CAPÍTULO 26

Gabriel e Isabela estuvieron trabajando toda la mañana en la misma oficina, mirándose de vez en cuando, dándose besos cada vez que se detenían a mirarse, como dos adolescentes enamorados.

—Es hora de almuerzo, vamos —Gabriel se puso de pie, extendió la mano para ayudarla a levantarse y así, tomados de la mano salieron de la oficina, bajo el escrutinio de todos los empleados que se alegraban por la felicidad de Isabela.

Dentro del ascensor, Gabriel recostó su espalda en el metal, mientras a ella la agarró de la cintura y la apegó.

Isabela inhaló profundo, lanzó la cabeza hacia atrás y lo miró. Él le acarició la mejilla, mientras sus ojos se clavaban en los de ella.

—Eres muy hermosa —la besó, con profundidad y gran deseo.

El tintineo del ascensor cortó el beso. Inflando sus pulmones, salieron del ascensor, para dirigirse a la entrada principal y esperar el coche que, al verlos, el guardia sabía que debía traer.

—Señorita Montero, que bueno que sale acompaña, así ese hombre no volverá a
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