Capítulo 2: Cafetería.

No podía decir que detestaba su trabajo, pero sabía que merecía algo mejor que trabajar en una cafetería, a pesar de que era una muy reconocida a donde un flujo enorme de clientes acudían, sentía que tenía potencial para algo más, la cuestión era que no sabía que era ese algo más. El único talento que tenía Amalia, a pesar de la paciencia, era el escribir, pero hace mucho esos sueños se habían quebrado.

Eran las seis y cincuenta de la mañana, la cafetería aún no había abierto, pero estaba a punto de hacerlo, le gustaba tomar los primeros —y únicos— momentos de paz que tenía, para reflexionar sobre el rumbo de su vida, el cual parecía torcerse cada vez más, no se imaginaba trabajando allí por el resto de su vida.

—Pronto vendrán los clientes —avisó su compañera de trabajo, Fatima, una mujer de estatura pequeña, tanto que Amelia no se la podía tomar en serio, a pesar de eso, parecía tener la simpatía suficiente para atrapar la atención de todos—. En menos de dos minutos.

—Sí —masculló Amelia, suspirando, en lo único que podía pensar era en que quería irse—. Lo dices como si fuera algo bueno.

Su compañera rió, iba a decir algo, pero de pronto, otro compañero de ellas se acercó, con un rostro preocupado, pero a la vez sonriente. Amelia no entendió su expresión.

—Que romántico, ¿de quién es pareja? —Amelia y Fatima se miraron entre sí, incapaces de entender aquella pregunta.

—¿De qué hablas? —preguntó Amelia, bostezando, había dormido pésimo la noche anterior.

—¿Quién de ustedes trajo a su esposo al trabajo?

Ambas seguían sin comprenderle siquiera un poco, pero rieron ante sus palabras, las dos se encontraban solteras.

—No entiendo de qué hablas —le dijo con franqueza Fatima, frunciendo su entrecejo.

—Hay un hombre parado en la salida, bueno… ahora se sentó en los bancos que están afuera, pero desde muy temprano en la mañana se encuentra ahí, parado. —La que frunció su ceño fue Amelia, haciendo una mueca con sus labios, torciéndolos—. Supuse que sería la nueva pareja de alguna de ustedes, no sé, ha estado parado allí, como si esperara a alguien.

Amelia sintió un repentino miedo.

—Seguro es uno de esos lunáticos que suelen venir —supuso, encogiéndose de hombros para así restarle importancia a la situación, aunque le pareció extraño que alguien estuviera tan temprano allí, los clientes empezaban a aparecer unos minutos más tardes en general.

—Lo dudo —negó su compañero—. Luce demasiado bien para ser un lunático o un vagabundo.

—¿A qué te refieres cuando dices que luce demasiado bien para ser un vagabundo? —preguntó Fatima, sintiendo como la curiosidad se aposaba en su cuerpo.

—Velo por ti misma —la invitó su compañero, Fatima de inmediato se dirigió hacia la puerta—. ¿No vendrás a verlo, Amelia?

La mujer negó, en realidad no le interesaba, se sirvió un café y empezó a beberlo con lentitud, pensando que aquel sería otro día más de estresante trabajo.

A los pocos minutos de irse, Fatima regresó, con un brillo distinto en los ojos y una sonrisa adornándole el bello rostro.

—¿Qué sucedió? —preguntó Amelia, viendo la expresión de la mujer—. ¿Acaso es tan guapo?

—¡Es guapísimo, Amelia! ¡Tienes que verlo! —Fatima sujetó a la mujer por el brazo, casi ocasionando que el café se vertiera sobre su ropa.

—Espera, espera, ¡espera, Fatima! ¿Qué te hace pensar que quiero verlo?

—¡No seas tan aburrida, Amelia! ¡Está guapísimo el hombre!

—¿Y qué te dice que no es un lunático? Solo un completo lunático se sentaría al frente de un establecimiento para esperar a que abra —opinó Amelia, dándole un trago a su café.

—Es el hombre más elegante que he visto alguna vez, dudo demasiado que se trate de un lunático, tiene incluso apariencia de rico, cabello oscuro, barba fina, porte elegante, y viene en el carro del año, ¿sabes cuánto cuenta el carro del año, Amelia? Solo eso se necesita para saber que el tipo es rico, tienes que verlo.

Amelia frunció su entrecejo, aquella descripción le sonaba ciertamente, similar, pero no quiso hacer suposiciones incoherentes, así que terminó aceptando ir a ver al hombre, mientras le daba un trago al café.

—Mira, ahí, sentando en el banco de al frente —indicó Fatima, entusiasmada.

Cuando los ojos de Amelia se precisaron en la persona que se encontraba sentada allí, la taza de café se resbaló de manera trémula de sus manos. Sus labios se abrieron y su rostro se cubrió de una máscara de perplejidad y miedo.

El hombre que se encontraba allí, esperando a que abrieran, era nada más y nada menos que Maximiliano, el mismo sujeto que la había acosado con la mirada durante toda la noche.

Fatima tomó los nervios de su amiga, y no logró comprenderlos. Amelia no le había dicho nada de aquel sujeto que la había básicamente obligado a decirle su nombre, no creía que fuese importante, además, se dijo a sí misma que no volvería a ver a aquel sujeto jamás en su vida, lo que menos imaginaba era que él estaría esperando a que el lugar en donde ella trabajara abriera.

—¿Pero qué sucede, Amelia? ¿Lo conoces acaso?

Amelia negó con dificultad, tenía que tranquilizarse: lo más probable, era que se tratara de una broma del destino, de una simple coincidencia, no había manera que aquel sujeto que apenas sabía su nombre, hubiese averiguado en donde ella trabajaba, claro que no, se trataba de una simple coincidencia. Sus propias palabras no le brindaban ninguna tranquilidad, aunque sabía que lo más probable era que así fuera, una coincidencia, no pudo evitar sentirse nerviosa, pues en realidad, se había sentido demasiado incomoda por los ojos de aquel sujeto fijados en ella el otro día.

—No, claro q-que no lo conozco —le respondió a su amiga, agachándose a recoger los fragmentos de la taza de café que había dejado caer.

—¿Necesitas ayuda? —se ofreció Fatima.

—No, estoy b-bien… tú ve y prepara todo, estamos a pocos minutos de abrir.

Su compañera le dedicó una mirada más, como si buscara analizar sus pensamientos, la reacción de Amelia había sido una bastante particular, nerviosa, se encontraba nerviosa, incluso sus dedos temblaban mientras recogía aquellos trozos de vidrio.

¿Y sí él la había estado espiando?

—No —se murmuró, cuidando no ser escuchada por nadie—. Estoy siendo paranoica.

O eso esperaba.

Terminó de recoger los trozos de vidrios entre sus manos, luego se colocó de pie, sin quererlo, su mirada se posó en el hombre de nuevo. Amelia se quedó estática cuando los ojos de Maximiliano cayeron sobre los de ella.

La mujer se estremeció cuando vio como el hombre rápidamente se ponía de pie y se acercaba al establecimiento en donde ella estaba.

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