CAPÍTULO 2 ALCOHOL, UN MAL CONSEJERO

— Me casaré contigo cuando tengamos 30 años — de todo lo que recordé de Dante esa frase se asentó en mi cabeza y se repetía una y otra vez.

Al terminar ese año escolar, Dante se fue con su familia de vacaciones y no regresó jamás. El primer día de clases lo esperé en la entrada de la escuela hasta que las puertas del edificio se cerraron. Había escuchado a los vecinos hablar de que se habían mudado, pero cada día del verano yo daba varias vueltas por su casa con la esperanza de que hubiera regresado y nunca vi camiones de mudanza, así que ignoré todos aquellos comentarios.

Jamás conocí a su familia. Siempre que hacíamos tarea juntos, que salíamos o jugábamos, lo hacíamos en mi casa, nunca me invitó a la suya, así que no sabía nada de él, fuimos compañeros por todo un año y nunca habló de ellos, al menos no a detalle.

Triste y desconsolada me fui al salón de clases, había perdido a mi mejor amigo y junto con él, había desaparecido la promesa que me hizo. Por un momento lo odié, hasta creí que lo había hecho a propósito, él sabía que no tendría que cumplir lo prometido.

— Pero, ahora está aquí — dijo una voz en mi cabeza — tienes treinta años y él también— susurraba en mi mente.

— Se va a casar — rebatí en voz alta.

— Sí, pero contigo, él tiene que cumplir su promesa — respondió aquella vocecilla.

El alcohol, el maldito alcohol, es el peor consejero del mundo, es aquel que te dice “bésalo, no pasa nada, es solo un beso”, o “no esta tan feo, ¡vamos! acércate y baila con él”, si, ese tipo de malos consejos solo te los puede dar el alcohol, te da seguridad, te hace ver cosas que no son.

Y ahí estaba yo, borracha desde la punta del pie hasta la punta del cabello, con una sola cosa en la cabeza, la promesa que Dante me había hecho y él se encontraba solo a unos metros de mí. Aquello no era una casualidad pensé, como la buena romántica que siempre he sido, me convencí de que la vida lo había traído de vuelta a mí, justo cuando más lo necesitaba. Él había aparecido para cumplir su promesa y casarse conmigo.

Salté del banco en el que me encontraba sentada. Una muy mala idea. A penas y mis pies tocaron el suelo, las piernas se me doblaron como si fueran de plastilina, tuve que recargar todo mi peso sobre la barra y aferrarme a ella como si fuera una tabla salvavidas.

— ¡Hey, hey! ¡cuidado! — advirtió el bartender, sorprendido de que, pese a mi borrachera, tuviera fuerzas para sostenerme de la barra — te pediré un taxi, vuelve a sentarte — pidió.

— ¡Tiene que cumplir su promesa! — respondí mientras intentaba, fallidamente claro, recomponerme, acomodé mi cabello y le di unos alisones a mi vestido, tomé aire varias veces mientras hacía acopio de todas mis fuerzas para pararme derecha sin sostenerme de nada y no tambalearme, todo bajo la atenta y confundida mirada del bartender.

— No sé de qué hablas preciosa, pero lo mejor será que tomes asiento, si gustas puedo llamar a alguien — se ofreció. Claro que a mi poco me importaba lo que me decía, había trazado mi objetivo y nada me detendría.

— ¡Se va a casar conmigo! — el bartender frunció el ceño ante mis torpes palabras — Él lo prometió, ¿sabes?, Dante me lo prometió— dije con fuerza. Sin esperar respuesta de aquel hombre que me había estado sirviendo tragos durante toda la tarde, emprendí mi camino, claro que no tenía ni puta idea de donde se encontraba Dante, apenas y di un paso, todo comenzó a moverse y mi vista borrosa no ayudaba.

A medio andar, un mesero se cruzó conmigo — ¿Puedo ayudarla? — preguntó con amabilidad.

— Dante Ridchet — logré decir, claro que no pudo ocultar su cara de confusión —¿Dónde está? — exigí saber.

— Por allá— con duda el mesero señaló una mesa al fondo del lugar, separada de las otras mesas por una especie de biombos de madera tallada.

— Bien, gracias — volví a tomar aire y continué mi camino.

Los obstáculos no terminaban; cuando al fin logré llegar a la mesa, sin terminar de cara en el piso, un grupo de hombres rodeaba la mesa, dentro de mi gran plan nunca me detuve a pensar que no tenía ni idea de cómo se veía Dante ahora, estúpidamente pensaba encontrar el chiquillo flacucho que era en secundaria.

— Dante Ridchet — dije sin más, arrastrando las palabras. Mi aspecto no debió ser el mejor, ya que todos los hombres ahí parados frente a mí, me miraban horrorizados — Dante Ridchet — volví a decir, esta vez levanté la mano y señalé hacia enfrente sin saber siquiera a quien apuntaba con mi dedo, aquello provocó que me tambaleara un poco.

— Es por allá, cariño — un hombre del que apenas y distinguía su sonrisa, me tomó el brazo y lo dirigió hacia otro de los hombres, éste me miraba como si estuviera a punto de mandarme a la horca. Por un par de segundos logró darme miedo, pero como dije antes, el alcohol te da lo que te hace falta y en ese momento me otorgó valentía.

— ¡Me lo prometiste, Dante! — A pesar de la borrachera y de que se me salían las palabras un poco atropelladas, lograba formular las frases completas. —Tienes que cumplir con tu promesa — exigí.

— ¡Saquen a esta loca de aquí! — respondió aquel hombre con voz fría, ignorándome por completo.

— ¡No, no, no! — di dos pasos más hacia él, tambaleándome. Para ese punto en cualquier momento perdería la conciencia — ¡Dijiste que te casarías conmigo! — solté a los cuatro vientos. No sé si fue por la borrachera, pero me dio la impresión de que un silencio sepulcral impregnó todo el bar — ¿Lo olvidaste? ¿Cómo pudiste hacerlo, Dante? — le reprocho.

— Llama a seguridad y saquen a esta mujer de aquí— ordenó esta vez menos indiferente y sin apartar la mirada de mí.

— Tranquilo, Dante — dijo el chico sonriente, tomándole por el brazo — yo me encargo de ella.

— ¿Qué? no, no, no. Dante, tú me lo prometiste, dijiste: “Elle me casaré contigo, no estarás sola” — solté con un patético intento de imitar su voz — ¿Recuerdas? — esta vez me acerqué más, él no pareció inmutarse, me miraba detenidamente.

— ¿Elle? — dijo al fin.

— ¡Ven, ven!, sí me recuerda — Levanté los brazos al cielo triunfante.

— Si, ya lo veo — dijo el chico que ahora ya sostenía mi peso por completo y luchaba por no dejarme caer al suelo.

— ¡Tienes que cumplir tu promesa, Dante! — volví a mirarlo — No puedes casarte con otra. Tu… — le apunté al rostro con mi dedo índice — vas a cumplir tu promesa y casarte conmigo — aseguré, fuera de mis cabales.

— Está borracha, llévala a su casa — ordenó.

— ¡No! — chillé, soltándome del agarre del otro hombre — ¡Dante! — lo llamé mirándolo a la cara o al menos a lo que distinguía de su rostro — ¿Por qué desapareciste? — de pronto todo el dolor y la decepción que cargaba en mi interior afloraron y sin siquiera sentirlo, comencé a llorar como una chiquilla pequeña — Todo habría sido diferente, nada de esto estuviera pasando — señalé molesta — No estaría sufriendo así. — ¿Por qué? ¿por qué desapareciste? — exigí saber, hecha un mar de llanto — ¡Tú tienes la culpa de todo lo que me ha pasado!, ¡tienes que cumplir tu promesa, Dante! —.

— ¡Basta! — me interrumpió. Bruscamente me tomó por el brazo y literalmente me arrastró a la salida trasera del bar.

— ¡Dante, suéltala! — pedía otro chico que junto al hombre sonrisa, nos seguían. — Estás armando un escándalo — señaló.

— ¿Te parece que yo armé el escándalo? — respondió con molestia.

— Yo me encargaré de ella, anda, vuelve a adentro — dijo el hombre sonriente, mientras yo luchaba por zafarme del agarre de Dante.

— ¡Cállense los dos! — dijo con voz amenazante — No sé qué mierdas haya sido de tu vida y me importa muy poco que tan miserable sea, pero no vas a venir a arruinar la mía, así que deja de lloriquear y ve y resuélvela tu sola — al soltarme provocó que me cayera al suelo.

— ¡Dante! — lo reprendió uno de los hombres mientras me ayudaba a ponerme de pie.

— ¡Tú no eres Dante, mi amigo! — dije — ¡Él había cumplido su promesa sin dudar!, tu… — alcé mi rostro para verlo — tú no eres más que un cobarde, un poco hombre. Prometiste casarte conmigo y desapareciste así si más, arruinaste mi vida Dante — continué mientras me ponía de pie, con ayuda de los hombres que nos habían seguido.

— Axel, llévatela antes de que pierda la paciencia — ordenó amenazante antes de darse la vuelta y encaminarse de nuevo al interior del bar.

— ¡Espera, Dante! — Me acerqué a él, pero antes de que pudiera decir algo, el estómago me jugó una mala pasada y terminé vaciando lo poco que había comido sobre él.

— ¡Qué mierdas! — chilló furioso — ¡llévatela ya! — gritó — Traeré la camioneta — respondió con nerviosismo el hombre al que había llamado Axel.

— Anda, yo la llevaré — aseguró el chico sonriente. Sacó un pañuelo de la solapa de su saco y me limpió el rostro sin poder evitar una mueca de asco al hacerlo, me tomó en brazos y echó a andar.

— Benji— se escuchó la voz de Dante a nuestras espaldas — llévala a su casa, ¿entendido? — ordenó con un dejo de advertencia en su voz.

— ¡Claro, claro! — respondió el Benji sin dejar de andar.

Yo tenía tantas cosas que decir, pero simplemente no salían de mi boca. Mi cuerpo ya no respondía, el alcohol me había consumido por completo, ya no era dueña de nada, ni de mi conciencia.

— Muy bien cariño, se buena y trata de no caerte — Benji me colocó en el suelo mientras abría la puerta trasera de su coche — ¡eso es, eso es! — decía mientras me ayudaba a subirme y sostenía mi cuerpo con el cinturón de seguridad — ¡listo, ahora vámonos! — cerró la puerta del auto. Un segundo después escuché cuando echaba a andar el vehículo.

— Dime, preciosa, ¿es verdad? ¿Dante te propuso matrimonio? — quiso saber.

Yo apenas y podía sostener la cabeza — me… mintió — logré decir.

— ¡Vaya, vaya! — dijo el hombre sonriente. Después de eso perdí la conciencia.

— Dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad — el sonido de una voz me volvió en mí, alcé mi rostro y seguía en el vehículo con el hombre sonrisa, éste hablaba por teléfono. — Dijo que se llamaba Elle, pero no puedo estar seguro — informaba al teléfono — Dante estaba furioso — soltó un par de carcajadas — ¿Eso es lo que quieres? — preguntó — ¡Está bien, está bien! la llevaré para allá, muero por ver la cara que pondrá el perfecto Dante Ridchet — fue lo último que escuché. Me sumí en un sueño profundo en el que todo lo que había sucedido aquel día, desapareció de mi mente. Tenía semanas que no dormía así.

Dos meses sin dormir, dos meses sin comer, dos meses desde que había descubierto el engaño de mi perfecto esposo y sólo un día desde que había firmado el divorcio. Sí, después de firmar el divorcio salí y me refugié en el primer bar que encontré, completamente derrotada, devastada y dolida. Me había mantenido fuerte durante dos largos meses, pero no pude soportarlo más cuando vi a Martin completamente renovado, fresco, liberado y con la mirada brillante. Destruyó mi vida, mis sueños, mis anhelos, mientras que él renacía, ¡no era justo!

Así que, a falta de amigas, opté por desahogarme en el alcohol, ¿qué de malo podría pasar?, tal vez terminaría contando mi patética vida a un desconocido y nada más, obviamente no fue así. Sumida en la inconciencia era ajena al caos que había ocasionado, estaba metida en un buen lío y sí que necesitaba descansar, iba a requerir todas mis fuerzas para enfrentar todo lo que venía.

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