Capítulo 2

La pista estaba concurrida, y aunque no me agradaba la idea de bailar con el esposo de otra, si tenía muchos deseos de mover los pies. Sonaba salsa y la verdad no soy muy buena, pero me defiendo. Al primer compás supe que estaba acabada. Matt dio solo dos pasos y parecía un profesional.

Bailamos un par de canciones seguidas sin darnos cuenta de que cambiaban los acordes. Era una sensación rara porque me sentía torpe y al mismo tiempo feliz de estar ahí. Por varios minutos olvidé la boda, los ex compañeros de clases, la mirada prejuiciosa de Edna, la incomodidad por la presencia de Jaime. Todo se resumía a Matt, nuestros pies y yo.

Cuando por fin nos cansamos me dijo con una sonrisa que iba a sentarse junto a Nina. Le dije que me parecía bien y que era genial bailando. Me devolvió el cumplido, aunque dudo mucho que sea cierto. Se alejó de mí y me dediqué a observar su cuerpo de espaldas. Tenía unos hombros anchos muy masculinos y el pantalón del traje estaba tan ajustado que te permitía imaginar que tenía un culo adorable.

No, no me avergüenza admirar al marido de otra.

Me fui al baño pero la fila era inmensa. Iba a volver a mi asiento cuando me topé de frente con el novio.

— Perdona, Marcos. Lo siento.

— ¿Nos conocemos? — me dijo y fruncí el ceño algo decepcionada.

— Soy Cecilia, amiga de Edna en el colegio.

— ¿Cecilia? ¿No eres la chica que salía con Jaime Íñiguez hasta que él atropelló a tu hermano pequeño?

Aquellas palabras martillaron mi tallo cerebral. En efecto, esa era la razón por la que yo casi no podía mirar a Jaime. Mi hermano tenía 10 años cuando unos vecinos lo encontraron malherido a algunas cuadras de casa. Un conductor ebrio lo había golpeado y luego se dio a la fuga. La investigación policial determinó que el coche del padre de Jaime estaba implicado en el suceso.

Mientras mi hermano se debatía entre la vida y la muerte, el padre de Jaime denunció que su hijo había robado el coche familiar la noche del accidente. Mi ex juraba, más bien perjuraba, que no tuvo nada que ver. Confieso que nunca le creí. Por aquel entonces éramos críos y nunca dejábamos la oportunidad de tomar más de una birra o fumar un poco de hierba. Y ese día, Jaime y yo no nos habíamos visto desde el colegio.

— Si, soy yo. Aunque también soy la chica que te cuidaba las espaldas para que tu novia Macarena no supiera que le ponías los cuernos.

— ¿Quedó paralítico, no? — dijo Marcos mientras ignoraba mi evidente pulla.

— Si, estuvo en una silla de ruedas durante 6 años, hasta que decidió suicidarse.

Conseguí ver por fin un atisbo de humanidad en los ojos huecos de mi interlocutor. La verdad Marcos parecía muy fumado, o borracho, o las dos cosas.

— Perdona. No tenía idea.

— Tranquilo. Poca gente lo sabe.

— ¿Esperas para ir al baño?

— Si, pero la fila es enorme.

— No le digas a Edna que te conté. Pero aquí le habilitaron una habitación para que se cambiara de ropa. Ahí tiene un baño. Aprovecha ahora que la están entrevistando para una de esas revistas del corazón y date un salto por allá.

— Ok, gracias. Eso haré.

— De verdad, perdona — comenzó a alejarse de mí y de pronto se volvió — ¿El padre de Jaime se portó bien con tu hermano después de lo sucedido?

— ¿Qué quieres decir?

Sus ojos se volvieron enormes. Parecía asustado. Me volví pero no vi nada raro. Cuando busqué de nuevo a Marcos con la vista él había desaparecido. Pensar en mi hermano siempre saca lo peor de mí, pero yo estaba en una boda, no era el momento de empezar a romper cosas. Pregunté a uno de los camareros dónde estaba el camerino de la novia y me lo indicó.

Afortunadamente, la puerta estaba abierta. La habitación estaba llena de flores y tenía dos espejos gigantes. De seguro Edna, la actriz de fama cuasi-internacional, necesita tener una amplia panorámica de su reflejo. Me metí al baño y me percaté de que la puerta no cerraba del todo. La dejé entreabierta y me dediqué a lo mío.

Me estaba lavando las manos cuando sentí un ruido al otro lado de la puerta. Habían entrado personas. Miré por el marco de la puerta entreabierta y vi que se trata de Edna. Todavía con el vestido de novia puesto, estaba apoyada contra el torso de un fotógrafo mientras forcejeaba por abrirle la bragueta. Quedé indecisa sobre hacerles notar mi presencia o no, pero realmente la cosa sucedía demasiado rápido. Antes de que pudiera darme cuenta, se habían comenzado a desvestirse.

He de confesar que decidí aprovecharme de la situación. Saqué ágilmente mi móvil y tomé una foto. Pude que la aplicación hiciera el ruido característico, pero los dos amantes estaban tan entregados a su frenesí que no escucharon nada.

Cuando Edna se sintió satisfecha, detuvo toda la situación. Le dijo al fotógrafo que se fuera, y que ni una palabra de lo sucedido si quería conservar su empleo. Quedó sola y comenzó a fumarse un cigarro.

— Que poco te ha durado la promesa de fidelidad, Edna — dije mientras salía de mi escondite.

— Cecilia, siempre tan escurridiza e inoportuna.

— Me hablaron de tu baño privilegiado y decidí hacer uso de él, querida.

— Espero discreción de su parte, darling.

— Bueno, dependerá de cuán provechoso me sea o no tener a la mano esta información, Edna.

— No me jodas, Cecilia. Ya bastante mierda hay en mi vida como para tener a una poli chantajeándome.

La miré con una sonrisa irónica.

— ¿Qué problemas tienes en tu vida, querida? ¿No puedes lidiar con la fama?

— Tengo un marido al que adoro, pero no se le para. Las viejas que ha tenido que follarse y la mierda que se ha metido parece que han dejado su polla fuera de combate.

— ¿Marcos fue gigoló?

— Bueno, Cecilia querida, ese no es el punto. El punto es que amo a mi marido, pero no me hace feliz en la cama. Ya ha llegado a ni siquiera tocarme... En fin... No me jodas más la vida, amiga.

— ¿Y entonces por qué te casas con él?

Iba a contestarme  pero una serie de gritos espantosos llegaron hasta nosotras. Alguien tocó la puerta y la abrió intempestivamente. Era uno de los gorilas de Edna.

— Señorita, debe venir con nosotros.

— ¿Qué pasa, Bruno?

— Algo malo ha ocurrido con el señor Marcos.

Edna me agarró la mano. De pronto sentí que éramos dos adolescentes de nuevo. Se aferró a mí y me arrastró con ella tras el gorila. Varios invitados gritaban, algunos lloraban. Salimos del restaurante y el tal Bruno nos guió hasta la esquina del edificio de dos plantas.

Marcos estaba tirado en el suelo, sus sesos esparcidos por el asfalto. Edna soltó un grito sin sonido, y cayó de rodillas mientras lloraba de impotencia.

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