XVII. Que los corazones fluyan

—Magnolia. —susurro la joven loba llamando la atención de la humana quien giro su rostro para observarla— Ayúdame a ponerme de pie

Magnolia soltó un suspiro para luego tenderle la mano, una corriente eléctrica recorrió el cuerpo de ambas cuando sus manos se sostuvieron con fuerza. Se observaron unos segundos para luego en completo silencio ingresar a la cabaña. Ahí dentro el calor que emanaba de la chimenea se impregnaba en la piel de la joven loba.

Sonrió al sentirse más cálida. Se podía sentir el nerviosismo entre ambas y solo querían evitar alguna conversación.

—Magnolia. —nuevamente la voz de la princesa resonó en el lugar— ¿Tienes una daga? —la joven humana frunció el ceño

—¿Para clavártelo? —Mariana se puso de pie enojada

—No. —contesto rápidamente, sostenía con fuerza la cinta que cerraba el escote de sus senos— No puedo abrirlo, está muy apretado

Magnolia rodo los ojos mientras se acercaba a la joven loba. De su bota izquierda

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