Capítulo 7: El hombre de mis martirios

Luciano está todavía enfrascado en muchos documentos esparcidos en la mesa. Está rayándolos mientras los analiza con su lapicero. Percibo una mueca de burla. Sus labios son muy expresivos al igual que sus ojos.

—No soy licenciado. Ni me considero un señor. Hemos iniciado nuestra primera disputa laboral por lo visto — comenta — Tú me puedes llamar Luciano, ya que hemos entrado en confianza rápido.

Se me revuelve el estómago con ese comentario insinuante. Si tenía la breve esperanza de que no me reconociera y hubiese bebido más que yo, estaba acabada. Dicho esto, tenía varias opciones:

Opción A: Aceptar lo que había ocurrido. Rogar por su discreción y que olvidásemos lo que pasó.

Opción B: Negarlo hasta la muerte. Él se podrá acordar, yo no.

—Disculpe, pero debe estarme confundiendo con alguien más. No considero que hayamos “entrado en confianza rápido”. No más rápido de lo que lo haya hecho con los otros accionistas, por supuesto — digo escogiendo el camino de la perdición. La opción B
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