CAPÍTULO 1

JESSICA

Las rejas del orfanato se cierran para dejarme ir y hacer de mi vida lo que mejor me parezca, valiéndome por mí misma. Miro por última vez a mi mejor amiga Katy y escucho sus sollozos al verme del otro lado. Le lanzo un beso volado y lo atrapa en el aire mostrando mucha congoja. Prometí que vendría por ella cuando sea mayor de edad, ya que todavía le falta un año. Ya tengo la edad adulta aquí en Inglaterra y debo irme de este lugar, ya que para mi mala suerte, ninguna familia quiso adoptarme y el tiempo pasó, convirtiéndome en una mujer sola ante la vida. Las monjas sonríen felices porque me voy y al fin van a descansar de mis travesuras y rebeldía. ¿Y quién no?, si yo fuera ellas, también me alegraría.

Acomodo mi mochila y camino hacia la estación de buses, me dirijo a una pensión barata aquí en Kensington. En este barrio de Londres puedes ver lugares de lujo y al otro extremo casas humildes, así que no será problema encontrar algo que se adapte a mi estrecho bolsillo. En el orfanato me han entregado lo necesario para buscar empleo y sostenerme por lo menos todo el mes.

Después de viajar durante algunos minutos, llego al lugar y hablo con el encargado, el señor de bigote me guía hacia mi habitación y entrega las llaves. Apenas abro la puerta, lanzo mi mochila sobre la cama y observo la estancia, todo luce empolvado y el olor a moho es desagradable. Decido asear un poco, no está de más quitar las horribles sábanas y tender las que traje. Guardo mi ropa en el armario y mis pocos zapatos, que aparte de todo están viejos, pero todavía sirven.

El teléfono celular emite ese pitido escandaloso y oprimo la tecla que ya está algo desgastada para responder la llamada. Logré comprarlo a escondidas con el dinero que gané bailando hace meses atrás.

—¿Hola? —contesto sin saber muy bien quién es.

—¿Jessica? —Una voz conocida se escucha al otro lado de la línea.

—S-sí, ella habla...

—¡Hola Jessica! Hablas con Eliot, ¿me recuerdas? —Se escucha entusiasmado—. Quería decirte que me gustó cómo bailas y me encantaría que trabajaras conmigo más seguido. Apenas estamos comenzando a formar un grupo, pero estoy seguro que contigo tendremos éxito.

—Acepto —respondo de inmediato.

—¡Estupendo! ¿Podrías venir hoy y así hablamos mejor? Mi salón de eventos es el mismo al que asististe esa vez, el que está cerca de la calle Kensington Palace Gardens. Te espero a las tres.

—¡Bien! Allí estaré.

La llamada acaba y sonrío para después lanzarme sobre la cama.

¡Mi primer día fuera de aquella cárcel no podía ser mejor!

A las tres de la tarde voy al lugar acordado. Al entrar, recuerdo aquella emotiva vez bailando frente a todas esas personas, pero el rostro y aroma de aquel hombre enigmático viene a mi mente cada vez que rememoro, nunca podría olvidarlo.

—Bienvenida... —El hombre de edad mayor me saluda con un beso en la mejilla.

—Gracias. —Le sonrío.

—Aquí vendrás a practicar cuando tengamos que prepararnos para un evento. Normalmente no los celebramos aquí, pero dadas las bellas instalaciones, algunos clientes quedan encantados con el lugar.

—Entiendo... Tengo una pregunta, ¿este tipo de trabajo es como ser una de esas bailarinas gogó? Porque si es así...

Me interrumpe.

—Ese tipo de baile es nocturno y en discotecas, bares, fiestas... —Hace un ademán con la mano, restándole importancia—. El trabajo que te ofrezco es ser bailarina en eventos públicos especiales. Un día pueden bailar tango, salsa, pop... Nada de vestir vulgarmente, ni entretener a los hombres. Eres una bailarina, es todo. Sin embargo, mi grupo de baile puede pulir tus técnicas y movimientos.

Me emociona de inmediato la idea.

—¡Sería estupendo! Lo que más me gustaría es aprender todo lo que pueda. Pero tengo una condición. —Dudo si decirle o no.

—¿Cuál? —Entrecierra los ojos.

—Que me sigan conociendo como Señorita Jackson, y tampoco quiero mostrar mi rostro.

Eliot me observa con extrañeza y después sonríe.

—No quieres que nadie sepa quien eres, ¿verdad? Normalmente mis bailarines no muestran sus rostros, así que no te preocupes por eso.

—Exacto... Quizá me vuelva famosa, ¿usted se imagina el montón de fans corriendo detrás de mí?

Bromeo un poco y le saco una sonrisa. Pero en realidad prefiero ser una bailarina anónima, que nadie sepa de mí. Aunque no lo parezca, soy muy tímida en ese aspecto y no me atrevería a bailar sin algo que me cubra el rostro, o al menos una parte.

—No hay problema. Entonces, ¿trato?

Me tiende la mano y la estrecho con firmeza.

—¡Claro que sí!

Luego de hablar con Eliot, me quedo un rato en el salón de prácticas de baile que se encuentra al fondo del bello lugar. Camino de aquí para allá mirando mi reflejo en el amplio espejo que ocupa casi toda la pared. Me pongo los lentes de sol y acomodo la gorra negra en mi cabeza, la cual hace juego con mi enterizo deportivo. De inmediato el ritmo se apodera de mi cuerpo y me pongo a bailar la coreografía que creé hace un tiempo, cuando atormentaba al orfanato entero con la música a volumen alto y bailaba por doquier.

Hago movimientos firmes, seductores y divertidos a la vez. Me observo en el espejo y sonrío al ver mi cuerpo moverse al compás de la canción que sigue sonando en la radio. De repente, escucho aplausos en el lugar y como si me hubiera nacido un resorte en los zapatos, corro hacia el costado y apago la música. Juro que me estaba preparando para pedir disculpas, pero al volverme hacia aquella persona, me quedo atónita. ¡Es él! Aquel hombre de ojos bonitos, labios rosa y cabello negro. Sus profundos iris azules escrutan mi cuerpo de una forma casi descarada, siento cómo sus ojos me atraviesan el alma y paralizan mis piernas, impidiendo que haga o diga algo más.

Se acerca a mí a paso lento, su cabello negro se mueve al andar con aquella gracia y cuerpo perfecto de forma hipnotizante. Levanta una ceja y sonríe de forma seductora.

—Creo que tengo que irme.

—¿Por qué huyes?

Su voz es aterciopelada, atrayente.

—Yo, no... —Pongo mi mano sobre su fuerte brazo para alejarlo y me quedo embelesada al tocarlo, por ser tan duro y firme al tacto.

¿Acaso me he vuelto loca? No lo sé, pero soy consciente de lo que hice segundos atrás y no me arrepiento. No, me declaro pecadora si así lo fuera.

—¿Tú...? —susurra.

Puedo sentir su aliento mentolado acariciar mi piel sensible y ver sus labios provocativos entreabiertos, invitándome a caer en su juego. Pero mi mente reacciona y tomo el control de nuevo. ¡Estaría loca si me involucro con un desconocido!

—Adiós —respondo tajante.

Me marcho de ahí. Llego a la entrada del salón de eventos y Eliot se encuentra hablando por teléfono. Se gira hacia mí al verme pasar a su lado.

—¿Quién es ese tipo? —Señalo hacia el fondo con el dedo y él aparta el teléfono de su oreja.

—Es mi sobrino, me está echando una mano con la publicidad de este local. ¿Te ha hecho o dicho algo malo? —Demuestra preocupación.

Levanto la mano y lo interrumpo, por lo que abre aún más sus grandes ojos verdes.

—No, pero creo que es un poco raro. ¡Nos vemos pronto, Eliot!

Me voy de allí y tomo el autobús que me lleva hacia la pensión. Pronto va a anochecer y mi estómago ruge debido al hambre que tengo, así que voy a comer algo rico. Viajando en el bus, el recuerdo de aquel hombre me atrapa, aquellos labios peligrosos me han tendido una trampa, y vaya que caí en su red. ¡Es increíble cómo siento aún su calidez y aroma varonil! Tampoco es que su actitud atrevida me haya encantado, sin embargo, tiene algo que atrae y engancha. Debe estar acostumbrado a que las mujeres se le vayan encima, su comportamiento lo delata.

Cuando mi viaje termina, compro una hamburguesa en una pequeña cafetería y doy un paseo por el parque mientras sacio mi hambre y medito un poco en mi soledad. Si al menos supiera cómo terminé así, si al menos conociera a mis padres o pudiera recuperar la memoria que perdí a los diez años, solo tengo vagos recuerdos desde el día que llegué al orfanato. Las monjas me dijeron que fui por mi cuenta a la entrada, hambrienta, golpeada y con la ropa sucia. Al menos sigo con vida y con muchas ganas de salir adelante, eso es lo que importa.

Camino de nuevo hacia la pensión y me encierro en el pequeño lugar. Enciendo la radio y me pongo a practicar las coreografías hasta acabar agotada. Mis pies duelen y se ven horribles, pero si quiero trabajar para Eliot, debo estar a la altura, así como los integrantes de su grupo de baile que pronto voy a conocer. No podría perdonarme quedar en vergüenza y mucho menos parecer una neófita, pero el cansancio me está venciendo y es mejor que ya me vaya a dormir...

Anoche caí rendida en la cama al primer segundo. Hoy voy a practicar junto al grupo, es domingo y todos están libres de sus trabajos de medio tiempo, excepto yo, porque no tengo otro trabajo.

El grupo se conforma por diez personas, incluyéndome somos cinco mujeres y cinco hombres. Reconozco a Robert y a Max, los chicos que bailaron con mi amiga y conmigo aquella vez. Nos escapamos cinco veces en un mes para poder practicar y la adrenalina aumentaba en mí al pensar que podía ser descubierta en esas épocas. Al final, Ruperts terminó por descubrirnos y el castigo que nos llevamos fue peor que limpiar todos los retretes del orfanato...

—¡Bienvenida al grupo! Ya verás cómo nos tomamos cariño rápido, somos un grupo muy unido. —Raquel, la líder, me saluda amablemente.

—Gracias por aceptarme, prometo hacer lo mejor.

Todos me sonríen.

Brindamos con un poco de jugo de fresa y lo tomamos todo hasta el fondo, casi de un trago.

—Primer paso para no dañar tu bello cuerpo de bailarina o bailarín. Nunca bebas alcohol ni consumas tanta grasa.

Raquel habla de nuevo, camina erguida y luciendo esbelta mientras observa mi cuerpo. No es por alardear, pero el ejercicio que hago bailando, mantiene mi cuerpo tonificado y en forma.

—¿Desde qué edad bailas? —Max, el chico rubio se interesa en saber aquello de mí.

—A los catorce me di cuenta que podía bailar, no sé quién me habrá enseñado antes.

No entendió. Veo que sus ojos muestran sorpresa, pero opto por seguir estirando mis piernas para no tener calambres luego.

—¡Ahora empecemos! ¡Cinco, seis, siete, ocho!

Raquel nos indica los movimientos y todos le seguimos. Debo admitir que mis compañeros tienen mucha madera para esto, porque a mí casi se me colapsan los pulmones luego de practicar durante cuatro horas seguidas. Apenas llego a casa lo único que deseo es la cama y las mantas, nada más...

El despertador suena y lo lanzo de un manotazo al suelo. Las cosas no han ido como pensé, fue fácil imaginar que con esfuerzo me ganaría la vida y viviría mejor, pero se necesitan muchas cosas más para sostenerse solo y sin nadie el mundo. Estoy agotada, desde el día que comencé a practicar solo hemos asistido a unos cuantos eventos, y tras varias semanas el dinero que he ganado no me alcanzó para casi nada, ni siquiera para pagar la renta semanal, la comida y el transporte... No es un trabajo estable, lo hago por pasión más que todo, pero de pasión nadie vive, claro está.

Es miércoles por la mañana y mi estómago comienza a rugir. Miro al suelo y observo los zapatos que tuve que comprar para poder asistir a mis prácticas, ya que los deportivos que tenía se rompieron. Los observo como si tuvieran la culpa de todos mis males y luego reviso mis bolsillos. Nada, unos cuantos peniques. Miro hacia la mesa y solo queda una bolsa de pan, un refresco instantáneo y una manzana. Me decanto por la manzana, es saludable. La como poco a poco mientras reviso el periódico y busco la sección de empleos de medio tiempo sin experiencia, leo todas, para luego anotar las direcciones y entregar mi currículum casi vacío de lugar en lugar...

Los días han pasado. El reloj se mueve, sigo esperando alguna llamada en estas reducidas cuatro paredes de mi habitación y estoy segura que ese bendito teléfono sonará cuando menos lo espere, casi puedo intuirlo. De repente suena y lo único que puedo hacer es reírme debido a la sorpresa y emoción. ¡La mente tiene poder! Es cierto lo que dicen.

—Buenas tardes, ¿hablo con la señorita Jessica Jackson? —Una voz bastante seria y femenina me saluda del otro lado de la línea.

—Buenas tardes, sí, soy yo... —Espero un poco.

—Mañana a las siete en punto de la mañana la esperamos en Vineyard Agency. Se le hará la entrevista para el cargo como asistente personal. Hasta luego, que tenga buen resto de día.

¡No me lo puedo creer! Aunque bueno, no debo cantar victoria tan rápido. Me pongo manos a la obra y practico un poco y estudio las preguntas más comunes en las entrevistas. ¡Esto es pan comido! Me irá de maravilla...

El día de la cita llegó presuroso y los nervios me provocan comerme las uñas. Rápidamente me pongo un pantalón clásico negro, lo combino con una camisa blanca de mangas largas y los zapatos de tacón que tenía muy bien guardados. Recojo mi cabello largo en un moño alto, de esos que llevan las secretarias y aplico un poco de humectante sobre mis labios. Tomo mi pequeño bolso y mi currículum sin ningún tipo de experiencia, solo hay una hoja con mis datos.

Aproximadamente una hora después, arribo al gran edificio con diseño moderno y amplias ventanas de cristal. Cuando miro hacia arriba, sé que no me he perdido y que he llegado a Vineyard Agency. Gracias al cielo. Me acomodo la camisa y quito mis gafas de sol, respiro profundamente antes de cruzar la entrada y reviso que todo lo que he estudiado siga fresco en mi memoria. Llego a la recepción y no hace falta que me anuncie, ya que una joven con uniforme elegante me guía hacia el ascensor.

—Buenos días, señorita Jackson, siga por aquí, el señor De Vineyard la espera.

—Buenos días. Gracias —respondo como una autómata.

Aprieta algunos botones y al parecer vamos hacia el último piso. Salgo de mi ensimismamiento al ver las puertas del elevador abrirse de par en par, dejando apreciar un ancho pasillo que finaliza en una gran puerta de color caoba. Me giro hacia la mujer, buscando una respuesta.

—Esta es la oficina del presidente de la compañía. Mi nombre es Olivia y estaré abajo por si se le ofrece algo más. —La mujer pelirroja observa su reloj de muñeca y me sonríe—. Le deseo suerte. Con permiso.

Oprime el botón y las puertas se cierran casi en mis narices.

«Estupendo... En menos de un minuto toca esa bendita puerta y entra calmada, como siempre», me susurro a mí misma, como dándome palabras de aliento para calmar los latidos presurosos de mi corazón.

Limpio mis manos sudorosas sobre la tela del pantalón, acomodo mi camisa y reviso que mi peinado no se haya desarreglado. Camino con decisión hacia la gran puerta y de repente mi pie se tuerce, haciéndome trastabillar.

«¡Jackson!», grito mentalmente.

Miro la hora en el reloj, faltan menos de diez segundos para que sean las siete en punto de la mañana. Toco la puerta dos veces y escucho una respuesta afirmativa a lo lejos. Abro despacio y entro en la estancia: la mayoría de objetos son de colores oscuros, la luz es tenue y el aire acondicionado está a tope, lo que hace que mi cuerpo se estremezca un poco debido al frío. Veo mi reloj y el puntero marca las siete en punto. Vaya, qué puntual...

—Buenos días, señor De vineyard. Soy Jessica Jac... —Me interrumpe.

—Lo sé... Siéntate.

Escucho su voz un poco lejos, el espaldar de la silla es lo único que veo.

Me siento y dejo mi currículum sobre el escritorio. De repente, se va girando lentamente, casi misterioso. Cuando su mirada azulada se posa en la mía, dejo de respirar y mi cuerpo permanece tenso. De un momento a otro me agito debido a los nervios que me provoca, pero recuerdo que él no sabe quién soy yo, y es mejor que no lo sepa. No esperaba encontrarlo de nuevo, y mucho menos aquí.

Frunce el ceño y las comisuras de sus labios forman una línea recta, denotando una especie de incomodidad o enojo que no logro comprender. Luce un traje elegante y la expresión de dureza en su rostro lo hace ver inalcanzable, imposible para alguien como yo.

Su voz grave me saca de mis muchas cavilaciones.

—No hablarás a menos que yo lo diga, no te moverás si yo no te lo permito, harás todo lo que yo te pida y cuando te lo pida. Bienvenida a Vineyard Agency, de ahora en adelante eres mi asistente personal. —Su mirada fría y déspota se clava en la mía.

Me levanto de inmediato, hecha una furia. ¿Acaso está mal de la cabeza este señor?, es muy extraño.

—¿Pero quién se cree que es? No soy un robot el cual maneja a su antojo.

Agarro mi bolso, pero antes de girarme hacia la salida, siento su mano tocar levemente mi hombro.

—Siéntate, no lo repetiré de nuevo. —Me pierdo en aquellos pozos azules que me miran con enojo, un enojo que no tiene explicación para mí—. ¿Acaso quieres perder esta oportunidad? —insiste.

Suspiro, niego con la cabeza y tomo asiento despacio, otra vez. Tiene razón, necesito muchísimo el empleo, no puedo perder la oportunidad aunque mi jefe sea un energúmeno.

Rodea el escritorio y acomoda su caro reloj en su muñeca, luego me mira con dureza.

—Esto es tan humillante... —Se me escapa un susurro casi inaudible.

—No hable sin mi consentimiento. —Niega con la cabeza y adopta una pose de superioridad.

Debo admitir que se ve muy atractivo así, pero todo el encanto que me mostró aquella vez ha sido aplastado por su ego, y de paso mi atracción hacia él.

Suspiro y junto mis manos sudorosas bajo su mirada que me inspecciona con descaro.

—Aún no trabajo para usted, así que tengo derecho a hablar si lo deseo. ¿Por qué me escoge así sin más? Discúlpeme, pero, con todo respeto déjeme decirle que no comprendo nada.

Me observa con una expresión apaciguada, sin mostrar ningún gesto. No sé cómo logra aquello, pero puede llegar a parecer atemorizante por segundos.

—La entrevista de trabajo inició desde que saliste del elevador. Todas las demás han sido descalificadas y tú eres la única que llena todo lo que busco en una asistente. La puntualidad y una buena presentación dice mucho de la persona, es por eso que te elijo. Desde hoy trabajas para mí, así que ve con Libby, recibe sus indicaciones y regresa aquí de inmediato...

Espabilo reiteradas veces, atónita y confusa.

—¿Podría repetir lo último?, creo que no escuché bien. —Aclaro mi garganta y lo miro fijamente a los ojos, aquellos ojos que ahora parecen atravesarme como flechas.

—Y por último, no repetiré lo que ya he dicho. —Baja su mirada hacia mi currículum y lo guarda en uno de los cajones de su escritorio.

Lo observo detenidamente, su rostro parece de porcelana, perfectamente hermoso. Pero aquella suave voz me saca de mi ensoñación.

—Señorita... —Abre aún más los ojos y enarca una ceja.

De inmediato entiendo la indirecta y me levanto rápidamente.

—Con permiso. —Doy la vuelta para salir de su oficina e ir con Libby.

¡Qué vergüenza, he tenido que quedarme observándolo como una boba! Salgo de aquel lugar oscuro y helado, donde él parece tan seguro y cómodo. Las puertas de su oficina se cierran suavemente detrás de mí y dejo escapar todo el aire que retengo en los pulmones. Camino hacia el elevador y me maldigo por no haber prestado atención a lo que hacía Olivia, porque en realidad no sé cómo usar un ascensor.

Oprimo algunos botones con torpeza y las puertas no se abren, ni siquiera emiten aquel pitido exasperante. Parezco una abuelita jorobada tratando de aprender a usar una computadora. ¿Qué haré ahora?

De pronto, escucho unos pasos detrás de mí, firmes y sincronizados. No me giro porque ya sé quién es y prefiero no mirarlo, supongo que va a despedirme. Siento su respiración y aroma masculino muy cerca de mí, específicamente detrás de mi espalda. Estira su brazo y roza mi hombro, con tan solo ese toque mi cuerpo parece vibrar y dejo de respirar de inmediato. Aprieta un botón circular con el símbolo de la flecha hacia abajo y las puertas se abren algunos segundos después.

—Entre y oprima el botón número uno, para regresar oprima el número diez. La veo en cinco minutos...

Y se aleja de mí, regresa rápidamente a su oficina con pasos presurosos. Ni siquiera lo miré en algún momento. Siento mi rostro arder debido a la vergüenza, seguro quedé ante él como una ignorante. Dejo salir el aire reprimido por enésima vez y entro al elevador de color negro.

¡Si sigo así este hombre me va a provocar asma!

Se abren las puertas y voy corriendo hacia quien supongo es Libby. Se encuentra de pie frente a la recepción y charla con una señora mayor.

—Señorita Jackson, sígame. —Camina elegantemente mientras me guía hacia una habitación repleta de carpetas, libros y estanterías. —Veamos...

Levanta la vista hacia los estantes y toca su barbilla con los dedos, como pensando en algo. Alcanza una caja mediana y me la tiende.

—¿Qué es? —La tomo con mis dos manos, me produce mucha curiosidad.

—Puede abrirla, no van a saltar arañas. —Sonríe con gracia, con aquellos ojos verdes risueños y el cabello cobrizo alborotado. Se me escapa una risilla en respuesta a su chiste—. Son sus implementos de trabajo.

Destapo la caja y me asombro al ver una tableta, un teléfono móvil inteligente, dos agendas, una libreta de apuntes, bolígrafos, lápices, clips... ¿Es necesario todo esto para ser asistente?

Me quedo en silencio, esperando que la mujer diga alguna otra cosa.

—Algunas indicaciones a tener en cuenta: El señor De vineyard es extremadamente exigente con el tiempo, estoy segura que te ha dicho dentro de cuantos minutos debes volver... Le gusta el orden, sobre todo el silencio. Te necesitará todo el tiempo que sea necesario y no deberías oponerte a nada de lo que diga o pida. Por ahora eso ha sido todo, ten mucha suerte.

Me sonríe y nos dirigimos hacia la salida. De camino al ascensor escucho murmullos de chicas muy cerca de mí. No me interesa lo que digan, así que me encojo de hombros e ingreso al elevador. Observo mi reloj, noto que falta menos de un minuto para que se cumplan los cinco. Oprimo los botones rápidamente y abrazo la caja entre mis manos, nerviosa y comenzando a transpirar. Cuando llego al décimo piso corro a toda prisa y toco la gran puerta caoba dos veces, escucho su voz decirme que pase y lógicamente irrumpo casi como un vendaval.

—Llegas tarde, Jackson. —Mira su reloj y luego posa su vista en mis ojos de un azul oscuro.

Mueve su dedo índice, indicando que me acerque.

—L-lo siento, señor. —Tropiezo con mis propias palabras.

Observo la hora y noto que llegué tarde un poco más de treinta segundos.

—No te pedí que me respondieras. —Su tono de voz es autoritario.

Me siento muy molesta de inmediato y mi entrecejo se frunce.

—¿Y entonces cómo quiere que sepa cuándo hablar o no? —Finjo una voz un poco más aguda.

—Ahí vas de nuevo... —Se levanta de su asiento y se acerca a mí de inmediato. De hecho, su rostro ahora está muy cerca del mío—. Eres una chiquilla insolente, ¿no? Pues que no hables hasta que no te lo indique, quiere decir que no hables nunca, a menos que yo te pida alguna opinión. Ah, y tampoco toques la puerta al llegar, solo entra de una buena vez.

¡Más insolente es él! Me quedo boquiabierta por su manera grosera de hablar.

Asiento sin añadir un gesto más y sigo sosteniéndole la mirada. Ni crea que va a intimidarme con su actitud de cavernícola.

—Ahora tome asiento. —Me señala un escritorio que se encuentra junto al suyo, es más pequeño, pero agradable de ver—. Organice sus objetos y siga mis indicaciones. Pronto llegará el contrato y debemos hablar sobre ello.

Vuelve la vista a su computador portátil y el silencio que se instala en el lugar es casi asfixiante. Me quedo ahí, sentada como un robot mirando el techo luego que he acabado de organizar mis implementos.

Alrededor de una hora después, llaman a la puerta y Libby entra con entusiasmo, se acerca con una sonrisita en los labios. Debo admitir que es hermosa y tiene ángel.

—Con permiso, señor. Aquí está la carpeta con el contrato y todo lo necesario. Jessica es muy afortunada. —Deja sobre el escritorio aquella carpeta que ahora miro indecisa.

Él le regala una sonrisa y asiente.

—Déjame por hoy esto a mí, es necesario que yo lo haga. Puedes retirarte, Libby —responde con un tono de voz suave y tranquilo.

La mujer le sonríe como hipnotizada y da la media vuelta hacia la salida, mientras que él la observa con atención hasta que desaparece de su campo de visión. Cuando se retira, él continúa sonriendo con menos cara de atontado, pero en segundos cierra los ojos y suspira exasperado. Niega con la cabeza y se levanta para luego dirigirse hacia un pequeño minibar al fondo de la estancia y beber una copa de algo que no reconozco. Lo observo atenta, me siento afectada por él, parece guardar gran dolor e impotencia en el interior de sus bellos ojos azules como el cielo.

¿Por qué he empezado a sentir esta extraña necesidad de saber más de él? Muevo la cabeza para tener claridad en mis pensamientos, pero es que me intriga demasiado, me atrae demasiado este hombre y eso está mal, muy mal.

—Señorita Jackson —pronuncia mi nombre y de repente frunce el ceño, parece ido por algunos segundos, después se recompone y continúa—: Vamos a proceder con la firma del contrato. Esta vez sí puede hablar y hacer las preguntas que tenga en mente.

Deja el vaso a un lado de su escritorio y toma la carpeta azul. Se acerca a mi silla, mirándome con atención y luego se inclina un poco en dirección a mi rostro. Trago en seco, me pregunto si ha logrado reconocerme.

—¿Por qué me ha escogido? —tartamudeo al sentirme muy nerviosa por su cercanía—. No tengo experiencia, soy...

Me interrumpe con su mano, la cual me señala con el dedo índice y lo mueve negativamente, muy despacio.

—No entendiste lo que te dije antes. Te elegí por cinco razones: Las demás fueron tímidas, impuntuales, con mucha experiencia, poco carácter... Tú eres todo lo contrario y eso me gusta. La quinta razón es porque me dio la gana tenerte, ¿alguna otra pregunta?

Sonrío. A muchas no nos gusta que nos traten como la típica princesita que puede romperse con tan solo hablarle. Eso es lo que acabo de descubrir de mí misma, ni yo lo sabía hasta ahora.

—Sí. ¿Puedo llevarme el contrato y leerlo detenidamente?, si no hay problema, claro está.

—Muy bien, hagamos eso entonces. —Asiente y regresa a su asiento en silencio.

A eso de las cinco de la tarde, me encuentro aburrida en mi pequeña oficina. Explicarme todos mis deberes solo le tomó media hora.

—Puedes irte, espero que aceptes y verte mañana aquí a primera hora. Insisto en que no te arrepentirás de trabajar conmigo. En la agencia tenemos buenas oportunidades para personas jóvenes como tú.

—Gracias. Qué tenga una buena noche.

Tomo mi bolso, para después salir y usar el ascensor. Bajo rápidamente al primer piso y me marcho de la ostentosa sucursal de vuelos y turismo más importante de Europa. Camino hacia la parada de buses y tomo uno que me lleve hacia el salón de eventos de Eliot, ya que hoy tenemos práctica.

Tiempo después me dirijo con paso rápido hacia el lugar, van siendo las seis y cuarto de la tarde y llevo diez minutos de retraso. Entro a las carreras y saludo a los chicos y chicas del grupo, con prisa entro al baño para cambiarme la ropa por una deportiva y regreso casi de inmediato.

—¿Todos listos? —Es la voz de Raquel.

Me amarro bien las agujetas y corro hacia el salón de prácticas. Sigo los movimientos fuertes y muy marcados. Los gritos de Raquel mientras bailamos tienden a exasperarme un poco, pero entiendo que es una buena profesora y nos exige mucho para ser mejores.

A las ocho de la noche terminamos la rutina y me siento en la entrada del salón de eventos, completamente sudorosa y agitada.

—Ten... —Levanto la cabeza y veo a Raquel con una botella de agua en la mano, me la tiende y la acepto.

—Gracias. —Le agradezco.

Se sienta a mi lado y limpia sus manos húmedas con una pequeña toalla.

—El fin de semana vamos a salir todas las chicas para conocernos mejor, ¿te anotas? —La castaña de ojos grandes parece emocionada. Es extraño verla así, ya que es muy seria y conmigo no habla mucho que digamos.

—¡Claro! Me parece una muy buena idea. ¿Y siempre hacen este tipo de salidas? —Tomo un sorbo de nuevo.

Observo con atención el rostro de Raquel, parece que tiene unos añitos más que yo.

—Casi siempre las organizo yo. Me gusta tener un ambiente de equipo. —Acomoda su cabello castaño.

Asiento levemente.

—¿Y desde cuándo existe el grupo?

—Desde hace seis meses, es un proyecto de mi padre y decidí ayudarle en esto. Si todo continúa como va, el grupo será reconocido a nivel nacional. —

Enarca una ceja y me regala una sonrisa.

—Eso sería algo espectacular, ¿te lo imaginas? —Me giro hacia ella con interés.

—Me lo imagino... Entonces, quedamos para el fin de semana. Yo te llamo, guapa. —Se despide con un beso en la mejilla y se aleja caminando hacia la carretera.

Me quedo ahí, sin saber muy bien por qué se ha despedido así. ¿A lo mejor busca una amistad conmigo y por eso me ha invitado a la salida con las chicas? Sí, eso debe ser. Quizá se dio cuenta que estaba siendo un poco ruda conmigo. Eso es bueno.

Termino la botella de agua y me pongo la gorra negra. Medito un rato mi decisión de trabajar en la agencia y decido que aceptaré la propuesta, ya que necesito mucho ese dinero.

El lugar está solitario, ya todas las personas se han marchado. Escucho el ruido del motor de un auto al estacionarse, pero no levanto la cabeza y finjo seguir meditando cuando escucho la voz de Matthew.

—Hola...

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