Capítulo 6

Gabriel me miró con sorpresa, creo que no se esperaba mi reacción.

―¿Estás segura de que eres capaz de soportar toda la verdad? Te recuerdo que todavía estás convaleciente.

―Claro que soy capaz, no soy una débil mujercita.

―No fue eso lo que vi en Chile ni anoche.

―Eso fue distinto.

―¿Lo crees? Quizá sea peor.

―¿Qué quieres decir? ―espeté.

―Gabriel... ―masculló nuestro padre.

―Nada, no quiero decir nada ―replicó Gabriel y tiró la servilleta a la mesa, salió furioso.

Yo miré a David, que estaba pensativo observando la nada, luego me giré hacia mi padre, que me miraba fijo, con una expresión de enojo.

―¿Qué fue eso?

―Gabriel es algo intenso, no le hagas caso ―me aconsejó.

―Parecía muy seguro de lo que decía, ¿qué pasa?

―Nada, hija, nada.

"Callar y obedecer", repliqué en mi mente, dos cosas que no se me daban nada de bien, pero las haría mientras no me dijeran lo que de verdad ocurría, intentaría hablar con Gabriel a solas.

―¿Quieres conocer el castillo? ―me preguntó mi padre.

―Sí, me gustaría mucho, con tal de que no me dejen en un pasillo secreto abandonado.

―Jamás, mi niña.

―Si quieres, yo te llevo a recorrer los confines del castillo ―me ofreció David con alegría.

―Sí, no tengo problema si a él no le molesta.

―Entonces, hermanita, prepárate, porque serán kilómetros de viaje y cientos de escalones ―me advirtió divertido―. Si te cansas, me tendrás que avisar.

―En ese caso, deberíamos llevar un picnic ―dije en tono de broma y saqué un trozo de pastel de la mesa.

―Sería bueno, así nos podremos detener en el camino para recargar energías.

Mi padre sonreía, creo que estaba feliz de que David me hubiera aceptado como su hermana de inmediato. Le di un beso a mi padre y salimos del comedor para recorrer el castillo. Yo jamás había estado en uno y ni en mis más locos sueños imaginé que podría vivir en uno. Sentía que estaba en un cuento de hadas.

―¿Por dónde quieres empezar? ―me preguntó David.

―Por el ala oeste ―respondí infantil.

Mi nuevo hermano sonrió burlón.

―Ah, quieres ver si tenemos una bestia escondida. ―Hizo un gesto de monstruo con las manos―. O tal vez quieres el espejo mágico o ver si existe una flor encantada.

―¡Pesado!

―Dime que no es cierto.

―Bueno, sí, me gustaría tener el espejo mágico.

―¿Alguien especial a quien quieras ver?

―A mis amigos, me vine sin despedirme.

―Conociendo a mi hermano, él se debe haber hecho cargo de despedirse a tu nombre.

―Sí, es lo más seguro ―respondí fastidiada.

―¿Te cae mal mi hermano?

―No, solo lo encuentro raro, intenso como dijo tu papá, a veces creo que me odia y otras veces...

―¿Otras veces?

―Siento que me quiere proteger de todo y de todos.

―Sí, así es él. ¿Por qué lo llamaste a él anoche? Podrías haber gritado, te hubiésemos oído.

―La verdad es que solo mandé un SOS, no fui capaz de hacer más, no quería ni salir de la cama. Esa cosa, esos ojos estaban ahí, mirándome...

―¿Tanto así te asustó?

―Sí, no es lindo ver que alguien te mira desde un rincón de tu pieza... en un tercer piso.

―¿Y mi hermano encontró al intruso?

―No había nadie.

―Tal vez fue solo una pesadilla.

―Eso mismo me dijo tu hermano, pero yo estaba despierta.

―A veces uno cree que está despierto, pero no es así.

―Puede ser.

―En todo caso, si vuelve a pasar, puedes tocar el timbre o gritar, te escucharemos.

―Gracias.

―Bien, hemos llegado al ala oeste, te aseguro que no hay bestias en el castillo. Este sector es mío, por decirlo de alguna forma. Mira, aquí está mi estudio de arte.

Abrió una puerta y decenas de cuadros nos dieron la bienvenida, varios atriles con lienzos a medio terminar se encontraban distribuidos por la enorme habitación.

―Son muy hermosos, ¿expones?

―Sí, tengo una pequeña galería que visitaremos uno de estos días, te podría pintar, ¿te gustaría?

―No sé, ¡qué vergüenza!

―¿Vergüenza por qué? Eres muy linda.

―Sí, pero...

―Podrías ponerte uno de esos vestidos de nuestras ancestras y te podría dibujar como una dama medieval ―me dijo al tiempo que salíamos de allí y bajábamos otra escalera.

―¿Tienen ropa antigua?

―Mucha, y creo que te quedarían bien.

―¡Me encantaría!

―Le diré a Rose que te lleve algunos a tu dormitorio para que elijas y te pruebes.

―Gracias.

―No me las des, todo lo que hay aquí es tuyo también.

―Aunque así fuera, no tienes por qué hacer esto.

―Lo hago porque quiero. Siempre quise tener una hermanita y me tocó un hermanote todo gruñón y amargado.

Yo reí.

―No le digas así.

―¿Miento acaso?

―¿Y ustedes? ¿Dónde andaban? ―preguntó Gabriel al pie de la escalera.

―La llevé a conocer el ala oeste.

―Supongo que no la vas a pintar.

―Pues sí.

―¡Es nuestra hermana!

―Sí, por lo mismo la pintaré como a una antigua y decente dama medieval.

―¿Qué?

―Eso, ya le pedí a Rose que le llevara algunos vestidos a su habitación.

―¿Y tú vas a dejar que te pinte?

Hasta ese momento, no estaba muy segura, pero su censura me terminó de convencer.

―Sí, ¿por qué no? me parece entretenido, nunca me han pintado, con suerte, me sacaba selfies ―respondí con altanería.

Gabriel meneó la cabeza, nada satisfecho, y siguió su camino.

―¿Lo ves? Te dije que era amargado y gruñón ―me dijo David en voz baja.

―Quizá debería pedirle permiso al papá primero ―repuse.

―¿Por qué? Ya eres adulta.

―Sí, pero vivo bajo su techo y tengo que seguir sus órdenes, además, si estoy aquí es de pura lástima.

―Créeme cuando te digo que mi papá puede sentir muchas cosas por ti y la lástima no es una de ellas. Si quieres, le decimos, creo que le gustará la idea.

―Bueno. Igual, me vas a tener que enseñar a pronunciar el nombre de tu hermano, mira que creo que tendremos muchas peleas y no sé ni cómo llamarlo.

David se rio a carcajada limpia.

―Te creo, ustedes dos no se llevan nada bien.

Camino a otro sector del castillo, me fue ayudando a pronunciar el nombre de Gabriel, era como Peter Gabriel, el problema es que los chilenos lo pronunciábamos muy mal.

Vimos una biblioteca de cuadros muy antiguos y unas esculturas maravillosas, según él, eran antiguos residentes de ese castillo, cada uno de ellos era pintado o esculpido, eso dependía del rango que tuvieran.

Después de eso, pasamos a la biblioteca y entramos sin golpear. Gabriel y Ángelo se callaron, parecía que estaban discutiendo.

―Papá, perdón por interrumpir.

―No, no, hijo, ¿pasa algo?

―Veníamos a pedir tu autorización.

―¿Para qué?

―Quiero pintar a Ángela.

―¿Pintarla? Supongo que no pretenderás pintarlas como a tus amiguitas.

―¡Papá! Por supuesto que no. Le pedí a Rose que le llevara algunos vestidos antiguos, creo que se verá muy bella y podríamos dejar su lienzo en la biblioteca de cuadros.

―¿Y tú quieres, hija?

―Sí, parece entretenido, aunque no sé si será como para que lo cuelguen en algún lugar.

―Seguro que sí. Entonces, no hay problema.

Gabriel resopló y su papá lo miró extrañado.

―¿No estás de acuerdo, Gabriel?

―¿Vale de algo lo que yo pueda decir?

―Sabes que sí.

―No tengo nada qué opinar, pueden hacer lo que quieran. Y si ya no tenemos nada que discutir, me retiro. Permiso.

Gabriel salió de la habitación sin siquiera mirarme. Yo bajé la cara, sentí que debería haberme negado a la propuesta de David.

―Mi hijo no ha tenido un buen día, perdónalo ―terció Ángelo.

―Sí, no hay problema ―respondí.

―¿Sigamos? ―dijo David―. Ahora nos toca el ala este.

―Claro, vamos.

Miré a mi papá y él me extendió los brazos, yo me acerqué y le di un abrazo.

―No te preocupes por Gabriel, ya se le pasará.

―Gracias.

Me dio un beso en la coronilla y salí de allí con David.

―Vamos a subir primero y después vamos a revisar la planta baja, ¿te parece?

―Como digas, tú sabes lo que es mejor.

―Yo creo que así es mejor, el ala este tiene más pisos y más lugares ocupados, es la zona habitada.

―Ah, ya. Bueno, tú conoces mejor que yo, así que yo voy donde tú me lleves.

Subimos al tercer piso, que es donde dormíamos.

―Allá no hay nada entretenido, son más dormitorios, solo que no se usan, cuando alguna vez hay eventos donde vienen personas de otros condados, se quedan a alojar en esas habitaciones.

Seguimos subiendo al cuarto piso, allí estaba la sala de planchado y lavado, me alegré de que tuvieran las comodidades para llevar a cabo su trabajo, casi todo era automatizado. También se encontraban las habitaciones de los empleados en ese piso.

―Ven. ―Se dirigió a paso rápido hasta el fondo de las máquinas y abrió una pequeña puertecilla―. Bajemos por aquí ―me dijo en tono travieso.

―¿Se puede?

―Claro, confía en mí, yo siempre lo hago. Sube.

En cuanto subí al ascensor, este cedió y comenzó a caer.

―¡Ángela! ―escuché gritar a David a lo lejos.

Por suerte para mí, había visto un video donde decía que lo mejor era acostarse, claro que yo no cabía entera allí, así es que me agaché y me abracé a mí misma, mientras gritaba a todo pulmón; estaba segura de que iba a morir.

Al llegar abajo, sentí que todos los huesos de mi cuerpo se salieron de su lugar, me golpeé la cara con las rodillas y la cabeza con la pared del ascensor. Un mareo muy fuerte se apoderó de mí y todo me daba vueltas; quería vomitar. De abrir los ojos ni hablar, era incapaz de hacerlo. Y silencio. Mucho silencio. Parecía que estaba sola en el mundo y que el tiempo se había detenido. Me pregunté si así se sentiría la muerte.

La puertecilla se abrió. Al primero que vi, fue a Gabriel, seguramente estaba muy enojado. Detrás, estaba David, pálido como un papel y mi padre, muy preocupado. Veía que movían los labios, pero no lograba escucharlos. Todo era silencio a mi alrededor, como cuando en las películas estalla un bomba cerca del protagonista.

Gabriel quiso sacarme de allí, me iba a tomar en sus brazos, pero di un grito de dolor que hizo que me dejara. Debía estar fracturada entera. Al menos, con mi grito, el sonido volvió y el mundo dejó de girar. Afuera se sentía mucha bulla, como si un montón de gente gritara a la vez.

―No te moveré, ya llega la ambulancia ―me dijo Gabriel.

―¿Me voy a morir?

―No, solo fue el golpe.

―Me duele todo.

―Sí, me imagino, caíste cuatro pisos, agradece que este montacargas tiene amortiguación, de otro modo, sería mucho peor.

―Tengo frío.

―¡Traigan una manta! ―gritó hacia afuera y volvió a mirarme―. Quédate tranquila.

―Sácame de aquí.

―Puedo hacerte más daño, no sabemos cómo está tu columna.

―Tengo miedo.

―Lo sé, darling, lo sé, pero aquí estamos contigo.

Yo lloraba. El dolor era terrible, el miedo, el frío, parecía que estaba acostada en un montón de nieve.

―¿Qué hacías aquí? David te indujo, ¿verdad? ―me preguntó, molesto.

―No es momento de interrogatorios, Gabriel ―le dijo su padre.

―Sí, sí, perdón.

Gabriel me acarició el pelo, yo no podía moverme, cerré los ojos a su contacto, sus manos me tranquilizaban.

―Todo estará bien, darling.

―No me quiero morir.

―Darling...

―Si me salvo, te haré caso en todo ―le dije al tiempo de volver a mirarlo.

Él sonrió con alivio.

―¿Es una promesa?

―Sí.

―Serás una chica buena y obediente, darling.

Miró hacia afuera y algo dijo, pero yo no entendí.

―¿Qué te duele?

―El pelo...

―¿El pelo?

―Es lo único que no me duele. Hasta las pestañas me duelen.

―Ahí viene la ambulancia ―le anunció David.

―¡Que se apuren! Ya saldrás de ahí, darling.

En lo que me parecieron horas, llegaron unos paramédicos que no hablaban en español, así que no entendía nada, pero Gabriel hablaba con ellos y me traducía. Sacarme fue toda una odisea, como estaba sentada con las piernas flexionadas porque no cabía, me pusieron un cuello y una tabla en la espalda antes de tironearme para sacarme de allí.

Siguieron hablando en inglés mientras me atendían y luego, me pusieron una inyección. Gabriel me hizo cariño en el pelo y me dijo que descansara, que todo estaba bien. Yo cerré los ojos con sus caricias, se sentía muy bien; creo que me dormí.

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