Maximus guardo silencio.
Estaba aturdido y con extraños sentimientos invadiendo su corazón. Lo malo ya había pasado, pero no sabía cómo explicarle a Liz sobre aquello que tanto lo atormentaba. Observo a su esposa en silencio, ella bebía con delicadeza una humeante taza de té mientras Maximus detallaba cada expresión de la mujer. Su corazón palpito con fuerza y su bestia rugió embriagado por el aroma que ella poseía.
¿Cómo decirle lo que sentía?
¿Cómo decirle que su corazón solo le pertenece a ella?
¿Cómo vencer a su frio corazón?
Negó lentamente.
—Liz —la llamo suavemente, ella alzo la mirada para dedicarle una sonrisa a su amado esposo
—¿Qué ocurre? —pregunto
El silencio se hizo presente. La mente, el corazón y el interior de Maximus era un caos.
Y todo por aquella mujer de mirada cálida.
—Yo… —se detuvo rápidamente incapaz de seguir hablando
Se puso de pie bruscamente mientras de alejaba lentam
Observo nuevamente a la multitud mientras apretaba con fuerza la bolsa entre sus manos, se escuchaban risas y algunos cuchicheos. ¿No sienten miedo? —se cuestionó mentalmente— Porque yo sí Tras soltar un suspiro siguió avanzando. Se encontraba a solo unos centímetros de la entrada y su nerviosismo era más que evidente. Podía delatarse o simplemente terminar fallando. Pero debo encontrar a mi hermana. Había tomado la decisión de buscar a su hermana tras haber sido captura y encarcelada en el reino de los lobos. Y ahora ella estaba por entrar, con solo unas cuantas monedas de plata y tres vestidos viejos. Solo necesito saber si estás bien. El soldado la observo unos segundos detenidamente antes de arrebatarle la bolsa de tela de sus manos y abrirla descaradamente. —¿A qué vienes? —pregunto mientras sus labios formaban una mueca de asco al ver las ropas de la muchacha La pequeña sintió s
El silencio seguía presente hasta que la señora Javiera observo a una alegre Liz señalar a una cabizbaja pelinegra. —Se llama Lucia —susurro Liz —Es un gusto conocerte, Lucia —la señora Javiera tenía una mirada dulce y triste, sus labios formaban una pequeña sonrisa mientras que en su rostro arrugas marcaban el tiempo que ella poseía —Gracias, señora Javiera —susurro Lucia con voz trémula —Ahora que tus compañeras ya te informaron que voy a decir algo, es momento de anunciarlo. —borro su sonrisa formando una perfecta línea en sus labios, la preocupación y tristeza eran visibles en su rostro. Lucia con disimulo la observo, los cabellos cubiertos de canas y como sus manos se apretaban sobre su vientre— Nuestro rey regresa y como sabrán no con buenas noticias, —las mujeres soltaron suaves suspiros de tristeza— aún no hay salvación para su enfermedad, por eso necesito que se mantengan calmadas. Han sido de buena ayuda para él y al menos hay que cuidarlo h
Observo por la ventana del carruaje con tristeza, una mano apretó su hombro dándole fuerza y él simplemente la ignoro. —Tranquilo, hermano. —la suave voz de su hermana ni siquiera alejaron los pensamientos que ahora atormentaban al joven rey— Llegaremos pronto, nana estará feliz ¿no lo crees? Su hermano asintió. Siguió perdido en sus pensamientos con la cabeza recostada sobre la ventana. La vida se acababa para él y aun siendo tan joven quería disfrutar de tantas cosas. ¿Cómo podre dejar a Mariana sola? —se cuestionó mentalmente— Creo que la diosa solo desea verme pronto —cerro sus ojos cuando una suave ráfaga de aire acaricio su piel y sintió algo Algo que removió a su lobo. Algo que provoco que su corazón palpitara con fuerza. Una pizca de un aroma tan satisfactorio y pleno. Solo estoy imaginando —negó mentalmente y continuo con la mirada perdida Los guardias se apresuraron en abrir la gran
Se aferró de las barandillas, su mano sintió la frialdad que está transmitía y su cuerpo tembló ante aquella sensación. Se detuvo unos segundos cuando su lobo rugió internamente. ¿Qué pasa? —pero solo obtuvo otro rugido que retumbo su mente Continuo con su camino sintiendo la mirada de las mucamas, reverenciaban ante el paso de su rey y susurraban un suave “Su majestad”. La debilidad de su cuerpo se notaba, aquel veneno recorría cada parte causándole dolor y dejando marcas. Mostraba valentía ante su hermana y su nana, pero ellas podían notar aquel dolor. Mariana recorría su alcoba peinando sus cabellos largos mientras su dama de compañía escuchaba sus relatos. Sentía tristeza por su princesa y a la vez admiración, pronto seria la reina y su deber seria casarse, aunque aún la joven princesa no encontraba a su compañero. Solo la diosa podrá bendecirla —siguió atenta ante cada palabra de su princesa Pero había a
Corrió de vuelta a la cabaña sin importarle los llamados de Liz. Apretaba con fuerza la hoja entre sus manos mientras lágrimas caían por sus mejillas. Su hermana. Había encontrado una pista de su hermana y por extraño que pareciera tenía un mal presentimiento. —Ella debe estar viva —tomo asiento en su cama repitiéndose aquella palabra una y otra vez De pronto a su mente llego la imagen del rey y su corazón palpito con fuerza. Un extraño sentimiento la invadía. —Lucia ¿qué te pasa? —se puso de pie observando a Liz ingresar a la cabaña luciendo su cabellera empolvada —Nada —negó suavemente —¿Segura?, —Lucia agacho la cabeza— ¿podrías contarme? —y en ese instante la pequeña humana empezó a sollozar. Liz la abrazo tratando de calmar los sollozos de su compañera— Tranquila —susurro suavemente A Lucia le dolía el corazón, no quería pensar que su hermana yacía muerta. Se negaba a creer eso. Ella tenía que estar viva. T
La princesa soltó un chillido cuando su cuerpo cayo con fuerza al suelo. Magnolia sonrió mientras colocaba la espada en su hombro. —¿Duele? —pregunto obteniendo como respuesta una mirada llena de furia por parte de la princesa Como pudo intento colocarse de pie, pero cayó al suelo adolorida. —La primera regla princesa, en batalla el dolor es normal si no puedes resistir y de un solo golpe caes ten en mente lo siguiente: Estarás muerta —susurro fríamente —¿Y de qué sirve entonces el dolor? —los labios de Magnolia formaron una sonrisa ladina— Ayúdame, escoria —¿Ayudarte? —pregunto Magnolia fingiendo ofensa, luego soltó una carcajada— Princesa en el campo de batalla nadie te ayuda ¿queda claro? Mariana se puso de pie sosteniendo su mano derecha donde se podía ver un leve corte, fulmino a su entrenadora e ignoro lo comentado. —Cuando estés peleando nadie te va a socorrer, no seas débil y lucha —Magnolia observo el cuerpo de la prin
Observo con detenimiento aquella fotografía. No podía dejar de hacerlo. Su corazón palpitaba con fuerza cada vez que esa imagen se impregnaba en su mente. Ya ni llorar podía destruir aquella fría barrera que creo en su interior. En el reino de los brujos su rey se llama Xavier Dapueto y aunque era respetado muchos cuestionaban su frio comportamiento, pero nadie sabía lo que detrás de ese frio aspecto ocultaba. Porque había un pasado tan triste y doloroso para él que durante años aún le costaba olvidarlo. —Y tal vez nunca lo olvide –—susurro suavemente mientras alzaba su mano para acariciar aquel cuadro La alcoba relucía tan solitaria y melancólica, se podía ver que todo aún permanecía intacto. Como si esperara a que algún día ella volviera. Ella. ¿Quién es ella? Una mujer de mirada cálida y sonrisa tranquilizadora, pero ahora solo quedaba el recuerdo plasmado en ese cuadro. Soltó un suspiro para observar unos segundos el cuadro
Lucia se detuvo frente al rey sosteniendo entre sus manos un libro azul, sus labios formaban una tímida sonrisa con suavidad extendió el libro con sus manos. —Tome, su majestad. Este libro se ve interesante —agacho la cabeza sintiendo el miedo invadirla El joven rey seguía impregnado en ella, observando su sonrisa, sus labios y siendo envuelto por aquel dulce aroma. Como si todo hubiera desaparecido. Lucia sentía la penetrante mirada del rey, se sintió pequeña y llena de miedo, pero su corazón latía con fuerza. Alzo su rostro y ambos conectaron miradas. Involuntariamente Lucia sonrió. ¿Qué me pasa? —se preguntó la pequeña humana mentalmente El rey reacciono agachando la cabeza con rapidez y maldiciendo internamente al sentir como su lobo aullaba de alegría, pero no podía verla sufrir. —¿Qué libro elegiste? —pregunto con voz ronca sin observarla Ella tímidamente respondió. —Uno que está en su idioma natu