3

— ¿Y cómo de enamorada estás ya de mí? –me atrevo a preguntar mirándola a los ojos.

Sus hoyuelos se hacen presentes cuando sus labios se curvan hacia arriba.

—Solo han sido unos besos.

—Pero te han encantado, y los podremos repetir siempre que nos dé la gana.

—Ya lo veremos...

—Me voy a dormir –golpeo la mochila con el pie hasta que llega a mi asiento del otro lado, y quito mis manos del cuerpo de Isis –. A mí también me han encantado, nena.

Murmura algo y se levanta de encima de mí sentándose en su silla con las mejillas encendidas y una sonrisa.

Me siento en mi sitio cruzado de brazos y apoyo la cabeza para dormir, pero la masa de estudiantes entrando por la puerta hacen que bufa y me recoloque en el asiento viendo como el profesor de historia enciende el proyector y nos hace ver una película cutre.

—Por favor, bajad las persianas –pide.

Entre la película de m****a, la escasa luz que hay, y que estoy atrás del todo, me duermo.

- - -

Una hora después me despierto a causa de la sirena que nos avisa del comienzo de la última clase: tecnología.

Los estudiantes se ponen de pie y por instinto yo también lo hago, incluso los sigo mientras salen de clase. En el pasillo logro ver a Elías con la misma rubia de ayer, y al verme empuja a unos cuantos alumnos seguido de la rubia de tetas inmensas.

—Hermano –choca su puño con el mío y señala a la rubia –, ella es mi novia Roxana, nena, él es mi mejor y único amigo Azael –nos presenta, y aprovecha que la rubia besa mis mejillas para hacer una exageración de sus tetas con las manos.

— ¿Novia? –enarco una ceja y me cruzo de brazos.

—Sí, luego te cuento más. ¿Tú qué tal vas con la morena?

—Unos cuantos besos –miro por encima de sus cabezas y la diviso hablando con el friki mientras suben a la segunda planta –. Hablamos luego.

Los esquivo y sigo al resto de mi clase hasta un aula del fondo del pasillo de la segunda planta, dónde un profesor aparentemente calvo, delgado, y jugando con unas piezas mecánicas nos sonríe y propone sentarnos dónde queramos. Las mesas son largas y con dos ordenadores cada una, uno por pareja, busco por la sala y me muevo al último de todos yo solo, hasta que pocos segundos después una chica bajita con el pelo negro y unos ojos verdes se sienta a mi lado con timidez, dejando la mochila en el suelo y sin hacer contacto visual con ninguna parte de mi cuerpo. El resto de las mesas ya están ocupadas, y tampoco me la voy a comer por sentarse a mi lado, hay una gran diferencia entre que sea un criminal y un gilipollas sin modales.

—Buenos días alumnos, encender el ordenador y buscar esta página –apunta en la pizarra el nombre de la página y da unos toques en la pizarra con sus nudillos antes de proseguir –, en unos minutos empezaremos con la explicación. Adelante.

La chica enciende el ordenador pulsando el botón de la pantalla, y por fin me mira haciendo un intento de sonrisa forzada.

—Soy Megan –eleva la mano unos segundos y se las pone debajo de los muslos.

—Azael. Y no muerdo –aclaro.

Asiente y se relaja en el asiento.

Coge el teclado del ordenador y empieza a usarlo ágilmente hasta que estamos metidos en la página correspondiente, que resulta servir para hacer figuras y que se impriman con una impresora 3D. El profesor nos pide que hagamos la figura que nos dé la gana con nuestro compañero, y yo empiezo a mover el ratón por la pantalla buscando qué hacer con la ayuda de Megan.

— ¿Y si hacemos una casa? Es lo más fácil, solo hay que usar un cubo y alargar una pirámide.

Asiento de acuerdo con ella, y arrastro un cubo de color azul de la barra de elementos hasta el centro cuadriculado de la pantalla, le doy forma rectangular y arrastro una pirámide poniéndola a la altura del tejado y alargándola hasta que cubre todo el ancho y el largo.

—Listo.

—No, ahora tienes que unirlo y ponerlo en un solo color.

Enarco una ceja y le paso el ratón para que lo haga ella.

—No sé cómo coño se hace.

Pone los ojos en blanco y en lo que lo hace doy un repaso en la clase, viendo a Isis hablar con Matt y otro chico del ordenador de al lado, el novio del friki. La misma chica de ayer, Lexa, me sonríe coquetamente y me guiña un ojo, pero sigue sin llamarme la atención.

Me siento jodidamente atraído por Isis, y no lo entiendo.

- - -

Lanzo la mochila en alguna parte de la habitación seguido de mi amigo, y suelto un gran suspiro lanzándome en la cama boca arriba admirando el techo gris lleno de m****a y con grietas.

—Dos semanas quedan para tus dieciocho, Azael, deberías ir viendo dónde vas a vivir, no quiero salir de aquí y encontrarme con mi amigo durmiendo en la puerta de algún cajero.

Giro la cabeza en su dirección, y me cruzo de brazos.

No tengo forma alguna de buscar casa, y dudo que dejen llamar a casa de mi madre, y si lo hacen ¿Quién me lo cogerá? Llevo tres años sin hablar con ella o con mi abuela, tres años en que no las veo, tres años desde que maté a mi padre por apuñalar a mi madre embarazada y matar a mi hermano. Elías, en cambio, llama a su madre y a su hermana de veinte años todas las semanas, y ellas gustosas le aceptan la llamada, charlan, ríen, tienen una p**a conversación de familia, pero yo no. Él dejó en coma al exnovio de su hermana Carlota por intentar violarla después de drogarla, y a pesar de haber dejado al chico en coma, su familia le quiere por proteger a su hermana, sin embargo la única familia que tengo, mi madre y mi abuela, cuelgan la llamada al momento.

—Me alquilaré algo –murmuro –, conseguiré dinero o ya veré que hago si no me aceptan en casa.

—Mañana me escaparé para ir a ver a Carlota y a mi madre ¿Te vienes?

—Tu madre me odia –le recuerdo, acordándome de la vez que llegué con él y me tiró cubertería por ser un asesino –, y más desde que estamos aquí.

—Ya no te odia, sabe por qué lo hiciste. No es que le parezca bien, pero joder... la defendiste que es lo que importa.

—Joder está bien –espeto.

Me levanto de la cama y me acerco a la ventana con barrotes, viendo a la gente pasear a lo lejos.

—Llama a tu madre, prueba a ver si te lo coge.

Niego con la cabeza sabiendo que no lo va a hacer.

—Colgará, cómo estos últimos tres años.

Se levanta de la cama y golpea con fuerza la puerta.

— ¡Abrir! –grita, golpeando con consistencia la puerta de metal.

Al abrirse un vigilante nos mira inquisitivo, y se dedica a preguntarle al oxigenado que qué necesita.

—Quiero llamar –exige, y a los segundos tiene el teléfono en la mano –muchas gracias señor gordo.

Río y paro al ver que me extiende el teléfono.

—No lo voy a hacer, olvídate –niego.

—Hazlo, no querrás vivir en la calle ¿No? –enarca una ceja e insiste con el teléfono.

A regañadientes lo cojo y marco el número que tantas veces he marcado y me ha defraudado.

Espero a que lo cojan, y no me sorprende nada que marque el tono de que han colgado, siempre es igual.

Lanzo el teléfono al celador y lo empujo fuera de la habitación.

Lo sabía, sabía que no lo iban a coger, pero ¿Y ahora? ¿Viviré en la calle dentro de dos semanas que ya habré acabado mi condena de tres años y medio?

—Te lo dije –gruño.

A los pocos minutos de estar cada uno en silencio nos llaman para ir a comer, y a pesar de tener un hambre nefasta, obligo a mis pies a moverse hasta el comedor de la primera planta y coger mi comida caminando a pasos rápidos hacia una de las mesas del fondo con mi amigo detrás. Estoy enfadado conmigo mismo, con mi familia, y con el puto reformatorio. Conmigo mismo por ser tan gilipollas de dar asco, o miedo, o lo que sea a mi familia. Con mi familia por no comprenderme, ¡Lo hice por mi madre! Si yo no llego a aparecer estaría muerta, y habría tres cadáveres, porque a mi padre lo hubiera matado después, pero solo hay dos, y doy gracias a que mi madre no sea uno. Y con el reformatorio simplemente porque sí.

Solo dos semanas más, dos semanas para poder salir y hacer mi vida, ya no voy a ser el mismo chico que salía a drogarse y a beber porque su familia es un asco, con un padre maltratador, una madre embarazada maltratada y una abuela acojonada por su propio hijo, y yo, también maltratado por los palos de mi propio padre. Cambiaré, intentaré ser bueno y buscar un puto trabajo que me dé para alquilarme un apartamento cutre o algo.

Comemos en silencio, con algunas miradas encima, pero sin importarnos lo más mínimo. Y así, sin más, se me vienen a la mente los labios de Isis sobre los míos. No sé si es porque es la primera chica que me habla en tres años, quiero decir la primera chica que lo parece, o por ser mi primer beso después de años desentrenado, o simplemente por ser la primera que no me cree escoria humana, pero joder, quiero tener su cuerpo desnudo debajo del mío. No soy un mujerío, eso es imposible teniendo en cuenta dónde me encuentro, y no es que me haya follado a muchas chicas, perdí la virginidad a los catorce y a los quince me metieron en esta m****a, asique no es que la haya metido mucho, pero durante ese año disfruté del sexo a pesar de ser joven, que yo me acuerde follé con unas diez, y estando borracho quién sabe lo que habré hecho.

Conocí a Elías uno de esos días dónde estaba tan drogado que ni hablar sabía, y él me llevó a su casa a pesar de habernos conocido de horas antes. Juntos nos metíamos en peleas, el tema de las drogas, y muchas más cosas ilegales, pero llegó el día dónde me encerraron aquí y él seguía libre, solo él venía a verme una vez cada tres días, aprovechando que vivía a sólo veinte minutos de aquí, pero pasamos a vernos todos los días cuando un año después él también internó aquí. Su madre y su hermana vienen una vez cada dos meses, pero por lo menos vienen y se comunican una vez a la semana.

—...por eso salgo con la tetona –dice mi amigo – ¿Te has enterado?

—Sí –miento, y retiro la bandeja con comida de mi vista –. Me voy ya al patio ¿Vienes?

Hace un asentimiento de cabeza y da un último bocado a su hamburguesa antes de seguirme al patio a empujones con el resto de reclusos.

—Mañana cuando el coche patrulla salga de nuestra vista, nos piramos, son solo diez minutos hasta mi casa andando.

—Tenemos que procurar que nadie nos vea, así que nos levantamos tarde para que cuando lleguemos sea como el lunes, que no haya nadie.

—Hecho –sonríe y se sienta en las gradas, viendo a unos niñatos jugando al fútbol.

- - -

Nos levantamos tarde, escuchando los muchos golpes del policía que nos llevará al instituto. Se está desesperando, y nosotros nos descojonamos en bajo para que nos escuche. Llegamos diez minutos tarde, más la media hora de camino, aunque llevemos preparados un rato. N

— ¡Ya vamos! –grito.

Abre la puerta bruscamente y pasamos los dos por el lado del oficial sin siquiera mirarle, solo nos aguantamos la risa al verle rojo de coraje.

—La próxima vez salimos desnudos coño –gruñe mi amigo, y cierra la puerta principal del reformatorio de un portazo.

A la distancia el policía abre el coche, y los dos resbalamos sobre los asientos traseros soltando una carcajada antes de que el agente se meta en el coche y arranque sin mediar palabra. Nos deja delante del instituto y tras repetirnos lo mismo de todas las mañanas se va y nos deja solos.

—Hora de irse –digo.

—Mierda, no estamos solos –señala con la cabeza la entrada del instituto y observo a Isis y a Matt que nos miran con la cabeza ladeada –. Arréglalo.

Asiento y cruzo la distancia hasta ellos con mi amigo pisándome los talones. Nos movemos demasiado rápido y al pararme delante de ellos, Elías choca con mi espalda.

— ¿Qué hacéis aquí a estas horas? –pregunta Isis cruzada de brazos, elevando sus tetas.

—Podríamos preguntaros lo mismo –escupe mi amigo.

Le codeo las costillas y delicadamente descruzo los brazos de Isis para coger su mano y apartarla de los otros dos. Me paso la mano por el pelo estresado y suelto su mano para meterme las manos en los bolsillos traseros de mi pantalón.

— ¿Qué pasa? –cuestiona.

—No podéis decir nada de qué estamos aquí, por favor –suplico.

— ¿Porqué?

—Tenemos que ir a ver a alguien muy importante, y no pueden saber que nos hemos escapado.

— ¿Qué alguien? –enarca una ceja, y se vuelve a cruzar de brazos, como si esta situación fuera muy extraña para ella, o cómo si...

— ¿Celosa mi Diosa?

No –bufa –, pero me preocupo aun así.

—Haré cómo que te creo. ¿Asique no vas a decir nada?

Se balancea sobre los talones unos segundos antes de morderse el labio y negar con la cabeza. Se retira los mechones castaños de la cara y suspira.

—No diré nada.

—Oh joder, gracias –suelto el aire retenido y me destenso, haciéndole una señal a Elías de que estarán callados.

—Pero vete ya –casi grita, poniéndose detrás de mí y empujándome por la espalda.

—Sabes, deberías trátame mejor, a los demonios se nos enfada fácilmente, y mi castigo para ti sería follarte, aunque no creo que sea un castigo cuando me pidas más –replico, y clavo mis botas negras en la hierba, haciéndola chocar conmigo. Giro quedando cara a cara con ella y la elevo el mentón que ha bajado para que no vea lo roja que está –. Mírame.

Sube la cabeza poco a poco y veo su labio siendo atrapado por sus dientes. Enarco una ceja, y sin quitar mis dedos de su barbilla me acerco a ella hasta darla un beso. No dura mucho, pero sí lo suficiente como para disfrutar de sus labios y saborear su sabor a menta.

—Creo... que ya deberíais iros –murmura sonrojada.

—Nos vemos –dejo un casto beso en sus hinchados y rojos labios y la guiño un ojo.

Camino apresurado hacia Elías, y cojo la pechera de su camiseta haciéndolo andar antes de que la segunda clase empiece y los estudiantes se revolucionen y puedan vernos por la ventana.

—Ya me lo explicarás –farfulla –, de momento vamos a correr.

Nos ajustamos las mochilas con las dos correas y empezamos al trote, cruzando algunas carreteras sin mirar y rezando porque doblemos el tiempo y en cinco minutos lleguemos a su casa. ¿Es posible que nos regañen por escaparnos? Sí, ¿Me importa? No.

Con esos pensamientos llegamos a su calle. Y caigo en la cuenta de que en esta misma calle vive Isis. Es una calle larga, donde las casas adosadas de dos o tres pisos cubren las dos partes de la carretera estrecha, es una zona bastante molona, con coches chulos y gente con dinero. Recuerdo cuál es su casa a la perfección, está en medio de una con el tejado verde y otra que tiene el patio delantero lleno de flores, y a pesar de haber pasado tres años, siguen igual. Las fachadas siguen siendo blancas, con ventanas muy bien limpiadas y el tejado cada una de un color.

—Marica golpea –animo a mi amigo, que está parado delante de la puerta de madera, mientras que yo estoy unos escalones abajo del porche.

Coge aire unos segundos y me hecha una rápida mirada por encima del hombro antes de golpear con consistencia la puerta. Pasan segundos dónde lo único que hace es frotarse las palmas de las manos contra los vaqueros, y vuelve a llamar cada vez más nervioso.

La puerta se abre tranquilamente, y mi amigo me tapa a la persona que lo ha hecho, solo logro escuchar un sollozo y después Carlota lo está abrazando con los ojos cerrados con fuerza. Se separan y por fin ella me mira, sigue estando igual, los mismos ojos verdes y el pelo marrón, ese color de pelo que tenía que tener mi amigo, pero ahora lo tiene blanco por la decoloración. Baja los tres escalones que nos separan y me abraza con fuerza, tomándome como a otro hermano más para ella.

—También te he echado de menos –me susurra, y me empapa la camiseta con sus lágrimas.

‹‹Si tanto de menos me has echado podrías haberme visto en el reformatorio›› Me contengo a decir, pero sé que su madre se lo prohibía.

— ¡Hija! ¿Quién es? –pregunta su madre desde dentro de la casa.

Los tres pasamos dentro, y recorremos la moderna casa hasta el salón que hay al final del pasillo blanco con cuadros abstractos. María, la madre de Elías y Carlota, nos da la espalda mientras ve un programa de cotilleos donde solo discute por los nuevos rumores sobre famosos. El pelo castaño la cae por la espalda, y mi amigo no tarda en correr hacia ella impresionándola y abrazándola con fuerza.

— ¡Hijo mío! –Exclama, levantándose del sofá y ahogándolo en un abrazo –Por Dios ¿Qué haces aquí?

—Nos hemos escapado unas horas a veros.

María gira en mi dirección y aun con una mueca en los labios me saluda.

—Buenos días señora O'Connell.

—Buenos días Azael –susurra –, ¿Qué es eso de que os habéis escapado?

—Estamos en un proyecto, vamos al instituto que hay a diez minutos de aquí para reformarnos mejor, y hemos aprovechado que la policía es gilipollas para escaparnos –le explica su hijo.

—Eso no está bien, Elías –le reprende su hermana, pero no quita la sonrisa de su cara –. Aun así te admiro.

Nos sentamos en los dos sillones de cuero negro y dejamos las mochilas en el suelo con pesadez, hemos corrido con todos los libros dentro.

—Os echaba muchísimo de menos, solo falta mes y medio para volver –suspira, y sonríe a su familia –. Me preguntaba si podríais coger a Azael en casa en lo que busca un trabajo en el que le paguen suficiente para que se alquile algo.

Abro los ojos y golpeo su pierna. El cabrón es un puto gilipollas.

—No hace falta –aseguro.

—Mamá, por favor –sigue pidiendo mi amigo –. En su casa no le cogen el teléfono siquiera, serán solo unas semanas.

María suspira y me mira de arriba abajo examinándome, para después poner una sonrisa para nada falsa y asentir.

—Está bien –dice.

—Gracias.

Carlota eleva los pulgares y me guiña un ojo, gesticulando con los labios un ‹‹muy cortés›› sabiendo que no soy así.

— ¿Y qué tal os va? –preguntan.

Despego mi vista del televisor y me quedo escuchando a mi amigo cómo cuenta su relato con la rubia, Roxana, y de lo buena que es, aunque sé bien que se muere por decir que folla de p**a madre.

— ¿Y tú, Azael?

Mi vista vaga hacia María, que sujeta una taza de café entre sus manos y me mira como si le interesara algo.

—Bien, todo bien.

—Este tiene un lío con una chica –ríe Elías, y las miradas curiosas de las dos mujeres se posan en mí.

María no tiene ni idea de mi adolescencia de antes del reformatorio, pero Carlota sí, y sabe la racha que pasé con las chicas desde los catorce hasta los quince.

—No es un lío –explico –, solo nos hemos besado unas cuantas veces.

— ¿Te gusta la chica? –sube y baja las cejas la veinteañera.

—No, solo está buena y besa de la hostia.

Mi amigo larga una carcajada y coge aire cuando su madre lo regaña.

—Deberíais asentar la cabeza –opina María –, en algún momento no seréis jóvenes y necesitaréis a alguien que os ame.

—Pero de momento podemos tener a chicas... –replica su hijo burlón, pero se calla ante la mirada de advertencia de su madre y su hermana –me callo la p**a boca.

—Mejor –gruñe su hermana –. Las chicas no están para ser vuestros juguetes, tenemos sentimientos a pesar de que no todas lo demuestran, y cuando conozcáis a la indicada os vais a lamentar de haber jugado con ellas.

- - -

Las siguientes horas pasan fluidas entre conversaciones, juegos de mesa y alguna que otra cerveza, hasta que solo tenemos quince minutos para volver al instituto y que nos vengan a recoger. Nos despedimos de ellas rápidamente y las aseguro que en dos semanas estaré aquí, porque debe ser que en estas seis horas María me ha tomado más aprecio e incluso me ha insistido que no seré una molestia, asique una vez ya fuera de la casa y con nuestras mochilas preparadas nos echamos una carrera hasta el instituto. Maldigo unas cuantas veces al ver alumnos fuera, y maldigo todavía más al ver dos coches patrullas aparcado enfrente del instituto. Nos colamos entre algunos estudiantes y nos hacemos pasar por ellos, intentando llegar con disimulo hasta el oficial.

—Azael –me llaman.

Elías a mi lado se para y me mira, pero yo busco esa voz por alguna parte. Matt, el amigo de Isis, se mueve hacia nosotros con prisa, y se apoya sobre sus rodillas cogiendo aire como si acabar de correr una maratón.

— ¿Pasa algo?

—Esta última hora hemos estado aquí fuera, y hemos dicho que estabas en el baño porque no podías salir fuera, asique vale, pero tú –señala a mi amigo –, tu clase sigue dentro, y no creo que sea lo adecuado que te vean ahora, escóndete.

Elías sin más se sienta pegado a la pared detrás de un grupo de chicas que hablan de cotilleos, y yo me quedo mirando hacia el policía que observa su teléfono y a todas partes de vez en cuando.

— ¿Dónde está Isis? –las palabras salen de mi boca solas, y me sorprendo al estar preocupado por dónde estará, pero cambio mi pose y miro hacia el policía otra vez.

—Sentada por allí –señala un árbol –, escuchando música.

Asiento y lo empujo levemente para ir hacia dónde está ella. No tengo nada mejor que hacer, y si me quedo cerca del oficial seguro que me pilla. Isis está, efectivamente, recostada contra un árbol y con los cascos puestos, pero tiene los ojos cerrados y no me ve, asi que retiro un auricular de su oreja y por fin me sonríe al verme.

—Hola –saluda, y se sienta de piernas cruzadas.

—Me imaginé este momento de otra manera.

Enarca una ceja, y puedo leer en su expresión la pregunta: ‹‹ ¿De qué manera? ››

—Tal vez... –me hago el pensativo y sonrío –tú saltando encima de mí y comiéndome a besos.

—Se puede quedar bien guardada en tus pensamientos esa manera de recibirte –ríe.

—Ya lo veremos, por cierto, te gustará saber que dentro de dos semanas serás mi vecina.

Se remueve en su sitio y arranca un puñado de hierba sin apartar sus ojos de los míos.

— ¿Vecinos?

—Sí, para tu suerte la madre de Elías vive en tu misma calle, y soy tan bueno que me han acogido.

Su boca se abre, y una pequeña ráfaga de viento hace que unos mechones de pelo la impidan ver bien, por lo que se los quita.

—Oh.

Sonrío de lado y me acerco a ella, dejando el mínimo espacio posible entre su cuerpo y el mío, y entre sus labios y los míos. Esta vez no soy yo, es ella quien gatea hasta estar sentada en mi regazo y me besa. Sus pequeños labios expertos se mueven junto los míos lentamente, pero yo no quiero eso, no ahora, y al parecer ella tampoco, junto su cadera más a mí y la doy un apretón sintiéndola sonreír contra mis labios. Aumento el ritmo, y me lleva la corriente al momento, despeinándome y tirándome del pelo. Ataco sus labios como un puto depredador, y al oírla gemir audiblemente me pregunto qué será escucharlo en alto y claro en mitad de una habitación donde solo estemos los dos desnudos y follando. Dónde su cuerpo y el mío encajen a la perfección, dónde pueda tocarla y saborear cada parte de su cuerpo.

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