SEGUNDA PRIMERA CITA

—Voy para allá —contesté con nerviosismo. 

—¡Eres la mejor! —exclamó Raquel con emoción y colgó. 

Coloco el teléfono nuevamente en su base y cuando miro a Dayana y Loren, ambas me miran con enfado. 

—¿Nos dejaras por ella? —preguntó Loren. 

—¿Y quién es Bruce? —preguntó Dayana cruzando sus brazos. 

—Les prometo que les explicaré todo mañana o si me esperan en mi departamento hasta que llegue, esta misma noche les digo, pero ahora me tengo que ir —les dije rápidamente mientras les entregaba las llaves de mi departamento y después de darles a ambas un beso en la mejilla, empecé a caminar apresuradamente hacia la salida. 

—¡Más te vale decirnos todo hoy mismo, Raven! —escuché a Dayana advertirme, me volteé una vez más y les lancé un beso en el aire. 

Tomé un taxi hasta la casa de Raquel, me sentía extraña, no entendía porqué mi corazón latía tan rápido y mucho menos porqué estaba tan emocionada; solo pensar en volver a verlo me hacía sentir así. 

Al llegar a casa de Raquel, ella ya me esperaba en la entrada de esta y en cuanto me bajé del taxi rápidamente se acercó a mi, me tomó de la mano y entramos corriendo a su casa. 

—¡Por Dios, cálmate! Me dejaras sin brazo —exclamé mientras subíamos las escaleras. 

—¡No tenemos tiempo! —replicó. 

—¿A dónde van? ¿Pasó algo? —preguntó la madre de Raquel, quien imagino salía de la cocina, porque no la ví cuando entramos. 

—Hola señora Briana, un gusto volver a verla —dije dejándome llevar por Raquel. 

—Lo mismo pienso querida, ¿Te quedas a cenar? —preguntó. 

—No, mamá, Raven vino ayudarme con mi cita con Bruce Campbell, así que será otro día. 

—Está bien, espero que cenes otro día con nosotros, debes venir más seguido, cariño —pronunció. 

—¡Vino ayer mamá! —exclamó Raquel fastidiada. 

—Muchas gracias por su ofrecimiento, le prometo que lo tomaré en cuenta —dije antes que desapareciéramos de la vista de la señora Briana. Corrimos por el corredor y al llegar al final de este, entramos a la habitación de Raquel. 

—Tenemos que apurarnos —dijo sentándome frente al tocador. 

—Okey, pero me gustaría saber ¿Por qué estás tan desesperada? —le pregunté frunciendo el ceño. 

—Principalmente porque ya es tarde y segundo porque quedé de ir con Camilo y Gabin, a una fiesta, la cual será la mejor del año. 

—¡Espera un momento! ¿Quién es Gabin? ¿Y de qué fiesta hablas? —pregunté confundida. 

—Gabin es el chico con el cual Camilo y yo hicimos un trío y la fiesta será en una finca fuera de la ciudad —informó. 

—Ignorando el hecho de que hiciste un trío con Camilo, dime por favor que no irás a una de esas fincas de narcos —dije con preocupación. 

—No te preocupes, nada va a pasar, yo solo voy a disfrutar de la fiesta, Camilo es quien irá hacer disque “un negocio” 

—¡Dios, Raquel! ¿Acaso no te das cuenta del peligro que corres, yendo allá? —le pregunté mientras ella peinaba mi cabello. 

—Por favor deja de ser tan aguafiestas, de verdad que para ser pr*stituta eres muy santurrona a veces —espetó haciéndome sentir un poco mal, ya que su tono fue bastante despectivo. Ahora sé porqué la gente dice que las palabras duelen dependiendo de quién las diga— Lo siento, no quise decirlo así, yo sé que ser eso no es algo que tu hayas elegido y… 

—No te preocupes, no tienes porqué disculparte, es lo que soy —dije interrumpiéndola. 

—¡No, tu eres más que eso! Eres mi mejor amiga por ejemplo —pronunció en forma de broma y rodé mis ojos con una sonrisa. 

—¡Tu y tú lado narcisista! Pero ya fuera de broma, por favor ten cuidado, lo mejor será que no vayas o yo podría acompañarte para asegurarme que nada te pase. 

—No, tú tienes que ir con el tal Bruce, y yo iré a mi fiesta para disfrutar de la vida, nada me va a pasar, te lo juro —afirmó. 

Suspiré, —Está bien, no insistiré más, pero por favor cuídate mucho —le dije con preocupación. 

—Lo haré no te preocupes —contestó al mismo tiempo que terminaba de hacerme un elegante peinado en mi cabellera rubia. Los mechones de adelante están entrelazados en la parte de atrás de mi cabello, el resto de este está suelto y dos accesorios plateados le dan un toque de glamour. Por último Raquel, tomó su plancha y en mi cabello suelto hizo algunas ondas. 

Minutos después tenía puesto un vestido rojo, ajustado arriba y suelto desde la cintura hacia abajo; acompañado de ello, un maquillaje tenue con algunos brillos, el cual había hecho yo mismo mientras Raquel se cambiaba. 

No pude evitar mirarme en el espejo e impresionarme al ver que parecía una chica decente y elegante; me sentía extraña pero al mismo tiempo quería verme así todo el tiempo. 

—Bueno ya estoy lista —pronunció Raquel, quien llevaba puesta una gabardina, la cual tenía como propósito que sus padres no supieran el atrevido y escotado atuendo que llevaba puesto. 

—Si… —respondí distraída mirando mi reflejo en el espejo. 

—¿Qué te pasa? —me preguntó confundida. 

—Es que me veo tan diferente… 

—¿Y eso te gusta? 

—No lo sé —dije confundida. 

—Pues yo creo que te vez hermosa, en la primera cita llevabas una de mis faldas y una blusa; ahora estás más arreglada y te vez muy elegante. No siempre te vistes así por eso te es extraño. 

—Tienes razón —contesté un poco triste. 

—Ya debes irnos —dijo Raquel tomando mi mano. 

Al bajar nos encontramos con la madre de Raquel, quien arreglaba el comedor, imagino que para cenar con su esposo. 

—¡Oh, se ven preciosas! Pero hija, ¿Por qué la gabardina? Quítatela me encantaría ver tu atuendo —dijo la señora Briana. 

—No mami, mejor dinos ¿Qué tal se ve Raven? —preguntó cambiando de tema. 

—Pues se ve preciosa, deberías vestirte así más seguido, no es por criticarte querida pero casi siempre llevas puesto ropa algo vulgar… 

—¡Mamá! —exclamó Raquel, interrumpiéndola. Disimulé con una sonrisa, pero en realidad las palabras de la señora Briana, me hicieron sentir avergonzada e incómoda. 

—Cariño, mi intención no es ofenderte, además que sé que él vestir así no es culpa tuya, Raquel me dijo que tu madre murió cuando eras una niña y vives solo con tu padre; seguramente el hecho de no haber tenido una figura femenina en tu vida, ha hecho que no sepas cómo vestirte adecuadamente —se explicó la señora Briana. 

No me molesta que Raquel, no le haya dicho quien en realidad soy o que hago para ganarme la vida, incluso se lo agradezco pero siempre me ha resultado incómodo que hablen de mi madre, ya que no sé quién es. Esa mujer me abandonó dejándome a merced de mi padre, un despiadado que hizo mi vida una completa miseria. 

—Mamá, ya nos vamos —dijo Raquel dándole un beso en la mejilla. 

—Espera, Bruce Campbell, dijo que vendría por ti —informó. Raquel y yo nos miramos con preocupación. 

—¿De verdad? —preguntó Raquel. 

—Si. 

—Bueno lo esperaré allá fuera. 

—Pero… 

—Pero nada mami, no quiero que Bruce piense que soy una niña de mamita, así que lo esperaré allá fuera —se excusó y me tomó de la mano con prisa. 

—Bueno está bien. 

—No vayas a espiarnos por la ventana mami, chao, te adoro. 

Sonríe, —Yo también, y Raven espero que no te haya molestado mis comentarios, no era mi intención ofenderte. 

—Lo sé, no tiene de que preocuparse señora Briana —dije y Raquel y yo empezamos a caminar hacia la puerta. 

Al salir de su casa nos quedamos de pie en el andén pensando en que haríamos para mantener nuestro mentira del intercambio. 

—¿Ahora que vamos hacer Raquel? Creo que lo mejor será que digamos la verdad —dije. 

—No, claro que no, y mucho menos hoy —replicó y miró hacia su casa— Crucemos los dedos para que mamá no nos esté vigilando —agregó y de repente las luces verdes de un auto nos alumbraron— Aquí viene mi amorcito —pronunció Raquel. 

—Si, tu amorcito, es el único estúpido que no le importa ganarse una multa por cambiar las luces de un auto con tal de lucirse y llamar la atención. 

Volteó los ojos, —Solo les puso un papel de color ver encima, no exageres. 

El auto de Camilo se detuvo frente a nosotros, el muy idiota ni siquiera se molestó en salir de su auto, solo bajo las ventanillas de este y le hizo una seña con su cabeza a Raquel, para que se subiera. 

—Sube amor —dijo sin quitarse sus malditos lentes oscuros y de reojo ví a otro tipo dentro del auto, sentado en la parte de atrás, imaginé que era el tal Gabin— ¡Hey! BE tiempo sin verte, estás más sexy que nunca —pronunció Camilo— ¿Vendrás con nosotros? 

—Contigo ni a la esquina —espeté mirándolo con desprecio. 

Sonrió, —No cambias, en estos días iré al prostíbulo, le pagaré una buena suma a Roger, por tenerte en mi cama así que prepárate, te haré gemir cómo una p*rra. 

—¡Oye, es mi amiga! —exclamó Raquel, dándole un golpe en el hombro mientras yo lo miraba con una expresión de asco. 

—¡Lo haría hasta con tu hermana! —espetó. 

—¡Eres un imbécil! —le dije con desprecio. 

—Tiene razón —agregó Raquel. 

—No te enojes amor, esta noche Gabin y yo, te llevaremos al infierno del placer y te llenaremos ese c*lo de s*men, así que no te quejes. 

Fruncí el ceño asqueada mientras veía a Raquel, morder su labio, definitivamente ella estaba igual de loca que él y fue peor  cuando el tal Gabin empezó a besar su cuello mientras la mano de Camilo, se abría paso entre sus manos piernas y con su mano izquierda en el volante, arrancó el auto. 

En ese momento lo que más deseaba era tener una m*****a pastilla que me borrara la memoria, pero no tarde mucho en olvidar lo que había pasado, porque dos minutos después un auto frenó enfrente de mí y vi bajar a Bruce de el, y entonces olvidé todo por completo.

Su sonrisa radiante, la cual dejaba ver su blanca y perfecta dentadura, automáticamente me hizo sonreír. Su mirada me recorrió de pies a cabeza pero en sus ojos no veía lascivia y mucho menos me producía asco o me hacía sentir desnuda; lo contrario a eso, yo sentía mariposas en mi estómago. 

—Te vez hermosa, tanto que siento que debí traer un carruaje en vez de auto, porque en realidad vine a buscar a una reina —pronunció con un tono coqueto haciéndome reír. 

—¿A cuántas les has dicho lo mismo? —solté tal pregunta sin saber porqué la había hecho. Creo que mi idea arraigada de que todos los hombres son unos mujeriegos empedernidos, me ha hecho desconfiar de cada halago y cada palabra que me dicen. 

—No sé, déjame pensarlo… Se lo dicho a mi abuela, a mi madre, mi hermana y a mi sobrina de tres años —contestó haciéndome reír. 

—Disculpa mi hostilidad. 

—No te preocupes, a mi también me intriga saber algo, ¿Soy el primero en decirte un halago así? —me preguntó con una mirada llena de picardía. 

Sonreí, —Si. 

—Bueno fingiré que eso no me hace extremadamente feliz para que no salgas huyendo de mi —dijo mientras abría la puerta del auto. No pude hacer más que reír, luego subí al vehículo en el asiento del copiloto, él al asiento de al lado y empezó a conducir. 

—Espero que no piense que te estoy reclamando pero me gustaría saber ¿Por qué no me llamaste? —preguntó mirándome a mi y después al camino. 

—Eh… Lo siento, y-yo perdí tu tarjeta —titubeé nerviosa. 

Bruce me miró seriamente por un segundo y luego sonrió volviendo a mirar el camino. 

—Me alegra saber que fue eso y no lo que pensé. 

—¿Y qué habías pensado? 

—Que no fui de tu agrado y que la conexión que sentí al verte, tú no la habías sentido. 

Las mariposas en mi estómago se multiplicaron al escuchar esas palabras salir de sus labios y una sonrisa tonta se dibujó en mis labios. 

—¿Sentiste una conexión? —le pregunté un poco avergonzada. 

—Si, y te juro que fue una conexión mucho más importante que la del wifi. 

Solté una carcajada en cuanto ese chiste salió de su boca… 

—¡Por dios, eres demasiado ocurrente! 

—Es que desde la primera vez que te ví sonreír, me prometí a mi mismo que esa hermosa mueca jamás se borraría de tus labios, así tenga que convertirme en un payaso, yo la haré sonreír siempre señorita Davis —afirmó. Pero en cuanto me dijo “señorita Davis” recordé la farsa que era todo esto y entonces aquella sonrisa se borró de mis labios— Lo siento, ¿Acaso dije algo malo? —me preguntó preocupado. 

Sacudí mi cabeza, —No, no te preocupes —contesté. 

—Mi madre me dijo que estás estudiando farmacéutica, ¿Cómo vas con eso? —me preguntó y mi mente quedó por completo en blanco. Raquel hace varios meses había abandonado esa carrera y aún no le ha dicho a nadie así que no podía meter la pata con una respuesta mala. 

—B-bien, cada día más interesante —contesté un tanto nerviosa. 

—Discúlpame si sientes que te estoy interrogando. 

—No te preocupes, está bien —dije forzando una sonrisa, pero la mirada de Bruce, me decía que no me había creído. 

—¿Recuerdas el pequeño paciente del que te hablé? —preguntó. 

—¡Oh sí! ¿Cómo está? —le pregunté sinceramente preocupada. 

—Pues se está recuperando satisfactoriamente, las últimas horas fueron cruciales y su estado a mejorado muchísimo. 

—Eso es maravilloso, y tú debes ser un gran médico, no solo ayudas a sanar a tus pacientes sino que también te preocupas por ellos, eso es muy admirable. 

—Muchas gracias por tus palabras —contestó con una hermosa sonrisa en sus labios. 

Aquella noticia había hecho que esa gran sonrisa volviera a mis labios y justo en ese instante llegamos al restaurante. 

—¿Me permites tomar tu mano? —me preguntó Bruce, mientras estábamos frente al restaurante y el valet parking lleva su auto para estacionarlo. 

Asentí con una sonrisa a su petición y cuando su mano tomó la mía, nuevamente sentí aquella corriente en todo mi cuerpo. 

Entramos al restaurante, en el cual se escuchaba la tenue melodía de un violín, mientras varias parejas, cada una en sus respectivas mesas, platicaban y cenaban. Bruce intentó verificar la reservación pero al parecer hubo un error con el sistema y la mesa que había apartado se la habían dado a otra pareja. 

—No puede ser posible, ¿Acaso no pueden darnos otra mesa? —le preguntó al recepcionista. 

—Le pedimos mil disculpas por lo que acaba de pasar señor, pero cómo puede ver, el restaurante está lleno y no hay mesas disponibles —contestó el hombre. 

Bruce parecía frustrado y cuando volteó hacia mí podía ver enojo y decepción en sus ojos. 

—Lo lamento, quería que nuestra primera cita saliera perfecta pero lo eché a perder. 

—No te preocupes, no fue tu culpa —dije tratando de consolarlo pero aún así él seguía lleno de frustración, y entonces un recuerdo y una idea vinieron a mi cabeza; así que tomé la mano de Bruce y le sonreí con misterio— Ven conmigo. 

—¿A dónde? —preguntó confundido. 

—Solo déjate llevar —expresé y empecé a llevarnos fuera del restaurante. 

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