— Papá — mi hija corre hasta mí y nos fundimos en un abrazo como nunca antes, beso su frente con las lágrimas amenazando de escapar, mi hija, mi nenita. Está pálida y delgada, el cabello empezaba a crecerle rojizo de nuevo
— ¿Estás bien? ¿Qué te hicieron? — pregunto con dureza y buscando en su cuerpo señales de abuso o violencia, pero ella niega con la cabeza.
— Estoy bien papi — asegura, sus ojos tristes y asustados.
— ¿había alguien más contigo? — pregunto, sacando una chaqueta y poniéndola sobre sus hombros, mi nenita niega con vehemencia antes de señalar la puerta por la que había entrado.
— es la única puerta, ellos me tomaron en Ámsterdam y me trajeron aquí...— su labio tiembla y me da un último abrazo
— Ya papi está aquí — le aseguro. Cargo mi arma y dudo antes de entregarle la de repuesto, mi hija tiembla antes de tomarla. Nunca le ha disparado a una persona, y riego a Dios que ese momento no llegue, pero si se presenta el caso...