Capitulo II Chico Malo

Nadia salió de aquel edificio más feliz que nunca, había obtenido el empleo de mensajera. Era extraño para una chica pero desde que descubrió que la paga era buena aplicó para pedir el trabajo. El horario era excelente, no chocaria con sus clases nocturnas bueno en cuanto cancelara el semestre y pudiera retomar la rutina. Necesitaba llamar a su novio Josh para contarle la buena noticia. El no estaba muy convencido de que trabajara como mensajera pero Nadia era una persona positiva.

Cualquier empleo bien pagado le caería como anillo al dedo, después de graduarse le sería más fácil encontrar un empleo como enfermera en cualquier hospital. Estaba de buen humor, nadie podría aruinar el revoltijo de emociones que sentía en su estómago. Tomo otro autobús para dirigirse hasta su trabajo actual, uno en el que pensaba renunciar ese día. A pesar de todo era una joven responsable y no dejaría tirada su responsabilidad.

Sentada en una silla de plástico dentro del autobús saco el móvil de su bolsillo para marcarle a Josh. Este no atendió a ningún repique, era extraño el siempre le atendía al primer timbrado. Por la hora le pareció imposible que estuviera dormido, volvió a insistir mordiéndose una uña… nada… 

—¿Qué estará haciendo? Se pregunto fruciendo el ceño.

El Mercedes Benz de Wagner se detuvo en la entrada de su empresa. La despampanante recepcionista pelirroja le dedicó una sonrisa pícara acompañada de los buenos días. El le devolvió el saludo admirando sus largas piernas blanquecinas.

—Llevame un café a la oficina.

—En seguida señor Wagner. Esta lo miro de arriba abajo de manera seductora.

Wagner sonrió, eran los efectos que causaba en las mujeres… algo inevitable. Subió por el ascensor marcando el tercer piso, donde se encontraba su oficina. Al entrar noto una pila de documentos esperándolo sobre su escritorio para ser revisados y firmados. De inmediato se puso manos a la abra, acomodo su poderoso cuerpo en el sillón de cuero pulido tomando la primera carpeta del montón.

Al poco rato tocaron la puerta, el sabía que le traían el café. Por ende dio la orden de que pasará quien sea que fuera. Al mirar, una joven que no había visto antes en su edificio entro con el café en una charola plateada.

—¿Quien eres tú? Pregunto de inmediato.

—Soy del servicio señor D'Blukcle. Responde con nervios.

—¿Eres nueva?

—Si. Sí señor. Responde tartamudeando para luego dejar la taza de café sobre el escritorio.

—Hmm… Wagner responde admirando esas piernas torneadas.

Era una chica menuda, morena de cabello rizado. Muy chula, pero no era mucho de su tipo. 

—¿Cómo te llamas? Pregunta tomando un sorbo de café sin mirarla.

—Casey señor.

—Muy bien… puedes retirarte. 

—¡Con su permiso señor!

El hace un gesto de asentimiento continuando hojeando la carpeta que tenía entre sus manos. Haría un negocio importante dentro de unos días, compraría dos aviones tipo Jep y uno de estos sería el suyo personal ya que, el que solía usar le aburría. Siempre le gustaba inovar, tener casas más actualizadas, ropa, carros, mujeres… y es por eso que comenzó a expandir Aerolínea privada D'Blukcle.

Pronto se estaría inaugurando una nueva expansión de su compañía en Boston y Nueva York, sentía anciedad por ello. Su imperio crecía día a dia con su gran devoción y dedicación hacia la empresa haciéndola crecer. Cómo a un hijo, la encaminaba por el buen camino. Reviso y firmo hasta el último documento pendiente. Ahora dedicaría su tiempo a lo que realmente le importaba más que otra cosa. 

De una gaveta de su escritorio que mantenía bajo llave saco una carpeta negra  de cuero. Dentro contenía unos documentos que tenía que leer a detalle sobre todo las cifras que le proponían. Si eran de su agrado completaría los  negocios. Leyó minuciosamente el contenido y si que le agrado lo que sus ojos vieron. Firmo inmediatamente la hoja para ponerse en pie junto con la carpeta en su mano. Abandonó el despacho. 

Pasando por la sala de espera repleta de pasajeros esperando para poder abordar los aviones privados, Wagner siguió de largo hasta un galpón específico donde se encontraba guardado un avión que no se utilizaba para rentar. Al llegar allí varios hombres vestidos de negros lo saludan cordialmente.

—Señor D'Blukcle. 

—Chicos.

Este entra al galpón y se encuentra con Hopper, el piloto del avión que llevaba por nombre  (Life). Se encontraba limpiando la nave.

—Wagner, qué bueno verte por aquí. Ya se me estaban agotando los fondos.

—No me extraña, eres un despilfarrador.

—No me culpes, las mujeres son mi vicio. Se encoge de hombros el rubio alto con gafas.

—¡Seguro! Hay trabajo, carga a Life. Aquí te dejo todo detallado, los modelos y cantidades. ¡No quiero errores!

—Por su puesto jefe.

Wagner tiro la carpeta sobre el diminuto escritorio de Hopper. Le hecho un vistazo al avión, era hermosa blanca con franjas doradas. Llevaba escrita la palabra Life a un costado. Era el único avión que poseía que tenía nombre, solo era utilizado para transportar armamentos. Así es, aerolíneas privadas D'Blukcle solo era una fachada, Wagner se dedicaba al tráfico de armas. Su agencia de viaje solo era una tapadera, desde luego que la empresa le producía mucho dinero. Pero el tráfico aún más…

¿Y porque lo hacía? Era fácil de responder, Wagner D'Blukcle era un mafioso. Un millonario egocéntrico pero peligroso, ante todo el mundo era un empresario multimillonario sin tachaduras, pero en las sombras era un mafioso contrabandistas muy peligroso de mente oscura. Cómo tenía a todo el mundo metido en el bolsillo la policía no le daba problemas…. Una vida perfecta y ordenada.

Mientras que Nadia se calaba el delantal negro en la cintura, que era parte de su atuendo en la cafetería pensando que al fin sus sueños estaban por complirse. Era todo lo que quería, ser enfermera. No sé quejaba por la vida que llevaba, era una chica de bajos recursos su apartamento era un caos y estaba situado en la peor zona de Houston. Pero aún así, pensaba que su vida era buena… a pesar de no tener un centavo y no poseer nada caro en su armario le sonreía a la vida todos los días.

Comenzó la jornada de trabajo atendiendo a una familia de tres, tomo sus órdenes y en cuanto se disponía a pedirlas un niño pequeño derremo una malteada de chocolate sobre su uniforme.

—¡Oh no! Se quejo la joven. Desde lejos su jefa la pillo llamando su atención.

—Nadia ve a asearte.

—Si señora.

Corrió hasta el baño para limpiarse el desastre en el uniforme.

—¡Santo cielos! Estoy hecha un asco. 

Tomo varias servilletas pero nada servía para limpiar la mancha marrón en la tela, tendría que terminar el resto del día tal como estaba, no había de otra. Pero a pesar de lo malo, continuaba sintiéndose feliz...

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