Capítulo 46: Carta.

Las palabras de Maximiliano, junto con su historia, era algo que todavía retumbaba en la cabeza de Amelia. No podía creer que bajo aquel rostro torpe, atractivo y serio se encontrara una historia así, tan desgarradora.

La madrugada la habían pasado juntos, contemplando el amanecer precioso. Amelia atesoró en su corazón aquel tiempo compartido con él, porque sabía que aquello nunca más sucedería.

Una semana, siete días completos, aquel tiempo le había tomado llenarse de valor para finalmente decidir que el momento de irse había llegado.

Las manos de Maximiliano le rodeaban la cintura, él se encontraba dormido, dormido de verdad; ella había aprendido a discernir entre las veces en las que él fingía dormir y entre las veces en las que en realidad se encontraba sumergido en un sueño profundo. Aquella era una de esas veces.

—Maximiliano —susurró, para asegurarse por completo de que él se encontraba dormido; no obtuvo ninguna respuesta más que el vaivén lento del pecho del hombre, que se ha
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