondad era la de poder meter a las novias en mitad de la noche gracias a que el casero, un vejete libidinoso, disfrutaba los quejidos de amor provenientes de las diferentes habitaciones, todo fue bien hasta que una novia más o menos fija de la época salió embarazada, el como buen andino, educado y formal le ofreció matrimonio, entre otras cosas por el hijo que venía en camino, a pesar de los consejos de amigos y familiares que lo desalentaban en su empeño, todos argumentaban (no sin razón) que el oficio de profesor era muy bonito, romántico quizás pero con palabras no se llenan estómagos, además “quien se casa, casa qui

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