Compromisos y pactos.

Era 10 de diciembre, Becca se levantó súper temprano, se colocó ropa deportiva, y salió de casa, no sin antes mirar con disimulo, el guapísimo hombre que dormía en su sillón.

Llegó a la pastelería y se dedicó a rellenar y decorar los bizcochos. Una vez su trabajo hubo terminado, volvió a casa. No hablo con nadie y no se acercó a nadie. No tenía el humor para hacerlo estaba deprimida, aplastada, preocupada y agotada. Así era siempre que tenía aquel sueño.

Al entrar por la puerta notó que el joven ya no estaba, y que su padre tampoco, así que volvió directamente a la cama.

La mañana transcurrió tranquila, hasta que su hermana de 9 años fue a despertarla, más allá del medio dia. Alicia la sarandeo un par de veces, no era alguien muy delicada o considerada.

— ¡Parate! Debemos ir a la peluquería hoy. No puedes haberlo olvidado. — Gritaba la niña.

— Claro... — Dijo Becca aún medio dormida. — La fiesta de Navidad es hoy... ¿verdad?

— Si, habrá comida y música. — Gritó la niña emocionada.

— Recuerda que a las hermanas de la iglesia no les gusta mucho la idea de que estés por ahí bailando. — Comentó la hermana mayor de ambas desde el espejo.

— Si papá, siendo el reverendo no tiene problema alguno, ellas no tienen nada que decirle a Alicia. — Respondió Becca.

— Exacto, Isobel! — Grito la pequeña. Alicia no entendía el descontento de las hermanas de la iglesia, era muy pequeña para entender bien tantas prohibiciones, reglas y normas de comportamiento. A los 9 años, su mayor preocupación es que las coletas le queden muy apretadas, y eso está bien.

Alicia era rubia, rubia "oscura" para ser exactos, sus rizos eran gruesos y largos y sus ojos color avellana. Sus mejillas gorditas y sonrosadas. Isobel, la mayor tenía ojos verdes y la piel del mismo color, en la actualidad era peliroja, y usaba el cabello especialmente largo.

Becca siempre se tomaba un tiempo para apreciar la belleza de sus hermanas, quienes eran para ella, no menos que unas princesas.

Luego de arreglarse, se tiraron en una misma cama, como lo hacían desde pequeñas. A buscar figuras en las marcas del techo.

— Es hora de irse, niñas. No pueden perder una cita para la que han ahorrado tanto. — Hablo su padre desde la puerta.

David, era un hombre maduro, de 63 años. Para nada se permitía ser un anciano. Aunque era regordete. Estaba bien cuidado, y aparentaba la juventud y seguridad alojadas en su espíritu.

Las 3 hijas menores del hombre, salieron de la casa junto a él, y su refunfuñante hermano Moisés, quien odiaba los "días de peluquería". Los cuales en realidad, no eran muchos, pero si tardados.

En transporte público tardaron 45min en llegar.

El salón era pequeño, también un poco humilde, y eso era lo que les gustaba, no se consideraban personas ostentosas.

La estilista era una señora llamada Merly. Una mujer caderona y con el cabello impresionantemente liso, color anaranjado.

— ¡Mis queridas señoritas! — Gritó soltando un cepillo.

Las tres se acercaron a saludarla y se abrazaron con cariño.

— ¿Y su madre? — Preguntó.

—Esta en un congreso de educadores. — Comento Isobel.

— Vuelve la semana que viene. — Termino Becca.

— Tiene que recuperar el renombre de su familia de alguna manera, no? — Respondió Merly como disculpando a Anabella, la madre. — Entonces hagamos algo hermoso, hoy es la noche de Navidad, y el anuncio de compromiso de Bec en la Iglesia.

Rebeca volteo los ojos. Y las peluqueras comenzaron su trabajo.

Como de costumbre, Becca se undio en los pensamientos del sueño que tuvo la noche anterior.

Horas más tarde se encontraban en el salón de la celebración. Becca e Isobel revisaban que todos los pedidos, adornos y atracciones hubiesen llegado antes de entrar a vestirse.

Sus 4 hermanos mayores ya estaban presentes, pero, como de costumbre, criticando el trabajo ajeno.

Becca se retiró rápidamente, para evitar hablar con alguno de ellos, e Isobel terminó con la promenores y se ausentó. Su padre sabía que ambas estaban huyendo de sus desagradables hermanos.

Moisés y Alicia jugaban animadamente en el área de fotografía junto a sus sobrinos. Entre ellos, los 4 menores eran bastante unidos, y eso los mantenía bien alejados de los mayores.

Becca odiaba los pasillos entre camerinos de aquel teatro, eran solos, oscuros y lúgubres. La gente evitaba entrar a aquellos espacios. Pero ella tendría que estar ahí hasta el anuncio de su compromiso.

Llevaba el cabello recogido en una media cola que hacía caer rizos sobre su esbelta espalda, pero no estaba arreglada para la ocasión, apenas llevaba unos jeans y camiseta. A veces se topaba alguna hermana, encargada de algún preparativo, pero nadie mas estaba en esos espacios. Una extraña puerta estaba custodiada por un hombre vestido de traje y gafas de sol. Le pareció ridículo aquel tipo.

—Se cree del servicio secreto estadounidense. — pensó mientras soltaba una ricita.

— ¿Que se supone que haces, hermana? — Grito Isobel desde el final del pasillo. — Ya deberías estás lista.

— ¡M*erda! — Grito Becca, volviendo junto a su hermana. Pero una altísima pared estaba entre ellas, y Bec se la llevó por en medio.

— Lo siento. ¿estás bien? — preguntó una voz algo conocida.

— Yo .. disculpa, no sabía que... ay, que vergüenza. — Comento ella desde el suelo, tratando de levantarse.

El joven, alto y de voz profunda la ayudo a levantarse. — No, debí avisarte. Me disculpo. — Su mirada era intensa, sus ojos azules como el espacio oscuro e infinito. Sus pestañas y cejas los enmarcaban perfectamente bien. Su cabello estaba trenzado y colgaba de uno de sus hombros.

— Que hombre... — Pensó — Gracias por tu ayuda, Luciano, yo... estoy un poco apurada, hoy es una noche... ehmmm... difícil. ¡Espero no haberte lastimado! — Gritó Bec corriendo por el pasillo

— Felicidades por su compromiso, señorita. — Le escucho decir.

Ella se ruborizó corriendo a su camarote. ¡Que vergüenza!

Una vez dentro, su hermana le ayudó con el vestido que quería utilizar, este no se lo podría colocar sola, ya que tenía un corset, y sin ella no se hubiese podido terminar de vestir.

— Estás preciosa. — Le dijo, al colocarle un hermoso collar de cruces.

— Gracias, también tú lo estás.

— ¿Sabes que... lamento que debas hacer esto? — Susurro su hermana con voz quebrada.

— Siempre Velare por tu bien, y el de los demás. Todo estará bien a partir de ahora... — Ambas se abrazaron.

Su conversación era completamente en serio, no solo eran hermanas, eran más que las mejores amigas, y no temian ser sinceras la una, con la otra.

Rebeca había aceptado su destino, ¿que otro caballero de brillante armadura podría sacrificarse así por sus hermanas, sino ella?.

Ambas salieron al pasillo, a esperar. Desde ahí se escuchaba la música, las risas, el disfrute de todos los invitados, que ahora esperaban verla bajar al gran salón.

El guarda espaldas excéntrico ya no estaba. Así que no tenía de que burlarse.

La música se detuvo súbitamente y desde ahí logro escuchar el discurso de su padre.

— Queridos hermanos, querida familia, estamos aquí todos reunidos para celebrar la llegada de nuestro amado Jesús a este plano terrenal. Seamos bendecidos desde esta noche, en adelante, por alabarlo, adorarlo y bendecirlo a él también. ¿Cuantos dicen amen? — Bec siempre odio tanta palabrería.

—Amen!— Exclamaban los presentes.

— Pero también estamos aquí, reunidos para celebrar el sagrado compromiso, de mi pequeña hija, Rebeca, quien ha formado parte de nuestra congregación desde su nacimiento. Con el joven, Luciano D'Luzbel.

— Oh... Dios. — pensó ella.

— Ahora que conocen a el joven Luciano y sin más preámbulo, recibamos a nuestra dama celebrada la noche de hoy. Rebeca D'Sologne.

El público vitoreo con fuerza, los aplausos hacían eco en todo el salón. Eso la lleno de valentía para seguir adelante.

Salió al salón y bajo la alta escalera de madera pulida. Desde allí podia ver a todos, sus hermanos, tíos, sobrinos, amigos y demás gente de la congregación. Todos felices, o al menos eso parecía.

Junto a su padre, estaba el mismísimo Luciano. Esta vez, tenía un traje negro, una camisa blanca y el cabello suelto sobre sus hombros. El volteo, y le ofreció su mano cuando ella estaba lo suficientemente cerca.

Ella se la dio, y el la besó con suavidad.

Su respiración era cálida y sus labios muy suaves.

— Es la tentación hecha persona. — Dijo en sus adentros.

Él sonrió, como si hubiese escuchado aquel comentario. La llevo al centro del salón y comenzó a sonar un Vals. El lago de los cisnes... su favorita. El tomo delicadamente su cintura, ella su hombro, y comenzaron a bailar.

— Felicidades por su compromiso, señor. — Le susurró ella. — Es una sorpresa para mi, encontrarmelo en esta pista de baile. — Intentaba bromear, pero era clara su sorpresa y nerviosismo.

— Es una sorpresa conseguir una esposa en tan bella dama. — Respondió el.

Bailaron un rato, la gente se reunió en parejas luego de la primera mitad de la canción, y así estuvieron por otras dos más. Becca miraba los ojos de Luciano, intentando descifrar alguna emoción, o sentimiento. El solo sonreía de medio lado y devolvía la intensa mirada. Lo único en lo que ella podía pensar, era en la tranquilidad que sentía al saber que su prometido realmente no era alguien completamente desconocido.

El joven se acercó de forma coqueta como si tuviera la intención de besarla cómo lo hizo la noche anterior, pero en lugar de eso sonrío con descaro. — Estos son los frutos de tu pacto. — Comentó el.

Aquellas palabras la golpearon como la superficie helada de una piscina congelada por el frío invierno.

Becca sintió el deseo de huir, pero las manos de él se apretaron en torno a ella. Lo miro con preocupación, y el solo sonreía.

— Para tu familia, de hoy en más, seré Luciano. Tú, puedes llamarme Luci, ya que Lucifer o Luzbel podría ser problemático.

La mente de ella iba al mil por hora, pensaba en cada detalle, y buscaba en lo mas profundo de su mente... ¿cual habría sido el pacto?

— ¿Aún no lo puedes recordar? — Preguntó el.

— No.. yo no... ¿como sabes que no puedo recordarlo? — susurró claramente asustada.

— Cada día, desde esa noche, jamás has estado sola... en 10 años, casi nada te ha dañado. Porque desde ese momento has estado prometida a mi, y yo cumplo mis promesas. Te he cuidado, he mejorado tu calidad de vida, y la economía de tu familia. Ahora he venido a cobrar. - Dijo sin cambiar el semblante sonriente y complacido que tenía desde el principio del baile.

— ¿Vienes por mi alma, aquí, frente a toda una iglesia?

— Vine por tu cuerpo. Tu me acompañarás y serás mi apoyo en este mundo humano, y tal vez... mas allá de el. — Dijo luego de una breve risa.

La canción terminó, y mucha gente comenzó a rodearlos. Ella parecía incómoda y el la tenía tomada de su mano. Su cuerpo temblaba como si el más grande frío que pudiera haber sentido en su vida la estuviera azotando.

— ¿Papá te consiguió un marido, porque no sabías elegir por ti misma? — Alexandra, otra de sus hermanas mayores. Preguntó frente a todos, con la clara intención de humillarla.

— Yo lo elegí. ¿O te parece que tengo mal gusto? — Respondió Becca con orgullo mirando al hombre a su lado. Era el tipo de mujer que no permitía que alguien la pisoteara. Aun cuando temblaba con fuerza.

— Tranquila, mi cielo. Seguro está celosa de que tendrás un matrimonio honrado, con un hombre que te alejara siempre del sentimiento que los humanos llaman miseria. — Le comento Luci a su novia, rodeándola con un brazo.

Algunos se echaron a reír, para nadie ahí era un secreto que el matrimonio de esa mujer, era un fracaso. Alexandra se enfurruño y alejó de la multitud.

Las personas se acercaron a saludarlos, y luego les permitieron ir a su mesa de celebración.

— Ya se, Ulises te contó de mis estupideces pasadas. — Dijo Becca desde su asiento, cuando nadie pudiera escucharlos.

— Esa noche... estabas en este mismo auditorio, sola. Tenías un vestido... blanco, delgado. Te cortaste donde no era, por error, pero aún con el peligro de desangrarte, dibujaste el círculo y ofreciste carne, porque tenías miedo sacrificar un animal. Además olvidaste la mirra, y cuando finalmente hablaste conmigo... te desmayaste. Aún con todo, despertaste a la mañana siguiente sin heridas y en tu cama. — Dijo el con una voz llena de paciencia.

Era todo cierto, jamás contó a nadie los pormenores. Ahora si, estaba más aterrada. La voz no le salía y la mano le temblaba.

— No tienes nada que temer. Solo te casaras conmigo. Siendo practicante de brujería desde hace 10 años, deberías saber que en realidad no hay nada malo en mi. Soy el portador de luz, preciosa. Nada malo sucederá si estás bajo mi abrigo.

— Pero... es que.... nadie... — Bec tenía ganas de llorar. — yo pensé... Dios mío.

— No, el jamás fue tu Dios. — Comento entre risas. — Hoy olvídate de quién soy... mañana hablaremos seriamente de todo lo que esto conlleva.

— Está bien.

La velada transcurrió sin mayores problemas, cenaron, comieron pastel y ella pudo ausentarse de la fiesta luego de todo eso, aún cuando la celebración continuó toda la noche.

Le comento a Isobel que estaba indispuesta y tomo el primer taxi disponible para volver a casa. Estaba profundamente incómoda y aterrada, pero no podía permitir que alguien se diera cuenta de ello.

Al llegar el departamento estaba solo, se sentía extremadamente vacío y no había quien pudiera molestarla. Entonces tomó su celular y llamo a su amigo.

— ¡¡ULISES!! ¿A quien le contaste que de adolescentes tratamos de pactar con el diablo, infeliz?

— A nadie, estábamos locos y preferí evitar dañar más la visión de otros sobre nosotros. Tampoco soy un estúpido. — La voz de Ulises sonaba somnolienta.

— ¿Tu pacto se cumplió? — susurró ella.

— No, pero, las cosas han mejorado desde entonces, te lo he dicho más de una vez. Ahora mi banda tiene contratos, y tal vez en un año una gira.

— Yo... Ulises... mi pacto fue consumado, y ahora... ahora viene a cobrarme. — La voz de la muchacha estaba llena de pánico— Mañana, en la universidad, nos vemos en el área de dibujo de la biblioteca.

— Es un hecho, hermosa. — y trancó.

Rebeca se acostó en su cama a llorar amargamente, la luz estaba encendida, como cada vez que se encontraba sola en cualquier lugar del mundo, y aún así, logro quedarse dormida.

La gente llegó a casa, e hicieron lo posible por no despertarla. Todos comprendían lo difícil que había sido esa noche, pero nadie sabía hasta que punto.

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