Cap. 3 El plan de Laila

Cuando recordaba esa mañana funesta sollozaba, no importaba con que tacto se lo dijeran o la falta de este, la verdad derrumbaba su vida: estaba muriendo, Laila Nafel de Ansar, moría lentamente. Ante el doctor que la veía con regularidad, sus nervios se desbordaban, dentro, muy dentro tenía un mal presentimiento. Veía observar detenidamente los estudios con atención, comenzaba a desesperarse porque sentía que no acababa de decir las cosas, así que rompió el silencio con una pregunta.

—¿Cuándo crees que pueda embarazarme?

El doctor, viejo amigo de la familia Ansar la miró detenidamente y dijo.

—Laila… Te hice estudios porque no era normal que una mujer joven tuviera tantos abortos y...

—Sin rodeos por favor.

—Lo  siento Laila, nunca podrás tener  hijos.

Eso era muy duro, aunque ya sospechaba algo; pero, lo que siguió fue peor:

—Tienes un tumor cancerígeno en el útero y si no actuamos pronto, podrías morir.

Fue como si mil cachetadas le cayeran en su rostro bello y ella preguntó:

—¿Cuánto tiempo me quedaría?

—Con tratamiento…

—¡¿Cuánto?!

—Los nuevos tratamientos pueden alargar la vida de una persona Laila, tal vez hasta hacer el cáncer desaparecer, pero…—hizo una pausa—tu caso es complicado, podrías vivir un año o menos…

Ella se levantó y le dijo firme:

—Eso es todo, gracias doctor.

—Laila…—hizo una pausa—Hanza tiene que saberlo…

—Hanza sabrá lo que tiene que saber, nada más doctor.

No podía decirle a su amado esposo lo que estaba pasando y tampoco evidenciar las cosas. Esa noche su marido llegó con una caja de joyería y la vio recostada en la poltrona mirando al jardín, se acercó por detrás e intentó sorprenderla:

—Si quieres sorprenderme cariño, tendrías que quitarte el perfume que usas—le dijo ella.

—Laila, te llamé… No contestaste—le dio el obsequio—lo compré para ti.

Ella abrió y vio un bello collar de oro y piedras preciosas, entonces le dijo admirada de su buen gusto.

—Es hermoso… Siempre eres tan acertado en todo querido.

Hanza tomó sus manos y le dijo a su esposa.

—No me importa lo que diga el médico, me importas tú.

—Hanza… Necesitas un heredero, puedes llegar a ser jefe del clan y es justo que lo tengas.

—Que lo sea Amed, no quiero incomodarte.

La unión de ellos fue parte de un convenio entre dos grandes familias, no hubo amor; el amor entre ellos lo fueron construyendo día con día, que si fue complicado, siempre, pero amó a Hanza y él a ella y lo que tenían valía más que el oro y ahora era cuestionado por su esterilidad. Entonces Laila le dijo con toda la sutileza que esos casos ameritaban:

—He pensado en… Que deberíamos tomar a otra esposa.

Hanza se levantó como si mil demonios lo hubieran pinchado y la miró con horror.

—¿Te volviste loca?

—Es lo más lógico, no serías el primer poderoso que lo hace.

—Asumo que estás afectada por todo, pero otra esposa nunca lo aceptaré.

Laila fue tras él y le dijo a su esposo.

—Es la única forma Hanza… Te amo.

—Ahora no parece.

—Te amo sí y todo lo que digo y haré es por tu bien.

Laila estaba decidida a llevar a cabo su plan y comenzó a fraguar todo para que llegara a su cumplimiento. Recordó a la joven hermosa: Malak, ella sería adecuada y solo tenía que pulir a la joven y estaba segura de que sería la esposa perfecta para Hanza.

Laila comenzó a buscar información sobre sitios donde preparaban esposas y Reba se le acercó y le dijo a su ama.

—Haces bien en buscar tu misma a la esposa.

—Pero no sé cómo pulir a la joven.

—Hay un sitio muy apreciado por los caballeros, allí suelen buscar los comerciantes y hombres poderosos a sus esposas y segundas esposas, hasta concubinas.

—¿Qué sitio es ese?

—La Mansión del Placer, su dueña fue una concubina de un hombre del desierto y apreciada por su forma de preparar muchachas para tal menester.

—¿Cómo contacto con ella?

—Puede ir, ella le recibirá, el dinero mueve personas—Reba entonces le comentó—Fadila se mueve por dinero.

Fadila, tenía que hablar con esa mujer y negociar con ella sobre Malak.

Fadila 

Había un sitio en Fez que era muy conocido por los comerciantes y poderosos de la zona. Era un palacete ambientado en las Mil y una noches, perteneciente a una sola persona; una mujer llamada Fadila.

Desde muy joven, siendo casi una niña fue iniciada para atender a hombres ricos en sus asuntos y allí conoció al Sheik del desierto Omar Barsat, un poderoso de las arenas que se enamoró perdidamente de la joven Fadila y la convirtió en su concubina, privilegiada de muchas maneras. A tal punto que antes de morir destinó una cantidad considerable de dinero para que la mujer se mantenga y ella decidió en honor de la memoria de su gran amor, abrir la Mansión del Placer. Donde comenzó a enseñar a jóvenes a atender a sus esposos, amantes y ser una mujer virtuosa en las artes de la danza y de la gracia que toda mujer debía tener para ser una buena esposa. De sus lomos salieron esposas, segundas esposas, terceras y hasta concubinas de poderosos.

Las madres solían llevarles a sus hijas jóvenes y las presentaban a Fadila que evaluaba su presencia, estilo, posibilidades y la que pasaba las pruebas entraba a ser preparada para ser una esposa o concubina, todo dependía de la astucia y capacidad de la joven al momento de agradar.

La reputación de Fadila era respetable casi tanto como la de un hombre; tenía modos clásicos y muchos poderosos iban a su mansión para regodearse con las encantadoras jovencitas, en sus harenes privados.

Laila se informó de los detalles y le pidió a Kirvi que la acompañe a conocer el lugar.

—Menos mal que Amed está de viaje y no me ve en estas andadas.

—No estamos haciendo algo malo—comentó Laila.

—Vamos a un sitio de perdición, si mi marido lo llega a saber…

—No lo puede saber; Kirvi ante todo somos amigas, tu esposo no debe saber de mi idea.

—Odio esconderle algo a Amed.

Su cuñada creía que Amed no le escondía nada a ella, se decía que era asiduo de ese sitio y no precisamente para rezar. El punto quedaba en una zona exclusiva y a simple vista era un sitio elegante de jardines hermosos, jazmines que daban a la entrada un exquisito y delicado aroma. Kirvi se cubrió con su velo para no ser reconocida y fueron llevadas a los jardines. El sitio era hermoso con un laberinto de rosas de todo tipo y el aroma era relajante y a la vez muy particular, supuso para encantar los sentidos de los visitantes.

—Es una locura… Una locura, si nos ven… ¡Me muero!—se abanicaba—puedes arrepentirte Laila, podemos salir corriendo de aquí.

—No. Quiero llegar hasta el final.

Kirvi comenzó a decir sus oraciones en voz baja del temor de que alguien la viera en ese sitio.

—Te dije que no vinieras.

—¿Cómo puedes querer hacer esto?

—Tengo motivos.

Estaba arrepentida de haber ido, un hombre se les acercó con tés helados y les dio a las damas.

—Quiero sedar mis nervios—tomaba Kirvi.

Esperaron unos minutos y Fadila entró en compañía de unas empleadas, vestidas al estilo Bella Genio, con velos en el rostro y se colocaron detrás de ella. La mujer que debía tener sesenta años, se veía bastante conservada y elegantemente vestida y sus joyas eran ostentosas. Si quería dejar en claro que ella fue muy bendecida lo estaba dejando y bien en alto. Sonrió porque recibir a mujeres de poderosos, era muy poco común, muy raro de ver en esos tiempos.

—Mis apreciadas damas… Tener a mujeres del clan Ansar es novedoso, ¿en qué puede servirles Fadila?

—Soy Laila Ansar y ella es… Mi cuñada.

—¿Tiene nombre la señora?

—Kirvi… Me llamo Kirvi.

Laila entonces fue al punto, frontal como era ella:

—Quiero una segunda esposa para mi marido.

—Mi cuñada se volvió loca—dijo Kirvi—está muy nerviosa…

Fadila estaba desconcertada, no era usual que una esposa de poderoso, acudiera a su hogar a pedir algo como eso.

—Es una gran decisión… Normalmente, son los caballeros los que vienen a elegir a la joven, sus esposas nada tienen que ver.

Laila le dijo a la mujer.

—Como ve, no soy igual a ellas y siempre me dirijo por mi intuición.

Estaba ante una mujer de armas tomar, bella y por alguna causa debía desear otra esposa.

—Puedo saber la razón.

—Locura—comentó Kirvi.

Laila fue sincera con ella.

—No puedo concebir hijos y mi esposo necesita un heredero.

Fadila comenzaba a comprender y le dijo los riesgos de aquello.

—Tiene que estar consciente de que una esposa que dé hijos desplaza a la que no los puede tener.

—Estoy consciente y lista para todo.

Esa mujer debía amar mucho a su marido o lo hacía por algo mucho más allá de todo. Laila le dijo entonces.

—Si yo te consiguiera una joven, especial para capacitarla, ¿lo harías?

—Es mi misión; pero, la joven tiene que tener ese algo… Ese…

—Yo sé lo que tiene y si me gusta a mí, le gustará a mi esposo, lo sé muy bien. 

La decisión había sido tomada.

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