CAPÍTULO 115: Nuestro propio eclipse
Era cinco de septiembre; el día más importante de sus vidas porque ese día conocerían a sus hijos.

Salomé despertó en la habitación de Jimmy, que se había convertido en el cuarto matrimonial porque el suyo estaba destinado a pertenecer a los bebés.

Días antes habían mandado a pintar y remodelar todo, adecuándolo para ellos. Compraron también dos cunas en madera y las dejaron sin pintar hasta saber el sexo de sus hijos. No habían querido que los médicos se los revelaran porque preferían llevarse la sorpresa cuando nacieran.

Jimmy estaba acostado a su lado y lo besó en los labios, despertándolo enseguida.

—Vamos, dormilón, es hora de levantarnos.

—Jmmm —se quejó él y se dio la vuelta, pero ella lo agarró del brazo para girarlo otra vez.

—Jimmy, tenemos que irnos, la cesárea está programada en una hora.

—¡LA CESÁREA! —exclamó sentándose de golpe—. Me ducharé yo primero.

Corrió al baño y se estrelló de frente con la puerta antes de poder abrirla.

—Amor, ten cuidado, no es para tan
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