Capítulo 3: Delirios de venganza

Tengo una lista interminable de humillaciones propiciadas por mi familia en mi memoria. La vez que vine a esta casa a arrodillármele a mi padre para que me diese dinero para el tratamiento de mi madre. La vez que Amanda y su madre me regalaron una caja con ropa usada y rota, porque “necesitaba vestirme mejor”.

Pero pedirme que ayude a organizar la boda de mi ex pareja con su amante embarazada, que es mi media hermana, esa debía ser de las más sádicas en la lista.

—No ayudaré a Amanda a organizar su boda con Andrew. ¿Por qué haría tal cosa? — digo lentamente como dando tiempo a mi padre de confesar que esto es chiste de mal gusto.

Sergio me mira con desaprobación, Amanda lo hace con una sonrisa que intenta esconder mientras come de su ensalada de frutas.

—Es decepcionante que no decidas ser una mejor persona con este asunto. De no serlo, me obligaré a reconsiderar tu contrato en nuestra empresa. Escuché que conseguiste firmar para ser una empleada fija — amenaza.

Tendría que gritar y ofender si pudiese hacer lo que quisiera. Sin embargo, no puedo hacer ninguna de esas cosas, soy una muñeca que manejan a su conveniencia otra vez.

—Se supone que, con ese, no podrían despedirme cuando quisieran — sonrío para ocultar mi rabia.

No creo que lo esté haciendo bien. Amanda y su madre están luchando por no reírse de la situación.

—Pagaremos la indemnización del contrato. Y también esa será tu carta de renuncia a cualquier tipo de contacto con tu familia. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué un hombre destruya tu relación con la única hermana que tienes? Deja a un lado, los celos infantiles, y concéntrate en lo que importa. Nuestra imagen familiar, nuestro legado familiar… y tu carrera.

Tengo las manos esposadas de manera invisible. Mi trabajo era todo lo que me quedaba, no podía perderlo en este momento. Necesitaba más tiempo para conseguir algo mejor y ver dónde rayos vivir.

—¿En qué se supone que puedo ser de ayuda para la boda? — digo chirriando mis dientes entre sí.

Los tres se sienten más calmados con que ceda ante este complot absurdo.

—Podrías comenzar devolviendo el anillo de compromiso a Andrew. Es una joya familiar valorada en cientos de miles de dólares — acota mi madrastra — Debería tenerlo su futura esposa.

—Por supuesto, lo devolveré — hablo con otra sonrisa maniática.

—También podrías ayudarme a seleccionar mi vestido de novia. Ahora que has estrado en razón, sería muy importante para mí que estés conmigo en ello — agrega la hipócrita de Amanda.

Aquí la sonrisa se me cae, juro que tengo ganas de aventarle el florero con los tulipanes en la mesa por la cabeza. Tanta maldad era innecesaria, y ellas lo sabían.

—¿En qué más nos puede ayudar Marianne, querido? — cuestiona mi madrastra a Sergio.

Este se limpia la boca con la servilleta y la deja en la mesa. Se levanta de esta.

—Tengo una junta importante. Encárguense las tres de ello. En armonía — pide y se marcha.

Me rehusó a tal trato. Lo sigo hasta adentro de la casa. Necesitaba enfrentarlo a solas. Decido hablar antes de que suba las escaleras principales de la vivienda.

—No me puedes hacer esto padre. ¿Qué necesidad hay de castigarme de tal manera? — le recrimino.

Él se detiene y me da el frente. Suspira y se soba la frente porque yo debía ser el problema en su retorcida cabeza.

—Eres igual que tu madre. No sabes cuándo detenerte — se lamenta — Si no fuiste capaz de mantener contento a Andrew, que Amanda se encargué de ello es mejor para ti, para nosotros.

—¡Era mi novio, papá! ¡Lo amaba!

—¿Y crees que él te amaba a ti? — se burla de mí, a mí se me rompe el corazón por tercera vez — Tus sentimientos no tienen más valor que el niño que está creciendo dentro de tu hermana, que el lazo que nos une a los Wells. Nuestro techo se está derrumbando sobre nosotros, y lo único que te importa eres tú misma. Esta es tu oportunidad para demostrarme que tienes la cabeza sobre los hombros. No seas débil, sé fuerte como una Belmonte debe ser.

—¿Señor? Él está en su despacho. Lo está esperando — menciona un empleado desde la parte de arriba de las escaleras.

—No tengo más que hablar contigo Marianne. Regresa con tu madre y hermana — dice queriendo subir las escaleras.

—Esa no es mi madre, ni mi hermana, y tú tampoco eres mi padre. Ahórrate los discursos falsos de motivación — le digo para que él me quiera gritar.

Solo que no distingo muy bien lo que me grita porque ya me estoy marchando de esa casa que nunca fue mía. De esa familiar que nunca fue, ni será la mía. También jurándome a mí misma que me vengaré. De alguna forma u otra todos me la pagarán.

…..

Una cosa es jurar venganza, otra cumplirla. Así que, me refugio en las margaritas gratuitas que nos está regalando la empresa en esta celebración de metas de mitad de año en la barra. Estoy sentada sola bebiendo de mi tercera margarita de la noche. A mis espaldas están mis compañeros de empresa charlando y bebiendo.

Esta es mi fecha favorita del año, la comida y la bebida gratis de este restaurante que tiene convenio con la empresa. Pero hasta el alcohol gratis han arruinado Andrew, Amanda y mi padre.

—¿Estás bien? — pregunta Giana sentándose a mi lado en la barra.

—¿Me veo bien? — digo irónicamente a mi compañera.

Giana era una compañera de trabajo que se había convertido en mi amiga con los años. No obstante, trabajábamos en departamentos distintos, ella en marketing, yo en ventas, y las dos habíamos estado muy ocupadas luchando por conseguir nuestros respectivos ascensos.

—¿Cómo te pudieron hacer eso? ¿Es real no? ¿Qué rompió contigo y se casará con Amanda? — comenta con tristeza.

—Los rumores corren rápido. ¿Ya llegaron hasta el piso de arriba donde está tu puesto? — hablo con humor y amargura.

—En realidad, el chisme llegó a mí a la hora del almuerzo. Te busqué temprano en la cafetería. ¿Dónde estabas?

—Papá me invitó a comer. Quiere que le ayudé a organizar la boda, ah y quieren que les devuelva el anillo de compromiso para que ella lo lleve.

Giana está impactada con lo que le revelo. Su boca no puede estar más abierta de la indignación.

—¿Qué es lo siguiente? ¿Qué está embarazada de Andrew? — pregunta molesta, aunque yo asiento, ella se pone más molesta — Tírala por las escaleras, haz que lo pierda.

—Ganas no me hacen falta… — río para que después se me salga una lágrima imprudente que limpio con tristeza. Ella me soba la espalda — La verdad es que nunca le haría eso a Amanda. La verdad es que esperaba que, al casarme con Andrew, papá me respetase y me dejase formar parte de la familia. Soñaba con que todos me aceptasen finalmente y admitiesen que me trataron mal. Pero he aceptado, que eso fue una fantasía mía. ¿Quién se va a enamorar de mí? Soy patética.

—Oye, no, no. No quiero que digas esas cosas de ti. ¿A quién no le han sido infiel? No es tu culpa que te monten los cuernos. Eres súper buena persona, bonita y tienes talento en lo tuyo. Él se lo pierde. Qué se quede con la malcriada de Amanda. Una linda sorpresa le espera. El karma se lo comerá vivo.

—Pero no lo suficientemente rápido como para que no tenga que ayudarla a escoger su vestido de novia — me quejo y bebo más de mi trago.

—Yo no estaría segura de ello — comenta con una sonrisa malvada — Hay algunos rumores rondando.

—¿Qué clase de rumores?

—Sabemos que Andrew ha insistido en comprar la mayoría de las acciones en la empresa por años ¿no?

Claro que lo sé. Esta mañana me confirmó que se metió conmigo para ese propósito. Belmonte Raíces fue fundada por mi padre, él tenía la mayoría de las acciones. Pero, últimamente el resto de los accionistas estaban presionando por un cambio de horizontes, la internacionalización y expansión. Querían más sedes, más países en los que operar. Papá estaba en contra de tal movimiento. Quería ir por lo seguro. Odiaba el cambio.

He allí, que Andrew estuviese tan interesado en la compra de sus acciones. Quería ser el encargado de llevar ese cambio a la realidad. Él estaba a poco de conseguirlo, según por el favor de Amanda.

—Sí. ¿Qué de nuevo en eso? — digo extrañada.

—Le salió un nuevo inversor extranjero. Ha doblado su propuesta. Escucha bien, doblado.

—No puede ser posible — susurro impactada por tal acontecimiento.

Giana se desconecta de la intimidad de nuestra conversación, voltea por encima de su hombro, a nuestros compañeros. La desaprobación colma sus facciones. 

—Como tampoco podría ser posible tanta desfachatez, junta.

Dirijo mi cabeza en su misma dirección, y necesito terminarme mi margarita de un solo tirón. A quienes estaba viendo mi amiga, era a Amanda y a Andrew. Nuestros compañeros de trabajo están saludándolos y desde aquí puedo escuchar elogios a lo bien que se ve Amanda.

—Hipócritas — susurra molesta Giana.

—Disculpen la interrupción, pero queríamos asegurarnos de que la estaban pasando bien, y felicitarlos por sus metas de mitad de año — anuncia Amanda.

No se me puede escapar que Andrew la tiene sostenida de la cadera. Él localiza donde estoy como si fuese un halcón y más junta a Amanda a su cuerpo. Sé que las mujeres de la esquina están cuchicheando sobre mí. Sé que todos están muriéndose de la curiosidad por saber cómo actuaré.

—También pasábamos por aquí para hacerles una invitación. Como sabrán, pronto Andrew formará parte de la familia Belmonte Raíces, pero no solo en el lado laboral, sino también en el personal — le mira con amor, él hace lo mismo — Nos casaremos en noviembre, en la Hacienda Santa María. Están todos invitados.

Dejo de escuchar cuando los aplausos inician.

Nosotros también nos casaríamos en noviembre, en ese sitio. La próxima semana enviaríamos las invitaciones oficiales. No lo resisto. Como los que no se pueden aguantar ven en mi dirección con burla o con lástima. Salgo apresurada de ese sitio. Camino rápidamente hacia el pasillo de los baños para estallar en llanto o en el ataque de histeria más grande que pueda haber tenido. Quizás los dos.

Pero en lugar de llegar a mi destino, choco con un hombre alto y con un trago en la mano. La fuerza con la que chocamos hace que dé varios pasos atrás, y que el licor caiga en el suelo. En lo que subo la vista para detallarlo bien, me quedó sin aliento. Era sumamente atractivo, sus amplios hombros en ese traje negro, sus ojos azules y ese divino aroma masculino que emanaba de él.

—Tendrías que ver por dónde caminas. Ahora me debes uno — dice con sensualidad.

Quizás una Marianne sobria y con la cabeza sobre los hombros, le diría que no. Aun así, la Marianne con tres margaritas encima, una nueva humillación pública y al borde de ser despedida, hace lo contrario.

—Sí, te debo uno.

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